No hace mucho nos referíamos desde este espacio a decisiones de países como Suecia e Italia, que optaban por limitar el uso de celulares y dispositivos electrónicos en las aulas. En el caso de Suecia, al punto de redireccionar financiamiento para distribuir libros de texto con el fin de detener el descenso en los niveles de lectoescritura y comprensión lectora experimentado en los últimos años.
Una iniciativa en Finlandia recogió más de 30.000 firmas en pos de prohibir el uso de celulares en las escuelas, medida que el gobierno conservador consideró seriamente una forma de reforzar el poder de los docentes para intervenir durante las horas de clase ante las distracciones que imponen estos dispositivos.
En estos días, los Países Bajos se han sumado a la tendencia tras difundirse estudios que ponen en evidencia que los alumnos se distraen y disminuyen su rendimiento con el uso de dispositivos electrónicos. El ministro de Educación, Cultura y Ciencia, Robbert Dijkgraaf, reconoció que, si bien los teléfonos móviles son parte de la vida de todos, dados sus efectos en la atención y concentración no corresponde que estén en las aulas. Se anunció así la directiva que fija que, a partir del 1º de enero próximo, junto con tabletas y relojes inteligentes, quedarán prohibidos en ámbitos educativos a excepción de su uso por razones médicas o de discapacidad.
Universidades y centros superiores de enseñanza quedan exceptuados de la flamante directiva, que será revisada a fines del año escolar 2024/2025, luego de evaluar su eficacia.
El nivel de invasión que ha planteado la llegada de la tecnología a las vidas de todos, con su carga de beneficios incluida, no puede negar tampoco su condición de adictiva.
¿Qué autoridad puede reconocerse a un docente para educar si no puede controlar el uso de dispositivos en las aulas durante las clases? ¿Puede plantearse en términos de legalidad e ilegalidad una medida al respecto? En la era digital, muchos preconceptos deben ser revisados. Afortunadamente, algunos países intentan ya poner el caballo delante del carro. No combatir de alguna manera el sesgo de confirmación que imponen las redes es limitar perniciosamente el desarrollo del pensamiento crítico, acotando la libertad para pensar y alejando a los estudiantes de una de sus más sublimes potencialidades: la de aprender.