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“Serás lo que debes ser o no serás nada”

Por Rodolfo Oscar Negri    –     

Esta frase, atribuida al Gral. José de San Martín, parece expresada para la sociedad argentina frente a los momentos que vienen. Si bien la expresión podría ser el conjunto de la misma, se puede inferir un destinatario directo, que no es otro que nuestra famosa “clase media”.

¿Por qué esto es así?

En realidad, es la clase media el motor de cualquier cambio posible –no cruento- en nuestra sociedad. Ha sido protagonista de los grandes cambios. Por su acción o por su omisión se han realizado de las mejores –y también- de las peores cosas.

Esto también lo han visto los intereses minoritarios y concentrados (normalmente vinculados al capital extranjero y expositores de un discurso neoliberal) que casi siempre han dominado –de una u otra forma- en Argentina. Por eso, a lo largo de la historia, han trabajado sobre ella en dos temas fundamentales.

Por un lado la generación de una cultura dependiente de los centros de poder. Atar a nuestra clase media (o por lo menos a un sector importante de la misma) a las costumbres, modos, formas de hablar, etc. de las sociedades más avanzadas. Creen ser lo que no son. Perder la propia identidad. No reconocer sus propios intereses. Mostrar estilos de vidas glamorosos e incentivar lo que se denomina el efecto “imitación”. No sólo en lo que hace a modos de consumo, sino también a maneras y formas de hablar, a expresiones o adhesiones a diferentes posturas políticas. Incluso renegando de las políticas que los han favorecido y han posibilitado su ascenso en el escalón social hacia una vida mejor.

En segundo lugar, fragmentar. Generar divisiones. Hacer pensar que unos son más que otros. Sea por el color de la piel, por la educación, por religión o por el origen. ¿Cómo? Discriminando o generando discriminadores.

El centro de avanzada son los medios de difusión monopólicos –verdaderos arietes de deformación cultural y generadores de confusión- que juegan un rol fundamental en el bombardeo mediático de la población, generando sumisión y repetición de discursos vacíos y negadores de una realidad tangible. “Miente, miente, que algo quedará” repetía el ideólogo comunicacional Goebbels y esa es la fórmula aplicada.

Desgraciadamente este es un efecto que tiende a multiplicarse, llegando incluso a las capas bajas de nuestra población que “olvidan” sus raíces, su realidad y hasta sus propios intereses.

De aquellos “gauchos” (era un término despectivo para nuestra ilustración), a los –después- “cabecitas negras” (migración interna), a los hoy “bolitas” o “paraguas” (inmigración).

Normalmente es el color de la piel (y por supuesto la capacidad económica), el signo preferido.

Los insultos más usados por los chicos pobres son: “negro”, “villero” y “desnutrido”.

El antropólogo Alejandro Grimson —autor del libro “Bolivianos en Buenos Aires, relatos de la diferencia y la igualdad”— no sólo no se sorprende por el hecho, sino que agrega: “Es igual que cuando criticamos a ‘los argentinos’, como si nosotros no lo fuéramos. Si en una villa preguntás ‘¿dónde empieza la villa?’, te dicen que en la otra cuadra: ‘Acá hay asfalto: la villa empieza donde no hay asfalto’. O donde no hay luz. Pero siempre es allá, es de los otros”, dice Grimson.

El gesto se convierte en un arma de doble filo. “Despreciás a tu par, imaginando que podés escapar del lugar de discriminado tomando el rol del discriminador. Claro que es una salida imaginaria, porque si vos aceptás el juego de la discriminación, también alguien puede venir a discriminarte a vos”, explica Grimson.

¿Cuáles son las usinas desde donde se incentivan estas actitudes? Desde muchos medios de comunicación. No todos. Pero algunos de manera más intensa y persistente. Incluso de los mas “populares”.

Discriminación y mentira.

Dos caras de la misma moneda.

¿Dónde está la mentira? En instalar la idea de que los argentinos somos diferentes al resto de los latinoamericanos. Nosotros somos “europeos”, no indígenas. Que no descendemos –como metafóricamente se dice- de los indios, sino de un barco europeo.

Un estudio realizado por el Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la Universidad de Buenos Aires, a partir del análisis de casos en 11 provincias afirma que “Sin saberlo y tallado en el ADN, los argentinos portan un mensaje de sus antepasados. Y en el 56% de los casos el que lo legó dejó escrito simplemente un sólo dato: su origen amerindio. De la población actual, el 44% desciende sobre todo de ancestros europeos, pero el resto —la mayoría— tiene un linaje parcial o totalmente indígena”.

“Lo que queda al descubierto es que no somos tan europeos como creemos ser”, dice Daniel Corach, director del Servicio, profesor en la cátedra de Genética y Biología Molecular de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA e investigador del Conicet.

Ese instalado “orgullo” de sentirnos una parte de Europa en América latina disimula (mal) un pensamiento racista. Sentimos que lo indígena nos es ajeno. En el mejor de los casos lo abordamos con una mirada antropológica (“descendemos” a su cultura y sus problemas como objeto de estudio y curiosidad) o con un redescubrimiento cool en objetos de diseño. En el peor de los casos, ejercemos la discriminación en sus más variadas formas: por ejemplo, ser “cabecita negra” es una credencial que cierra las discos de moda y facilita el maltrato policial. En definitiva, nos cuesta reconocer lo indígena como parte de nuestra propia identidad. El estudio genético de la UBA socava ese prejuicio, lo deja sin sustento. «Ellos» son «nosotros».

Que discriminen las clases altas, dominantes y beneficiarios de la concentración de la riqueza; parece lógico. Lo que no es lógico es que muchos discriminadores, como discriminados, son los que reciben la menor tajada en el reparto del ingreso. Son a los que –también- les falta trabajo, educación, justicia y salud.

¿Y la solución?

¿Por dónde pasa, la solución?

En este sentido, así como Maquiavelo frente a la mutación -a la celeridad de las transformaciones que presenciaba en los comienzos del siglo XVI, cuya magnitud daba cuenta de los inicios de la Edad Moderna- apeló a la propia historia romana en sus escritos sobre Los Discursos de Tito Livio, como base para diseñar alternativas hacia el futuro; nosotros debemos apelar a las grandes tradiciones populares de América Latina.

Por eso debemos volver al nacimiento de nuestras nacionalidades y así podremos llegar a sorprendernos con las ideas, las propuestas, los principios y los valores que encontraremos.

Hay un maravilloso texto que habla, en los albores de nuestra Patria Latinoamericana, puntualmente sobre esto. “Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo ni el americano del Norte… La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano y este se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres diferentes en origen y sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia… Para sacar de este caos nuestra naciente República, todas nuestras facultades morales no serán bastantes si no fundimos la masa del pueblo en un todo… Unidad, unidad, unidad debe ser nuestra divisa. La sangre de nuestros ciudadanos es diferente, mezclémosla para unirla…” (Simón Bolívar, discurso de Angostura, 1819).

Son explícitas las expresiones –en este aspecto- de Artigas, Belgrano o San Martín (a quien el virrey de Chile le “acusó” de no firmar con “mano blanca”, porque tenía la tez oscura).

Ese es el camino, que asumamos que TODOS somos LO MISMO: parte de una Nación en formación. Claro que con diferencias, pero con el convencimiento de que TODOS necesitamos Educación, Trabajo, Justicia, Dignidad, Salud, etc. etc. etc. De que TODOS merecemos una vida mejor. Que para eso tenemos que volver a LOS VALORES. Volver a los PRINCIPIOS que sostuvieron los que forjaron nuestra nacionalidad. Que se instale en nosotros la idea de que juntos podemos hacer grandes cosas y fragmentados, seremos siempre una Nación por hacerse. A mitad de camino.

Ojalá que nos hagamos conscientes de esta necesidad.

Que nada de lo que hemos logrado es un derecho natural y adquirido para siempre y puede perderse si se abandonan los rumbos y las políticas actuales.

Ojala que no olvidemos quienes somos, de dónde venimos y porque estamos donde estamos, porque si no lo hacemos así, parafraseando al Gral. San Martín, “no seremos nada”.

 

Nota publicada el 1/11/15 en el diario La Calle y en la revista La Ciudad el 7/11/17