por Sara Liponezky –
Estamos en el último mes de este año desolador.
Padecemos una violencia, instalada desde el más alto nivel del poder político que ha ido calando espiritual y económicamente en nuestra sociedad. En los modos de relación entre las personas y marcadamente en los más jóvenes. En una agresión cotidiana al bolsillo de usuarios y consumidores, al pensamiento diferente, a la diversidad sexual, a los símbolos patrios, a los grupos especialmente vulnerables por edad, enfermedad o pobreza y al patrimonio nacional.
Sin embargo, hay un número ponderable de argentinos que muestran resignación, aceptación y algunos hasta expectativa de que “todo cambie para mejor”.
Aunque no es la misma que triunfo el 11 de noviembre de 2023, la realidad es un dato insoslayable. Quizás por eso fue tan escasa la audiencia interesada en el último mensaje del presidente, cargado de falacias, datos “al boleo” y sin rigor, en la misma línea de los golpes de efecto que le depararon éxito electoral.
Con el mismo cinismo que le permite venerar a su ministro de economía y condenar discursivamente a “defaulteadores seriales” y adeudadores cuando tiene a su lado un exponente destacado de esa lacra.
Con la premisa de reducir el Estado a su mínima expresión asistimos a despidos masivos, francamente impiadosos, a pocos días de la Navidad.
Publicitan con euforia un bono miserable, mientras resienten gravemente el sustento y la salud de jubiladas y jubilados.
En una política de descarte (de personas que encarnan sectores críticos) para evitar un gasto social “improductivo” que alteraría el sagrado índice del déficit fiscal.
En un festival de aumentos tarifarios, apertura irrestricta de importaciones, desfinanciamiento de la educación y la salud pública y perspectiva de privatizaciones, la ficción libertina sigue exultante y seguramente fortalecida.
Una buena parte de su celebración tiene que ver con la debilidad del campo nacional para reagruparse, renovarse y generar una alternativa interesante, sólida y creíble.
El vacío no es opción.
Por eso resulta llamativo escuchar el descontento con algunas medidas y o con los exabruptos repulsivos del presidente y al mismo tiempo una contradicción: “pero antes que … lo vuelvo a votar” o esa expresión que deambula entre la decepción y el reclamo “es que, del otro lado no hay nada”.
No es mi intención sumar nuevos diagnósticos sobre el presente, ni siquiera enunciar una propuesta, soy consciente de las enormes dificultades que atravesamos como país y sociedad, Sin embargo, tengo certezas de que sobrevive a pesar de su acción liquidadora, un pensamiento lucido, consistente con este tiempo de la región y el mundo, creativo y capaz de hilvanar otro proyecto nacional que movilice y trascienda los partidos.
Pero hoy si quiero compartir un deseo. Desde mi vocación por la vida como madre, militante y mujer, resiliente por las mismas razones. También por pertenencia a una generación fraguada en la adversidad. Con la memoria viva de los distintos procesos y actores que escribieron nuestra intensa historia, encarnando y reencarnando intereses sociales, económicos y políticos opuestos. Que se reciclan con diferente ropaje. Con la voluntad de abrir mi cabeza a la savia nutritiva de las y los jóvenes, para aprender nuevos modos de comunicarnos e interactuar, sin el autoritarismo de las verdades absolutas. Con firmeza y convicción sobre ciertos valores esenciales a nuestra identidad.
Búsqueda de la realización individual en una dinámica de desarrollo colectivo.
Reconocimiento del trabajo, la educación, la ciencia y la cultura como bienes sociales de acceso universal. Equidad como aspiración compartida para una convivencia saludable y vigorosa. Empatía con el Estado como gestor del Bien común, compensador de asimetrías sociales y promotor del desarrollo productivo. Ejercicio pleno, activo y entusiasta de la ciudadanía. Para sostener derechos, aportar ideas, crear consensos y recuperar la energía constructiva de tantas generaciones que reafirmaron soberanía, defendieron la democracia y generaron transformaciones justas y perdurables.
Mi deseo es que esta descarga abrumadora de agravios, violencia, intolerancia, egoísmo, perversidad y pragmatismo deshumanizado no se naturalice en la cultura, el lenguaje, los lazos y la actitud de las y los argentinos.
Que no nos quiebren la alegría ni perdamos la memoria. Que no berremos del lenguaje las palabras que nos honran. Que el “nosotros “sea una consigna para andar caminos. Que sintamos la autoestima como pueblo, por éxitos deportivos como por el prestigio mundial de nuestros científicos y el talento de nuestros artistas. Que no nos paralicen las frustraciones.
Somos víctimas de una provocación cotidiana. Pero tenemos reservas. Aun nos indigna la pobreza, nos duele el dolor de otros, nos rebela la indiferencia como también el abuso de poder (sin diferencias de color) , nos convoca la solidaridad y nos sigue emocionando la canción de Fito Páez, que en su últimos versos dice:
Yo vengo a ofrecer mi corazón
Cuando los satélites no alcancen
Yo vengo a ofrecer mi corazón
Y hablo de países y de esperanzas
Hablo por la vida, hablo por la nada
Hablo de cambiar esta, nuestra casa
¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón
Corazones argentinos en red, vitales y poderosos. Que sea un sueño colectivo para esta Navidad y el Nuevo año.