En clave de estos sueños, los que se repasan al terminar el año, los invito a mirar la pandemia sin por eso negar las penas, sufrimientos, horrores y la tristeza por los que se fueron. Ni tampoco la angustia de poner aún más al descubierto la desigualdad, la discriminación y la violencia. Todo eso está, todos los sabemos. Como también sabemos que el precio de cuidarnos es perder la libertad. Hagamos un esfuerzo para rescatar las cosas buenas, que no podíamos imaginar que trajera la pandemia.
¿Qué cosas buenas trajo la pandemia?
Cada vez que hice esta pregunta, la respuesta no fue inmediata, primero surgía la duda de que hubiera traído algo bueno, pero poco a poco, aparecía. La primera: mayor contacto con los demás, a pesar de la distancia. Nuevas formas de comunicarnos, incluso con gente que no conocíamos o con viejas amistades que reaparecieron o hicimos reaparecer.
– La medicina que en la medida de lo posible, se volcó a las consultas telefónicas y envió recetas por mail o por WhatsApp.
– Las pantallas vinieron en nuestra ayuda, las pequeñas del celular, y las más grandes de las computadoras, la web se pobló de zooms para encontrarse, estudiar y entretenerse. Esto nos trajo un aprendizaje imperioso e inusitado de la tecnología.
– Pudimos entrar libremente a museos y teatros, a galerías de arte, y a universidades que abrieron sus puertas virtuales para dejarnos pasar en forma gratuita. Muchos pensadores desde sus diferentes especialidades se reunieron a la distancia para desentrañar juntos como entender y enfrentar mejor las incógnitas de la nueva situación.
– La pandemia nos dio ojos nuevos para mirar lo cotidiano, antes no visto, no existente.
– Se cambiaron las prioridades, y el orden de los valores, cuidarse no es una tarea solitaria, sino responsable hacia los demás. Se redescubrió que los gérmenes existen, y se propagan, y se puso en primer plano aquel descubrimiento de Joseph Lister, el médico que salvó muchas vidas, por dar a conocer algo que hasta entonces no se sabía, y poner en un hospital de Viena un recipiente con una solución de cal clorada y un simple cartel: “Lávese las manos”.
– Trajo el cambio de relación entre generaciones, a los mayores hay que acompañarlos más, y los más chicos descubrieron que podían hablar más con ellos, no era tan importante ganarles en computación, porque ellos tenían mucho que decir.
– Estar más en la casa hizo que a veces sus habitantes descubrieran la importancia de hablar entre ellos y conocerse mejor.
– Apreciar el barrio, y valorizar los lugares que pueden llevarnos nuestros propios pies. Caminar como algo deseable. Pararse a mirar el propio hábitat, Menos contaminación, más silencio, mensajes más convincentes para estar más cercanos a la ecología.
– Descubrirnos con las emociones a flor de piel, tanto las cariñosas como las otras.
Pero, ¿qué es lo más importante que nos dejó?
¡Tiempo! Pero no cualquier tiempo, sino el tiempo no apurado, como le gustaba decir a María Elena Walsh, nos dimos cuenta de que el ritmo vertiginoso en que vivíamos no era indispensable
Aunque nos arrojó al tiempo de celular, que no es del mejor, nos dio las imágenes de la pantalla, donde nos encontramos con gente que hacía mucho que no veíamos, o con gente que veíamos por primera vez. Tiempo para aprender cosas nuevas o pospuestas, o para ver despertar la propia creatividad.
Aquí conviene acudir a Freud, que descubrió que estamos hechos de dos pulsiones principales, la pulsión de vida, y la pulsión de muerte, y que nuestras accionas todas son hijas de estas pulsiones.
Es la pulsión de vida que nos empuja a la creatividad, a la búsqueda de soluciones, al amor y la sensibilidad hacia nosotros y hacia los demás. Es la pulsión de vida la que nos lleva a cuidarnos del modo que aprendimos a hacerlo.
Pero estemos alertas porque la pulsión de muerte está activa y es una especie de diablo que nos sopla al oído que bajemos la guardia, y busca convencernos de que estamos cansados de tantos cuidados, que es hora de juntarse a divertirse de una buena vez.
Tengamos en cuenta que la pulsión de muerte no descansa, y nos tenemos que cuidar de ella, que está al acecho, y de pronto todo eso bueno que no soñamos pero está, puede desaparecer de un plumazo, cuando dejamos de cuidarnos, de apostar a estos nuevos lazos que supimos crea de un modo distinto, donde descubrimos otros modos de ser y de querer.
(*) Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Autora entre otros de los libros “Los sueños” y “Claves para escribir sobre psicoanálisis».
Fuente: Ámbito