por Ernesto Jauretche –
Cuando la cureña con el ataúd corría por Callao abriéndose paso entre una multitud doliente nos abrazamos desconsolados con el gordo Miguel Lisazo. En un compartido sollozo pronunciamos un mismo rezongo y la misma súplica: “Se murió el viejo hijo de puta… ¿Qué va a ser de nosotros?”
A 50 años de esa infausta fecha, la pregunta se repite con insistencia desesperante.
POBRE PERÓN
Con Perón ya muerto. Morto de muerte morida y morto de muerte matada. Hoy mil veces muerto.
¿Qué va a ser de nosotros?
VIVA PERÓN
Hablemos de nosotros, los peronistas. No de Perón y de su fin. No de su probable muerte sino de su segura vida. No es momento de interpretar su partitura, sino de reanudar la caliente peripecia de su odisea. La nuestra. La que elegimos. La que ejercemos como tributo al porvenir. La que nos llena de orgullo y nos expone alegremente a los peores riesgos: ¡La vida por Perón!
Pero aquella epopeya no se parece en nada al llamado peronismo que hoy sufrimos, sin épica ni timonel. No por esa desnaturalización el peronismo deja de ser el rompecabezas que desvela a pensadores de diversa calaña en todo el mundo. Es inequívoco e irrefutable que el Movimiento que lideró Juan Domingo Perón fue el más auténtico de los antagonistas históricos argentinos de las clases dominantes y, si así lo preferimos, la representación política de los trabajadores en la lucha de clases.
La marcha peronista lo definió en dos palabras: “combatiendo al capital”. A lo largo de medio siglo pagamos muchas más de 30 mil vidas por enarbolarlas como bandera. Esa consigna cardinal del movimiento nacional popular y revolucionario transó en “conciliando con el enemigo”. El citado régimen no dio jamás ni el menor asomo de querer parlamentar; no le hizo falta. Hubo peronistas que le hicieron el mandado. Perón volvió a morir. Deshonrado y malvendido siguió muriendo una y otra vez.
Por ingenio de comunicadores, sociólogos y políticos pusilánimes se reemplazó la estupenda síntesis ideológica de la marchita por el descafeinado: “el amor y la igualdad”. Todo bien. Y aunque la igualdad es el eje doctrinal del peronismo, esa consigna no sirve para pelear: no identifica a quien pegarle. Piñas al aire. No está mal: igual sirve para unir y guardar bien cuidadas la ética y el principio liminar de toda meditación sobre la justicia social, como si ella fuera posible sin vencer a su enemigo.
¿Y eso, qué quiere decir? Que somos enemigos antagónicos de una burguesía sin ideales nacionales, de una oligarquía subordinada y racista y de todo imperialismo extranjero. Con esos malos padrinos no podemos convivir ni andar juntos un metro de historia. Tiramos 180 grados en direcciones opuestas. No hay ancha vía del medio ni maneras políticamente correctas de resolverlo. ¿Revolución?
“Creer, he allí toda la magia de la vida”. Inmortal Raúl Scalabrini.
No obstante, otra vez, una inaudita calamidad encubre la apariencia de que el movimiento nacional agoniza, que las mayorías desamparadas perdieron la ruta de las quimeras, el rumbo de su emancipación. Acrecienta esa penuria el crepúsculo de lo que fue la luz que iluminó durante 70 años los caminos de la militancia política y social del movimiento de masas más poderoso de Latinoamérica.
No fueron sólo ellos, también contribuimos desde llamados peronismos a semejante catástrofe. Esta coyuntura no se parece a otras que hemos vivido: el peronismo huele a enfermo terminal. ¿Esperamos que se olviden o que nos perdonen?
Ni en la peor de sus pesadillas pudo haber imaginado el imperecedero General -ni por argentino, ni por tehuelche ni por soldado- tan indigno y humillante uso de su doctrina y del movimiento político-social que le sobrevivió medio siglo, nutrió a los pueblos oprimidos de medio mundo y fue ejemplo de grandeza y generosidad para todo el Continente.
La orgullosa y potente Argentina se aproxima a ser un apéndice miserable del imperio occidental en retirada. La pradera capaz de alimentar 400 millones de hambrientos, uno de los yacimientos de petróleo y gas más grande del planeta, los mares australes preñados de redadas desbordantes, el mar dulce y una cordillera casi virgen se ofertan por propinas al extranjero.
¿Qué quedará del ecosistema que supo ofrecernos prosperidad y alegría? La duda siempre es fructífera. Material de trabajo para repensar “una nueva y gloriosa Nación”. Un trabajo que empieza y termina cada día, y dará frutos… mañana.
Derrota es cuando al fin de la batalla te gana el otro y lastima tanto que hasta te quita las ganas de combatir. No es lo nuestro. Por eso esta vez la ausencia revolucionaria en el debate por el poder suena a postrimería. Una especie de prematura expiación de la dirigencia autodenominada peronista se asemeja más a una cómplice capitulación que a una derrota, que se caracteriza por tener su lado heroico, ausente en absoluto en el caso.
Lo más cierto y lo admitido ante los próximos comicios: un peronismo dispuesto a convalidar con su presencia electoral la farsa de la democracia representativa. Y otra oportunidad perdida. Es que el enemigo no es Milei ni los autodenominados libertarios: es el régimen.
“Hay que actuar en dirigente revolucionario y no en dirigente electoral, porque se trata de la disputa del poder”. Jauretche dixit en circunstancias similares a este actual advenimiento de otra Década Infame:
En este teatro de operaciones considerar el estado de situación del campo popular es el mayor esfuerzo a que dedicar la militancia política, ya que lo más certero hoy por hoy son los signos de interrogación que encierran la palabra peronismo. Si conjeturamos su desaparición como fuerza política será para prevenir una tragedia total, nacional, para todo el pueblo, peronista o no; incluso para el antiperonismo o la nada. Atreverse a suponer la defunción del peronismo nos expone a algo así como una caída libre al vacío, desde lo más alto posible de concebir. Un escenario de hecatombe y de holocausto.
Lo que era la base social de la revolución peronista, pueblos humildes, trabajadores, orgullosos de su argentinidad, conscientes y briosos, sitiados por el crimen organizado, la indigencia y la droga, se hacinan en comunidades desdichadas y mansas para poder comer de una olla popular. El colosal Río de la Plata ya no nos pertenece. Argentina no muje, como en tiempos de las vacas gordas. Tampoco se canta el God Save de Queen, melodía de la Década Infame.
Al eclipsarse el peronismo impera la impunidad sin límites ni valores. Donde una lumpen burguesía terminó pariendo un lumpen gobierno sustentado por un lumpen pobrerío. Una lumpen Argentina anda dando lástima por el mundo, en los lugares equivocados, a contramano de la historia. Y un pornográfico lumpen Presidente eleva el banderín de la entrega, celebrando la muerte de la Patria.
Momentos de desafío a la fe.
VIVA PERÓN
Marcelo Koenig en su clarísimo trabajo de aproximación a una epistemología nacional y popular, “¿Qué es el peronismo?”, propone “…escribir nuestra teoría política, trabajar nuestros mitos más allá de la racionalidad occidental y la colonialidad…esbozar nuestro propio texto de teoría política peronista, para no ser explicados por otros”. Y cita a Nicolás Casullo: “el peronismo pese a todo era siempre más, mucho más fecundo e insoportable que el mundo analítico que lo escudriñaba. Animarse a desplegar la teoría del peronismo es sucumbir, en los términos de Kusch, a la seducción de la barbarie”.
Lo de Mao: “salir del pozo tirando de nuestra propia coleta”.
Es abrir una entrada al sol para ventilar el aire viciado de la realidad política argentina actual porque la vida sigue, aunque nadie arriesga cómo emerger de la encerrona entre un capitalismo bandolero y un sistema político innoble. Pesadumbre mayúscula no de una decadencia a que la realidad nos expone; sino riesgo final de estrellarnos y de enterrar la Patria.
El enigma peronista es: ¿volverá regenerado, o Juan Perón se lo llevó a la tumba? ¿la conjunción líder-pueblo es incógnita resuelta? ¿lo atávico es imperecedero? En la coyuntura argentina política del 2024, la pregunta de fondo es: el peronismo ¿está vivo, luce lozano o cachuzo, ganando o perdiendo? ¿vive, murió, resucita? ¿Se reformulará, se resignificará, continuará, se transformará, se acabará quizás y la Argentina será descuartizada y consumida por la historia?
Entonces, es preciso reafirmar una y otra vez que no entender el peronismo implica una dificultad insuperable para entender la argentinidad, la Nación y su integridad, la de su territorio y la de su gente, desde el indígena al cabecita, el gringo, el morocho y el blanco, ricos y pobres.
El peronismo cualquiera sea hoy día (el de los Pichetto y compañía, con el más grosero afán de lucro; el que sigue mirando hacia atrás, residuo de lo que fue el kirchnerismo; el del autoritarismo que por sus obras lo conoceréis; algún rastro activo de la generación diezmada, o el de un verde y audaz muchachito y otra abundante variedad de alternativas de no menor calidad, tal vez enraizadas en los incipientes jóvenes modelos de comunidad organizada latentes en el territorio). Alguno de ellos es resabio ilusionado, otros sólo achaque, menoscabo de aquel peronismo que conquistó las mayorías populares y enamoró a la juventud. ¿Cuál es el verdadero? No existe; está en agraz: ese será es el peronismo que no tiene nombre aun.
No tiremos a la lujosa olla de las publicaciones utilitarias la conmemoración del 50 aniversario de la muerte del más grande argentino de todos los tiempos, eminente organizador de la realidad argentina: el ser supremo que en nuestra religión laica y social es considerado hacedor del universo real de la patria, el mesías emancipador esperado.
Ni fundador ni demiurgo, divinidad o ente: sujeto y objeto del peronismo: Juan Domingo Perón. A 50 años de su desaparición, es letra viva.
PERÓN VUELVE
VIVA PERÓN
Ernesto Jauretche
La Plata, 01/07/2024