Este es un tema que está en el tapete y que preocupa porque implica vidas. Con la intención de sumar un aporte es que reproducimos este interesante artículo que publica Bastión Digital con la firma de Diego Fleitas Ortiz de Rozas (Abogado y sociólogo – Master en Políticas Públicas (Oxford)) que ponemos a disposición de nuestros lectores.
La explicación de la violencia de género como una mera consecuencia de la cultura patriarcal impide ver la complejidad y la multicausalidad del fenómeno. Ante problemas como este no hay soluciones mágicas. En cambio hay una batería de políticas y herramientas concretas, basadas en estudios comparados y evaluaciones.
Cada vez que se hace público el asesinato de una joven o un hecho de abuso sexual resonante, todos nos horrorizamos, los medios de comunicación se hacen su festín, pueden suceder el peor tipo de reacciones, como el linchamiento recientemente ocurrido; pero también otro tipo de respuestas basadas en visiones ideologizadas, de tipo parcial y que ignoran la complejidad del fenómeno, e inevitablemente terminan siendo poco eficaces, como por ejemplo la Ley de Femicidios.
En tal sentido, la explicación de la violencia de género como una mera consecuencia de la dominación por la “cultura patriarcal” impide ver la complejidad y multicausalidad del fenómeno de la violencia en general y de la violencia contra las mujeres en particular; en las que intervienen causas tales como biológicas, sexuales, problemas psiquiátricos, problemas socio-económicos, conflictos como consecuencia de la interrelación personal o comunitaria, abuso de alcohol y drogas. Por supuesto, en algunos casos puede haber cuestiones vinculadas a lo que se denomina “cultura patriarcal”, pero en otros puede ser absolutamente menor o inexistente.
Para ejemplificar la complejidad del problema de la violencia hay que recordar que en Argentina en el año 2013 ocurrieron 3.352 homicidios (tasa de 8,8 cada 100.000), de los que un 12 % fueron mujeres, es decir 394 casos. Es decir que la enorme mayoría de los homicidios fueron de hombres, y en particular de jóvenes: quienes efectivamente pueden ser consideradas las principales víctimas ocultas o no lloradas de la violencia.
Además, vemos que existe una fuerte violencia interpersonal entre los hombres en general, pero también entre mujeres, de mujeres contra hombres, y dentro de parejas del mismo sexo. Como ejemplo es interesante el hallazgo de una investigación realizada en Uruguay por el Departamento de Criminología de Cambridge, respecto a que de los casos de mujeres estudiantes víctimas de ataques a golpes, un 60 % había sido víctima de otras mujeres; mientras que el informe de homicidios de la Corte Suprema de la Nación indica que de los 12 homicidios de violencia intrafamiliar en la Ciudad de Buenos Aires en el año 2013, de la víctimas y perpetradores un 75 % eran hombres y un 25% mujeres, para ambas categorías.
Todo lo cual es ejemplo de la dinámica general de violencia y de las limitaciones de explicaciones como la “cultura patriarcal”, la que además conlleva el supuesto de que somos buenos por naturaleza, y de que sin desigualdad no habría violencia. Esto es principalmente una afirmación ideológica, que puede ser políticamente legítima como también puede serlo la lucha por la igualdad. El problema es que puede provocar descuidar las causas concretas que aquí y ahora están generando violencia contra las mujeres, y llevar a fallas en las políticas. Al respecto, creo que es un hecho revelador que no habido prácticamente estudios empíricos en Argentina sobre estos temas.
Por otro lado, los casos recientes y que cobraron notoriedad de homicidios de mujeres en nuestro país, parecerían estar más vinculados a problemas de “desorganización social”, marginalidad, familias desestructuradas, iniciación sexual temprana, problemas psiquiátricos, o abuso de alcohol y drogas; mientras que el caso “Candela” parecería haber estado más relacionado a problemas de crimen organizado y corrupción policial que a cuestiones de género. Eso no quita que haya casos con componentes de machismo o cultura patriarcal, pero habría que determinar bien cuál es su peso real, y por cierto uno puede suponer que dicha cultura ha disminuido en la Argentina en los últimos decenios. Un ejemplo extremo y claro de un homicidio por la cultura patriarcal sería el de un pater familae o un jefe tribal que ajusticia a una joven por no casarse con el que le indican, pero esos no son los casos que estamos discutiendo.
Ante problemas como los mencionados no hay soluciones mágicas, e incluso las sociedades más desarrolladas mantienen ciertos niveles de violencia. De todas maneras, para al menos disminuir la violencia contra las mujeres, no debemos quedarnos con slogans o ideas simplistas, o meras reformas legislativas como la Ley de Femicidios, que no sirven o no se pueden aplicar, dados problemas de definición y de prueba. En cambio hay una batería de políticas y herramientas concretas, basadas en estudios y evaluaciones de impacto, que nos van a servir para mitigar dicha violencia.
Empezando con la educación en el respeto, en la sexualidad y contra conductas de riesgo tanto de hombres como de mujeres; la prevención del abuso de alcohol y drogas; la disminución del acceso a armas de fuego; la identificación de personas vulnerables por docentes o agentes de salud; las terapias que abarquen los jóvenes y sus familias; la decisión de hacer responsable a los lugares de esparcimiento nocturnos; el acceso por las víctimas a asistencia social o judicial; la aplicación racional de medidas cautelares mediante evaluaciones de riesgo, y no a tontas y locas (ya que estas medidas mal implementadas pueden agravar los conflictos); el uso de tecnología para el control de las medidas de protección; y terapias multi-sistémicas para los ofensores.
Asimismo, y si bien muchos perpetradores no son de alta peligrosidad, puede haber un grupo pequeño de ellos que sí lo sea, como por ejemplo es el caso de los violadores seriales. Una buena forma de comenzar su control es que se apruebe el registro de datos genéticos, cuyo proyecto de ley duerme en el Congreso, y que se empiece a implementar seriamente dicha tecnología. A su vez, la adecuada evaluación de riesgos es lo que permite decidir la magnitud de las sanciones, la negación de la libertad condicional, o su otorgamiento con todas las medidas rigurosas de control tecnológico que sean necesarias. Entonces, con medidas concretas y dejando detrás las ideologías vamos a ir logrando no terminar pero sí disminuir las muertes y la violencia de género que hoy nos espantan.
Por Diego Fleitas Ortiz de Rozas – Abogado y sociólogo – Master en Políticas Públicas (Oxford).
Fuente imagen: APP/María Florencia Gundín
(fuente: http://ar.bastiondigital.com)