En los últimos años, los niños y adolescentes transgénero han empezado a circular con mayor notoriedad por nuestra cultura. Su presencia hace explotar la concepción binaria de género, alimenta la idea de la diversidad, confunde a sus entornos afectivos, escolares y terapéuticos. Configuran un mundo de difícil comprensión. Se los patologiza, pero como modo de simplificarlos. Decir que hay algo mal en ellos representa una intención de entenderlos. También, por supuesto, se los patologiza desde la mala intención, la discriminación lisa y llana de orden religioso, conservador, o dimensiones afines.
En Concepción del Uruguay me ha tocado ver a varios niños y adolescentes transgénero. Para quien no esté advertido, son sujetos que desde tempranísima edad en el caso de los niños (antes de los 4 años inclusive) pugnan por desarrollarse con una identidad de género que no acuerda con la asignada al nacer. De esta manera, piden vestirse, jugar, y vincularse con los demás en líneas generales de una forma que no coincide con las concepciones tradicionales que tenemos sobre masculinidad y femineidad.
No hay una moda de los transgénero. Sólo son más visibles. Se les asigna mayor atención, hay películas y notas como esta que les dedican espacio. En el Hospital Durand, desde hace algunos años funciona el Servicio Integral de Atención a Travestis, Transexuales, Transgéneros e Intersexuales, dirigido por el Dr. Adrián Helien. Lo componen psicólogos, psiquiatras, y endocrinólogos. Estos últimos cumplen una función fundamental. Al llegar el momento de la adquisición de los caracteres secundarios (barba, nuez de adán, mamas entre otros), los sujetos trans corren el riesgo de caer en descompensaciones psiquiátricas, por lo cual muchas veces se estudia la posibilidad de realizarles tratamientos hormonales que prevengan estos estallidos.
Helien explica que “la transexualidad se define por la percepción íntima y profunda que cada persona recibe en su cerebro sobre si es varón o mujer. Para que se entienda: son personas que nacieron con el cuerpo equivocado porque sus mentes les dicen otra cosa”.
Se estima que 1 cada 500 niños presenta diversidad de género; por esto último se entiende: conductas e intereses que trascienden el límite de lo considerado normal para un determinado sexo biológico asignado a una persona.
Me he cruzado con familias que atribuyen la transgeneridad a abusos sexuales, estilos parentales, enfermedades genéticas, crisis familiares, elecciones. La realidad es que no hay aún una explicación acabada de la etiología. Tal como ocurría con la homosexualidad en un pasado reciente, el Manual de Trastornos Mentales DSM IV vinculaba el ser transgénero a la categoría de Trastornos sexuales. En el DSM V aparece la categoría de “disforia de género”, describiendo una disconformidad afectiva y cognitiva con el género asignado al nacer. Es muy difícil, a veces, discernir si los síntomas que muchas veces acompañan a estos sujetos (baja autoestima, depresiones, ansiedad, ideas de muerte, autolesiones entre otros) son causa o consecuencia (por la discriminación) de su expresión trans.
El tema tiene múltiples aristas, y es controversial. Parece adecuado, sin embargo, simplemente ayudar a visibilizarlo, y darle un tono que exceda el juzgamiento o la asignación de una enfermedad. En nuestra ciudad hay muchos niños y adolescentes trans que buscan ser alojados afectivamente, y no podemos, como sociedad, cultivar en ellos resentimiento y tristeza.