Bernardino de la Trinidad González de Rivadavia y Rodríguez, más breve Bernardino Rivadavia, se sentó en su célebre sillón el 7 de febrero de 1826. El «primer presidente» de las Provincias Unidas, el «hombre civil más grande de los argentinos» como lo bautizó Mitre, llegó al cargo gracias al nombramiento por el congreso en un acto viciado de nulidad.
Rivadavia llegó al poder para imponer a las provincias una constitución que destituía a los gobernadores e imponía el poder central de Buenos Aires como solo fue posible décadas después gracias a las «guerras de policía» contra el interior lanzadas por Mitre, que implicaron en algunos casos los asesinatos de los gobernantes, como el “Chacho” Peñaloza, o el genocidio de pueblos enteros, como el Paraguayo.
Primeros datos
En el acta del Cabildo de Buenos Aires del 31 de diciembre de 1808 están las primeras noticias de don Bernardino, nada halagüeñas, que él no desmintió con sus actos posteriores. El acta dice que no se debe admitir en el cabildo a «personas incapaces, que en este grado se halla don Bernardino González Rivadavia: que no ha salido aún del estado de hijo de familia, no tiene carrera, es notoriamente de ningunas facultades, joven sin ejercicio, sin el menor mérito y de otras cualidades que son públicas en esta ciudad…».
Mariano Moreno, años después, se pregunta cuándo se inició este repentino comerciante en la carrera del comercio, cuál fue su giro, cuáles sus conocimientos, cuáles sus fondos u actos mercantiles por los que se haya hecho conocer en esta ciudad ¿Es caso presumible que una gruesa y complicada negociación se encomendase a la administración de un joven que no conoce las calidades de los efectos, que no distingue la Bretaña de la Francia de la de Hamburgo, que ignora los precios… y carece de los conocimientos facultativos que exigen prácticas y principios que él no ha tenido?».
Moreno advierte que Rivadavia «sostiene un estudio abierto sin ser letrado y usurpa el aire de los sabios sin haber frecuentado las aulas … y todos estos papeles son triste efecto de la tenacidad con que afecta ser grande en todas las carreras cuando en ninguna de ellas ha dado el primer paso».
«El mal de la Argentina es la extensión»
A los rivadavianos se debe la pérdida del Alto Perú, que fue resultado de un plebiscito convocado por el mariscal Sucre, al que Bolívar era contrario porque no quería nada que dividiera y balcanizara, a diferencia de Rivadavia, que pensaba solo en los territorios donde Buenos Aires pudiera ejercer su dominio. Por eso, ante las dificultades que le creaba Artigas, cuyo proyecto político federal era muy diferente, su partido entregó el Uruguay a los portugueses, incluyendo parte de Entre Ríos.
San Martín debe la renuncia que hizo ante Bolívar en Guayaquil a la falta de apoyo de Rivadavia, que no quería gastar en aventuras libertadoras el dinero del país que los comerciantes de Buenos Aires reputaban suyo. Cuando regresó a Mendoza, Rivadavia planeó matarlo a su llegada a Buenos Aires, pero el vencedor de Chacabuco fue advertido por Estanislao López y entró de noche y de incógnito a la ciudad para embarcarse en seguida para Europa.
El historiador canadiense H.S.Ferns dice que “Rivadavia era incapaz de lealtad, honestidad o siquiera buenas maneras en sus relaciones con los hombres que lo rodeaban con quienes estaba obligado a llevar los negocios de la comunidad. Odiaba a los hombres que eran más notables o tenían más éxito que él. No encontraba nada demasiado maligno que decir sobre San Martín y Bolívar.”
Cómo lo veía San Martín
En carta el chileno Pezuelos seis años antes de morir, San Martín enumera «méritos» de Rivadavia:
«El célebre Rivadavia empleó sólo en la madera para hacer andamios para componer la fachada de lo que llaman Catedral, 60 mil duros, se gastaron ingentes sumas para contratar ingenieros en Francia y comprar útiles para a construcción de un pozo artesiano al lado de un río y en medio de un cementerio público, y todo ello se hacía cuando no había un muelle para embarcar y por el contrario se deshizo y destruyó el que había de piedra y que había costado 600 fuertes en tiempo de los españoles; el ejército estaba sin paga y en tal miseria que pedían limosna los soldados públicamente. El fin estableció el papel moneda que ha sido la ruina del crédito de aquella República Argentina. Sería de no acabar si se enumeraran las locura de aquel visionario y la administración de un gran número de mis compatriotas, creyendo improvisar en Buenos Aires la civilización europea con sólo los decretos que diariamente llenaba lo que se llama el Archivo Oficial».
Rivadavia tuvo responsabilidad directa en el negocio doloso de las minas de Famatina. Las cartas de la casa Hullet ofreciendo garantías en dicho negocio, fundadas en el nombramiento de Rivadavia como Presidente de la Nación a las que suma el cargo de Director de la Compañía, con mil doscientas libras de sueldo, son bastante esclarecedoras.
Los historiadores oficiales hicieron silencio mientras pudieron sobre el empréstito que tomó de la banca inglesa Baring Brothers, que se terminó de pagar un siglo después a precio de oro, a pesar de que a nuestro país apenas llegaron algunos papeles, y éstos consignados a comerciantes ingleses de Buenos Aires.
El 2 de abril de 1824 venció el término de Martín Rodríguez a quien sucedió Las Heras. Rivadavia rechazó el ministerio ofrecido por el gobernador, pues prefirió la misión como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Inglaterra y Francia, países que todavía no habían reconocido nuestra Independencia por lo que un embajador alli era absurdo, tanto como el personaje elegido para la misión.
Al regresar con el prestigio que siempre acompañaba al que volvía de Europa, fue designado por los diputados del congreso constituyente presidente de la Nación, sin cumplir requisitos básicos, como no haber sido fijado la duración del mandato presidencial, entre otros. En estas condiciones, con un nombramiento amañado detrás del cual estaba Inglaterra como siempre detrás de Rivadavia, inauguró el sillón presidencial que gracias a Mitre lleva su nombre.
Rivadavia en La Rioja
Tan pronto se sintió presidente, pasó las tierras públicas a propiedad nacional, lo que le abría la posibilidad de entregar las minas de oro de Famatina a los ingleses. Escribió entonces a la firma Hullet Brothers que «las minas son ya, por ley, propiedad nacional, y están exclusivamente bajo la administración del presidente».
Por ley también, Famatina fue concedida a la Mining. Pero los ingenieros ingleses toparon en La Rioja con Facundo Quiroga, que no sentía que Rivadavia fuera presidente en su provincia, al punto que como buen desobediente indignó a Rivadavia, que veía que se le ponian obstáculos a los ingleses.
Hizo aprobar una ley que autorizaba a disponer de 50.000 pesos para ayudar al ejército presidencial de Lamadrid a tomar el Famatina y a derrocar a Quiroga.
Cuando los ingleses en su rápida excursión al Famatina vieron que no había trato con Facundo, reclamaron la entrega del Famatina, y demandaron daños y perjuicios al gobierno nacional por la suma de 52.520 libras.
Rivadavia, presidente golpista, había aceptado cargos rentados en compañías destinadas a tratar con el gobierno que él mismo presidía y cuya concesión vendió en 35 mil libras esterlinas. El presidente se hizo nombrar director de la Compañía y su representante. Rivadavia aceptó el cargo de presidente del Borrad of Management.
Tal fue el primer negociado del nevado de Famatina, que no le salió del todo bien pues se encontró con Quiroga.
De la Redacción de AIM.
(Fuente: AIMDigital)
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 14/11/2021