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Memoria: el caso de Juana Doña. La comunista que salvó Eva Perón

En 1947, la primera dama argentina, de visita en España, logró que Franco le conmutara la pena a una condenada a muerte.
Juana tenía 29 años cuando la condenaron a morir. Eva, 27 cuando se plantó frente a Franco para pedir por su vida. No se conocían ni lo harían nunca.
«En realidad -cuenta Juana-, quien le escribió a Evita fue mi hijo, Alexis. Yo ya estaba condenada, presa en Madrid, con visitas restringidas. Mi madre lloraba y a mi hermana Valia se le ocurrió que el niño escribiera un cablegrama a Eva pidiéndole por mi vida.»
-¿Cómo fue que llegaron a ella?
-Mi hermana Valia, la segunda de tres que somos, dijo tener relación con algún familiar de Eva que se dedicaba al espectáculo. Y sabíamos que si ella intercedía, Franco no se lo negaría. Necesitaba el apoyo argentino.
-¿Qué decía la carta?
-Empezaba así: «Señora Eva Perón, por favor, a mí me han fusilado a mi padre y ahora van a fusilar a mi madre». ¡Claro! No la inventó el niño, se la dictaron. Pero él la escribió con su letra y lo hizo muy bien.
-Usted jamás dijo nada a Eva Duarte. ¿Por qué?
-No me interesé yo, ni se interesó ella. Fuimos dos mujeres que no tuvimos relación. Ni le di las gracias. Y no se crea, hay gente que eso me lo reprocha y otra gente que dice que hice bien.
Días después de una primera charla, la amable firmeza de Juana se distiende un poco y cuenta el final de la historia. El momento en que se enteró de la muerte de quien la había salvado.
«Me habían trasladado a la cárcel de castigo de Guadalajara, un sitio del que no quiero ni acordarme. Franco había dispuesto una hoja informativa para las presas. Se llamaba «Redención» -¡fíjese el nombre!- y allí leí, con atraso, la noticia de su muerte», dice.
-¿Qué pensó?
-Admito que, entonces, me hubiera gustado enviar un telegrama, al menos. Al fin y el cabo, yo vivía por ella.
-¿Y por qué no lo hizo?
-No pude. Sólo tenía una visita al mes de veinte minutos. Se me iban en estar con el niño, si venía. O en preguntar por él, si no lo dejaban entrar. ¿Sabe? No me arrepiento de nada, pero sí lamento no haber podido criarlo. Cuando quedé en libertad, lo reencontré con 24 años, hecho todo un hombre.
Extracto de nota de Silvia Pisani
BIBLIOTECA VIRTUAL PERONISTA
Colaboración de Juan Martín Garay