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Los 38 Orientales

Por Tabaré Oddone    –    

Cuando pequeño, mi padre solía contarme anécdotas de aquí y de allá, sobre todo en inviernos sin nieve pero de dientes apretados, que disfrutábamos acompañados por el crepitar de los leños en la hermosa estufa a leña de nuestro living. El viejo leía mucho y de todo y el universo lo había dotado de una memoria asombrosa. También tenía un gran sentido del humor que muchas veces me hacía dudar si lo que me contaba era cierto o inventado. Aún así yo disfrutaba y atesoraba sus relatos. Y los recuerdo profundamente hasta el día de hoy. Mi padre, uruguayo, nacido en Paysandú, era un hombretón cercano a los dos metros, de caminar largo y pausado, falleció cuando yo todavía no había pisado los quince años. Murió joven, con 46 años, en la plenitud de la vida y aunque contrariamente a lo que se pueda suponer, en tan pocos años que fui consciente del disfrute, abundó en brindarme conocimientos y enseñanzas que como dije anteriormente las guardo muy apretaditas en mi  ya viejo corazón.

Una de las tantas anécdotas que vienen a mi memoria es bastante graciosa y hasta difícil de creer. Pero fue totalmente real. Lamentablemente real diría.

Allá por la década del cuarenta  en elecciones uruguayas, la disputa estuvo como la mayor parte de la historia del paisito, dividida mayoritariamente en dos partidos: blancos y colorados. Estados Unidos intervenía en el conflicto mundial y metía sus inquietas y atrevidas narices en países de América Central. Y como siempre ha sucedido en estos países “estadounidense dependientes”había políticos y electores que apoyaban y quienes rechazaban este tipo de “extraños”movimientos norteamericanos.

Mi padre en esos días era Batllista e inclinaba mucho sus ideales políticos hacia la izquierda por cuanto y tanto me permite mi mezquina memoria recordar. Por aquellos años (década del 40) los Batllistas y los izquierdistas estaban en un todo en desacuerdo con Terra. Y algo de esa triste historia mi viejo me alcanzó a contar. José Luis Gabriel Terra del partido colorado (abogado y político uruguayo, Presidente constitucional entre 1931 y 1933, de facto entre marzo de 1933 y mayo de 1934, e interino hasta junio de 1938) había generado divisiones en filas de su partido sobre todo cuando empezó a mostrar las duras uñas dictatoriales para finalmente terminar dando un Golpe de Estado (golpe dado el 31 de marzo de 1933, desde el Cuerpo de Bomberos apoyado por la Policía, dirigida por su cuñado Alfredo Baldomir quien luego lo sucedería como presidente ,el Ejército y el sector mayoritario del Partido Nacional, dirigido por Luis Alberto de Herrera)en un giro de timón característico de ineptos dirigentes de turno. Disolución del Parlamento y censura de la prensa, y algunos otros menesteres que suelen hacer estos tipejos. En fin, nada nuevo. El sanducero Alfredo Baldomir Ferrari (militar, arquitecto y político uruguayo) que fue presidente entre el 38 y el 42,también fue golpista(disolvió el Parlamento y lo reemplazó con un Consejo de Estado, compuesto por partidarios del ex presidente Batlle y otros Colorados, en febrero de 1942. Este golpe de estado fue ejecutado sin violencia ni mayores abusos y destinado a evitar que la crisis institucional se radicalizara. Los Batllistas y comunistas adhirieron a  la decisión de Baldomir, pero los socialistas le acusaron de ser uno de los protagonistas del golpe de estado de 1933). Apoyado o no, fue golpista, aunque parece ser que la historia lo calificó a su golpe como “golpe bueno”.

Mis disculpas por mi aterrador desconocimiento en el tema, no sabía en realidad que existían “golpes buenos” y “golpes malos”.

Bien, continúo…

En cuanto al Partido Nacional,  las aguas estaban divididas entre herreristas y blancos independientes con un único frente común en la posición antiimperialista a la intervención de Estados Unidos en los asuntos de otros países.

Y de todos estos vaivenes de anécdotas aparece la tan esperada frutilla del postre: los sueños de Tortorelli.

Lo llamaban “el paladín de los desheredados”, “el gran orador de la verdad”, “el candidato del pueblo”, “el salvador de la patria”; ¿quiénes?, no se sabe.Su nombre era Domingo Tortorelli y contaba entonces con 40 años de delirantes sueños presidencialistas al hombro.

El telón se corre y entran las marionetas. El teatro  se viste de fiesta y surge Domingo Tortorelli, el eje central del cuento de mi querido padre.

Este delirante señor, se autodefinió como el “primer demócrata “y por razones obvias que iremos comentando, pasó a formar parte del gran circo  que es la “política Cartoon Network”, fantasías animadas de ayer, de hoy y de siempre.

El Uruguay es muy pequeño, por algo los Olimareños lo llamaron “Mi Paisito” en aquella hermosa canción “Ta llorando”. Pero aún así tiene una población aproximada de unos tres millones y medio de habitantes…

Pero veamos por qué lo tratamos de delirante al “pobre” Domingo.

Este singular candidato prefería “cortarse solo”  según sus propias palabras y muy a pesar de las propuestas, -que afirmaba le llovían-, de los dos grandes partidos políticos uruguayos.

Sus quiméricas propuestas de campaña fueron el hazmerreir de todo el Uruguay. Aún hoy se escuchan y suenan fuerte al recordarlo.

Menos para los 38 delirantes como él que lo votaron por supuesto.

Su esposa, Anatolia Manrupe de Tortorelli, docente, bastante mayor que él y con dinero suficiente en su caja fuerte como para mantener y fomentar los sueños de locura de su marido, integraba la fórmula presidencial. ¡Pobres educandos!. Una dupla sin igual…

Este populista por antonomasia se asomaba al balcón de su residencia ubicada en 18 de Julio y Juan Paullier (lugar estratégico cuando las personas regresaban a sus hogares caminando por la principal avenida después de algún partido de fútbol importante) repleto de estandartes e iniciaba sus célebres discursos.

Si era votado presidente del Uruguay, aseguraba que habría: canillas de leche en las esquinas, carreteras en bajada para ahorrar combustible, jornadas laborales de 15 minutos para los empleados públicos y de seis horas para los privados, reforma agraria sin exclusiones, techaría las plazas para evitar que los pobres duerman a la intemperie, techaría el Estadio Centenario, crearía 200 cines municipales gratuitos, todos los ciudadanos mayores de edad serían empleados públicos, transformaría el Valle Edén de Tacuarembó en una nueva Venecia, inundándolo, proponía aumentos  para los funcionarios públicos, los municipales, los jubilados, los pensionistas, las Fuerzas Armadas y la Policía, en materia de vivienda, sustituiría los asentamientos precarios por cómodas y confortables viviendas económicas modernas; cinco mil de ellas se extenderían,-por ejemplo-, a lo largo y ancho del campo del Club de Golf, implantaría el matrimonio obligatorio a partir de los 25 años, rebajaría a la mitad y por decreto, los precios depasajes de ferrocarril, fletes para ganado, y hasta los pasajes a Buenos Aires, y como remate rebajaría a la mitad de precio la yerba, el azúcar y el vino.

Mi querido padre no exageraba esta vez. Al traerlo a mi memoria logró inundarme con una estrepitosa risa de recuerdos.

Por suerte y beneplácito de uruguayos sensatos fue, a su modo, el primer y último candidato del disparate.

Menos para los 38 Orientales  que tuvo como votantes, por supuesto…

 

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