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López Jordán: últimos días de la víctima

 «Amnistiado por Juárez Celman, se instalará en Buenos Aires en 1888, donde sería asesinado el 22 de junio de 1889 en circunstancias no aclaradas satisfactoriamente». José María Rosa.
“Historia Argentina”, tomo VII. pág. 360.

A mediados de agosto de 1888 retorna de su forzado exilio oriental el caudillo entrerriano Ricardo López Jordán. Casi diez años antes, en 1879, López Jordán se fuga de la cárcel en Rosario pidiendo asilo en Uruguay, el que le fue concedido. El sobrino de Francisco Ramírez, había nacido en Paysandú, razón por la cual el presidente uruguayo no le puede negar el derecho de exilarse en su propio país a pesar de los reclamos del gobierno argentino. Le esperan diez interminables años de exilio.

El «zorro» Roca lo seduce para sumarlo a su proyecto político pero López Jordán prefiere aguardar que las condiciones mejoren para volver a su patria.

En 1888 resuelve volver a Buenos Aires luego de la amnistía que le otorga el Presidente Juárez Celman. Se radica en la ciudad puerto dispuesto a vivir con su familia que lo había esperado pacientemente. Está voluntariamente alejado de las intrigas revolucionarias y de la acción política. Sólo aspira a su reincorporación al ejército nacional al que pertenecía y realiza las gestiones necesarias para recuperar su grado de General.

El distrito de Buenos Aires ya es la Capital Federal, y se debe de haber asombrado el caudillo de los cambios producidos en la «república liberal y mercantil», poblada ahora de inmigrantes y gobernada por el orden conservador.

Sorprendido debió contemplar los palacetes de Barrio Norte levantados recientemente por arquitectos italianos y franceses. El «progreso» ha penetrado la ciudad, se inauguran obras monumentales como el Palacio del Congreso y el Teatro Colón. Es la Argentina de los  80, el país de la «gran ilusión» de las clases dominantes.

A mediados de septiembre de aquel año una noticia conmueve a la ciudad, Sarmiento había fallecido en Asunción del Paraguay. El presidente Juárez Celman decide rendirle honores y organizan sus exequias para el 21 de septiembre. En la ciudad se organizará un entierro espectacular. El coche fúnebre es majestuoso, lo mismo que el carro que lleva las coronas. El Presidente de la República en carruaje de gala forma parte del cortejo fúnebre y los faroles de las calles hasta llegar a la Recoleta están encendidos y enlutados con crespones negros. A millares de concurrentes les ha atraído el espectáculo y suponemos, que entre ellos, se encuentra curioso, mirando el paso del cortejo, Ricardo López Jordán.

¿Qué habrá pensado el caudillo cuando vio pasar, frente a él, el féretro con los restos de Sarmiento? López Jordán volvía a Buenos Aires justo a tiempo «para ver pasar el cadáver de su enemigo». No sabemos qué medita el caudillo cuando ve desfilar la cureña lentamente frente a él, pero tal vez lo podríamos suponer: piensa frente al muerto ilustre en el estado de desolación y ruina en que se encuentra la provincia de Entre Ríos como consecuencia de las intervenciones armadas ordenadas por Sarmiento. Recordará las inútiles y heroicas cargas de caballería, las últimas montoneras precipitándose contra los poderosos cañones Krupp. Sonarán quizás en sus oídos las descargas de los fusiles a repetición Rémington que, el ahora extinto Sarmiento, compró para reprimir la rebelión. Escuchará el grito desgarrador de los heridos. Recordará a sus gauchos muertos en Ñambé o Don Gonzalo. Evocará sus heroicas derrotas, la captura, la cárcel, la fuga y el exilio.

Pensará Don Ricardo también que el hombre dentro del féretro le imputó hace muchos años una muerte que no cometió, que sigue impune y que, tal vez Sarmiento se lleve el secreto de los verdaderos autores del crimen a la tumba. El asesinato de Urquiza en el Palacio San José no es su responsabilidad. El dio la orden de capturarlo vivo pero, un grupo de exaltados lo ultima salvajemente y él carga con la muerte de Urquiza como si fuese un vil asesino cuando quizá el atentado fue pergeñado por un grupo de porteños, entre ellos, tal vez, «el loco» Sarmiento, que en esos tiempos era Presidente de la República. «Ellos mismos asesinaron a Urquiza y utilizaron el crimen para atribuírmelo e invadir la provincia…» ¿Qué pensará en fin, frente a los despojos del hombre que le tasó su cabeza en 1000.000 pesos fuertes como si fuese un vulgar matrero?

El General camina hacia la muerte

Pasan los meses y el año 1889 lo encuentra al caudillo integrado a la gran ciudad. Siete hijos y su mujer le hacen ahora la vida plena después de tanta ausencia, lucha y sufrimiento. El vencido de «Don Gonzalo» logra por fin arraigarse en su nueva vida.
No participa en política pero, a través de sus amigos, viejos federales, está informado de las varias conspiraciones que la oposición está planeando para desestabilizar la administración de Juárez Celman.

Junto con los primeros fríos del invierno porteño llega el fatídico 22 de junio. Después de almorzar con su familia sale a la calle y se encamina por la calle Esmeralda hacia la casa de su amigo Dámaso Salvatierra para visitarlo.

Lo imaginamos caminando lentamente, suponemos que advierte que en la vereda opuesta el coronel Leyra está cruzando la calle para saludarlo, cuando de repente y por detrás es atacado por un desconocido quién le dispara en la cabeza dos tiros de pistola Lafaucheaux del calibre 12, una de cuyas balas, penetra en la parte posterior de la cabeza, cerca de la oreja derecha, atravesando la masa encefálica. El general cae herido de muerte frente el número 562 de la calle Esmeralda, domicilio de uno de los hijos de Urquiza, llamado Diógenes.

Agonizando es llevado a la farmacia Menier ubicada en la esquina de Esmeralda y Tucumán donde se intenta salvarle la vida pero es inútil. El General ha muerto. Así, matado por la espalda con alevosía, caía el último caudillo federal, jefe de las últimas montoneras que intentó fijar un curso nacional para su patria argentina, que defendió la soberanía de su provincia, Entre Ríos, y que fue derrotado por fuerzas militares superiormente armadas por el gobierno «civilizador» de Sarmiento.

De la identidad del asesino

¿Quién es el matador, quién es el asesino? ¿Quién es «el individuo alto, moreno, de poblado bigote negro» que mató a don Ricardo López Jordán? Se trata de un joven de 27 años, de nombre Aurelio Casas, que es arrestado y declara en sede judicial haber obrado por venganza: su padre, Zenón Casas, expresa, fue fusilado por orden de López Jordán.

Pero el homicida miente. Las noticias de la época y el proceso del imputado dejan muchos cabos sueltos y suspicacias sobre el verdadero móvil del alevoso atentado.

Con respecto a la muerte del mencionado Zenón Casas, padre del matador, hay dos versiones: La primera de Fermín Chávez revela que habría sido muerto por orden del comandante oriental Oviedo en el mes de mayo de 1873. Una segunda versión expresa que:

«según los datos personales que he obtenido, fue primero partidario de López Jordán y después su enemigo político, y si se tiene presente la versión que corre en Entre Ríos, de que yendo Casas en viaje al Uruguay, con una partida de diez hombres, estos mismo lo ataron y le dieron muerte para librarse de su mando» (Dictamen del Agente Fiscal. Fallos y disposiciones de la Excma. Cámara de Apelaciones de la Capital. Publicados por Luis S. Aliaga y Daniel J Frías, tomo IX. Buenos Aires, 1896).

La historia oficial insiste en el motivo expresado por el reo en las actas del juicio, lo maté para vengar a mi padre, pero en verdad el asesino estaba encubriendo los motivos del crimen y la identidad de sus mandantes.

Una muerte poco clara

En el dictamen de la fiscalía citado más arriba encontramos la siguiente afirmación:

«…Los testigos Andrés Pigneto y Luis A. Leompart, que oyeron decir que el procesado se encontraba en Buenos Aires, porque lo había traído don Justo Urquiza; y por otra parte, José Abella, que declara: que además de tener conocimiento que Justo Urquiza buscaba a Aurelio Casas, afirma que fue visto por el citado Urquiza, para que matara al general López Jordán, y Felipe Limo, que afirma también saber que el citado Urquiza hacía diligencias para dar con el paradero de Aurelio Casas».

La familia Urquiza le hace llegar a la familia del matador, que se encontraba en una total indigencia, una fuerte suma de dinero en concepto de «donación». La gente comenta sobre esta «donación» y en una hoja sin pié de imprenta publicada en Gualeguaychú, lo que hoy llamaríamos un panfleto, se lee la siguiente información:

«Se ha promovido una suscripción entre los miembros de la familia Urquiza para regalar 70.000 pesos a la esposa del sujeto Aurelio Casas, el asesino del general Ricardo López Jordán… El doctor Diógenes Urquiza ha suscripto la mitad de esa suma, es decir, 35.000 pesos nacionales. Cuando el criminal conozca esta noticia, se convencerá que su esposa y sus hijos van a salir de la miseria en que han estado hasta ahora».

Ninguno de los miembros de la familia Urquiza fue citado por la Justicia a declarar sobre una supuesta y posible complicidad en el crimen. El matador Aurelio Casas es condenado a cadena perpetua y en ocasión del 25 de mayo de 1919 es indultado por el entonces Presidente Hipólito Yrigoyen.

Don Ricardo descansa en suelo entrerriano

Los restos del caudillo entrerriano fueron sepultados en el cementerio Norte (Recoleta) de la ciudad de Buenos Aires hasta que en el marco del año jordaniano y habiéndose cumplido el 22 de junio de 1989 cien años de su muerte, el Gobierno de Entre Ríos, la primera gobernación de Jorge Busti, se propuso como un acto de estricta justicia histórica, que sus restos retornaran a la Patria Chica entrerriana.

No hay certezas de cuál era su voluntad final. Algunos afirman que quería descansar en paz en Buenos Aires. Pero lo cierto es que López Jordán es patrimonio de pueblo entrerriano. Sus restos hoy descansan en su amada tierra entrerriana. El 16 de junio de 1990, el gobierno entrerriano afirmó: «tarea cumplida. Los restos del general Ricardo López Jordán descansan en suelo entrerriano y en justicia».

Sus restos fueron depositados provisoriamente en el panteón de una familia tradicional de Paraná. En noviembre de 1994, en el gobierno de Moine, en continuidad de la política trazada por las autoridades provinciales con su repatriación, se inaugura un mausoleo erigido en la Plaza Enrique Carbó de Paraná, detrás de la Casa de Gobierno de la provincia de Entre Ríos. La obra es del artista entrerriano Néstor Medrano y representa las luchas de las montoneras federales del siglo 19. Allí residen hoy los restos del último caudillo federal en armas, Ricardo López Jordán, quien lo dio todo por la soberanía de nuestra provincia y el federalismo argentino.

por Gonzalo García Garro.- Una crónica novelada del asesinato en Bs As del último montonero federal

 (fuente: https://www.noticiasentrerios.net.ar)

Este articulo fue publicado por La Ciudad el 25/1/19.

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