Por Susy Quinteros –
Traía jardines nocturnos en los ojos, soles en el cuerpo y prendedores de espuma. En sus oídos saxos melancólicos desoían el orden natural. La voz que dormía en los ecos de su taconeo, la volvía extranjera en sitio conocido. Ante las puertas de otro día, bailarinas de ojos pintados salían en busca de costas con paisajes de río. Solo allí, en sus murmullos, redimía una peregrina nostalgia de audaces mástiles con banderas de universos lejanos. Había una vez fue el comienzo de un cuento de mal final. La mano que pintó mil orillas y quietos barcos, atesoró meandros que no llegaron al mar, fueron por las crecientes de un destino nacido en la grácil paleta de su juventud.
