Por Susy Quinteros –
La dueña de la Perra Daisy
La dueña de la perra Daisy la saca a pasear a la mañana y a la tardecita. En ese edificio no están prohibidos los perros, y algunos de los que aquí viven comparten su espacio con ellos. Uno de esos animales bien tratados es la perra Daisy. No es un perro de raza con fino historial de ancestros, es una perra común como tantas: mediano tamaño, pelaje oscuro, más negro en las patas, con hocico fino y ojos inquietos. Pero eso sí, la perra Daisy tiene unas orejas encantadoras, son largas y apuntan hacia arriba, como dos antenas que captan todo lo que ocurre a su alrededor. La dueña de la perra Daisy usa una correa larga para contenerla. El collar que la adorna es de color rojo, un detalle que señala su condición de hembra, una hembra arrebatada y aún joven que, adivinando la hora de salir a la calle, alborota los pasillos y el ascensor. En realidad el verdadero dueño era el hijo, pero como suele ocurrir, al casarse se fue a vivir a otro lado y no pudo llevarla. Es una herencia que se quedó después de largas discusiones. La que no podía hablar, sabía que ese día se estaba jugando su destino y los miraba con ojos húmedos, hecha un ovillo, sin cola juguetona ni ladridos pedigüeños.
— Cosa seria los humanos cuando discuten y se escuchan tantos no —
