Por Rodolfo Oscar Negri –
Hay evocaciones que son repetitivas y nuestra mente las regresa de una manera cíclica invariablemente. Ellas tienen que ver con cosas que nos golpearon o que dejaron, de una manera u otra, huellas en nuestra vida, rastros de lo vivido, cicatrices que nos traen de la memoria aquellas heridas que jamás cerraron y seguramente por eso –por estar todavía abiertas- regresan.
Alguna vez conté algo de las experiencias de lo que fue mi paso por el servicio militar y hoy –por la propia recurrencia que tienen algunas fechas- se abren paso entre los recuerdos y vuelven sucesos y situaciones que me marcaron y que –no me cabe duda- hicieron de mí lo que soy. Los muchachos de hoy desconocen las características de lo que fue el Servicio Militar Obligatorio[1] . Hay –incluso- términos que hoy no parecen tener un significado, pero que –a comienzo de los años 70 cuando me tocaba la conscripción- sí lo tenían. Un claro ejemplo es la denominación con que se llamaba a cada uno de los civiles incorporados a las filas militares a quienes se denominaba popularmente como «colimba», palabra que tiene su origen –un poco en serio y un poco en broma- en las tres actividades más frecuentes que realizaban los conscriptos (corre, limpia y barre).
De esa experiencia se trata esta historia.
Fui incorporado al Regimiento 7 de Infantería “Coronel Conde” de la ciudad de La Plata (2), que tenía su asiento a solo tres cuadras de la casa donde transcurrió mi infancia. El ser “del barrio” me hacía llevar una carga de conocimientos y de saberes de lo que era y significaba el Regimiento, pero –además- de los acontecimientos que allí habían transcurrido.
El regimiento tenía su origen cuando el General San Martín lo formó y puso a su mando al Teniente Coronel Pedro Conde, que se constituyó en el alma mater de la unidad.
El 12 de febrero de 1817, se cubrió de gloria en el campo de batalla en la cuesta de Chacabuco. Después de Chile, siguió toda la campaña del ejército libertador y sus últimos soldados regresaron a Buenos Aires después del definitivo combate de Ayacucho.
No quiero hacer una reseña histórica de la unidad, pero tengo que confesar que cuando en el aniversario de la batalla de Chacabuco, en uno de los patios internos, se llevó a cabo una parada militar en honor a la fecha y algunos de los soldados más antiguos desfilaron –al son de la banda- con los uniformes históricos (que tenían una gran insignia bordada en el brazo derecho que decía “Gloria a los vencedores de Chacabuco”) y con la bandera de los Andes… se me puso la piel de gallina.
Pero volvamos al relato. Militante activo de la Juventud Peronista (todavía hoy no puedo entender como no fui “detectado”, porque tenía un rol protagónico en la estructura de la militancia universitaria), sabía que esa no era toda la historia del regimiento.
La unidad tenía un baldón que había provocado –incluso- su disolución por dos años. Había sido copado por un grupo de civiles, durante el levantamiento de junio de 1956, cuando –al mando del Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno- cincuenta civiles tomaron a la misma. El procedimiento formó parte de una operación de la revolución del general Juan José Valle en contra de la dictadura de Pedro Aramburu que había derrocado al gobierno constitucional de Juan Perón.
Pero el movimiento, traicionado, fue sofocado y aplastado en forma sangrienta.
Allí mismo, en uno de los paredones de sus patios internos, había sido fusilado el Teniente Coronel Cogorno, luego de que el movimiento militar fuera derrotado.
Es más, creo –como entre los sueños de mi niñez platense y en una oscura noche- recordar los estampidos de la metralla que terminaron con su vida.
En el barrio de la Loma, donde estaba ubicada la unidad y donde muchos de los vecinos habían sido protagonistas de aquellos sucesos, el tema era muy conocido.
Una vez incorporado como soldado, al ser estudiante de Derecho, fui destinado al batallón de “aspirantes a oficiales de reserva”, lugar donde habitualmente se reunía a los universitarios.
El comienzo y la aclimatación a esa nueva existencia no era tarea fácil por la rigidez de la vida castrense. Ella tenía una lógica totalmente diferente a la que estábamos acostumbrados. Sobre todo, los que –de alguna manera- teníamos puestas todas nuestras expectativas de vida en labores intelectuales y eso se potenciaba para quienes –como yo- cargábamos con la historia de una militancia activa –en esos momentos- que enfrentaba a la dictadura militar del general Alejandro Agustín Lanusse.
En lo que hace a mi experiencia, lo que más me llamó la atención durante los primeros días, era la aparente “apertura” de los oficiales a cargo. Después me di cuenta de que aquello era una estratagema destinada a “conocernos”, con el objetivo de ver la manera de ir incorporando en nosotros su propia lógica, única e incuestionable.
Pero había códigos que iban pasando de los conscriptos que, esperando la última baja, compartían con los que recién ingresábamos. Recuerdo uno que me marcó: “Nunca te destaques. No hay que ser ni el primero ni el último. Los primeros son una amenaza para los suboficiales mediocres y los últimos son despreciados. Hay que perderse y hacerse invisible en el montón. Ese es uno de los secretos claves para pasarla de la mejor manera posible”.
Poco a poco fui conociendo secretos y misterios, junto con las trivialidades que hacen a la vida cotidiana y que transformaban al cuartel en casi un conventillo de chismes entre los diferentes suboficiales que tenía a cargo a la compañía a la que pertenecíamos.
Uno de aquellos temas estaba asociado a un tiempo, a una fecha. Más concretamente a junio, cuando se cumplía un nuevo aniversario del holocausto del joven oficial.
Se decía, solo a las personas de confianza, en voz baja y en el más absoluto secreto, que en el exacto lugar donde Cogorno fue fusilado (3), en el piso del paredón, cada año y en forma totalmente misteriosa, aparecía un ramo de flores nomeolvides. Estas flores, después de que el dictador Aramburu disolviera al Partido Peronista y prohibiera toda alusión a dicho movimiento (incluso las palabras, emblemas, marcha, etc.), se convirtieron en la identificación secreta entre los militantes del movimiento peronista [4].
Ese año, el jefe del regimiento, cuando la fecha se fue acercando fue organizando todo un operativo de vigilancia y cuidado especial. El patio y todo lo que estaba cerca de él, estaría totalmente controlado. Incluso las veredas de la calle exterior, que estaban por detrás del paredón del patio serían vigiladas y ocupadas por tropas especiales. Esta vez no habría conscriptos en ellas, serían los suboficiales los que estarían a cargo del operativo.
Ese año no sería uno más.
Ese año no volvería a ser humillado.
Ese año no quedaría impune.
Ese año no volvería a ocurrir.
Para muchos de los que compartían la vida en aquel regimiento esto no estaba pasando. No lo sabían y estaban ajeno a lo que se avecinaba.
Todo se había organizado para el momento cero: la noche del 11 de junio.
Estaba toda la guardia y la oficialidad al tanto y a la expectativa.
Esta vez no volvería a pasar.
Las horas se fueron sucediendo y se chequeaba minuto a minuto…
Toda la noche paso con una aparente normalidad.
Ningún puesto informó nada. Todo estaba bajo control.
Poco antes de que se toque la diana para despertar a la tropa, el jefe del regimiento comenzó a recorrer caminando en forma lenta cada uno de los lugares que habían sido tan fuertemente custodiados, observando con detenimiento el impresionante operativo montado. Iba acompañado por algunos de sus oficiales de su estado mayor.
A medida que iba recorriendo las instalaciones, en su cara se comenzó a dibujar una sonrisa, una enorme sonrisa, producto de lo que parecía significar para él una victoria –su victoria- sobre aquel mito…
No hay enemigo más peligroso ni mas difícil de combatir que el imaginario, el inmaterial, el que no se muestra, el que es invisible y él lo había logrado, lo había vencido… había acabado con él de una vez y para siempre, enterrando definitivamente aquella leyenda.
Cuando avanzaba, paso a paso, se iba convenciendo de su triunfo y comenzaba a saborearlo…
Pero llegó… y lo vio… ahí, en el exacto lugar donde Cogorno fue fusilado, en el piso del paredón, allí mismo… había un pequeño ramo de nomeolvides.
(1) El Servicio Militar Obligatorio fue instituido en el año 1901 por el entonces ministro de Guerra General Pablo Riccheri, durante la segunda y última presidencia de Julio Argentino Roca. En aquellos años realizó una importante obra no solo desde el punto de vista militar, sino social, de consolidación de la nacionalidad y hasta médico; ya que incluyó a todos los jóvenes de un país terriblemente desigual, en un ordenamiento de contención nacional único. Fueron muchos los que allí aprendieron a leer y escribir o tuvieron la primera revisación médica de su vida. La edad de los reclutas y el tiempo de su permanencia en el servicio varía con el tiempo. En sus comienzos, se reclutaba a ciudadanos de entre 20 y 21 años, y su duración era de 18 a 24 meses. En las décadas previas a su suspensión, se reclutaba a hombres de 18 años por un sistema de cupo variable por sorteo que los distribuía entre las tres fuerzas armadas. Era de hasta 14 meses de duración. En el año 1994, el asesinato de un conscripto de 18 años, Omar Carrasco, por otros dos soldados instigados por un oficial, puso en tela de juicio al Servicio Militar. A partir de este hecho, el maltrato a soldados en distintas guarniciones del país tomó estado público, y el 31 de agosto de 1994, se suspendió la ley del Servicio Militar Obligatorio y decretó un nuevo formato de Servicio Militar Voluntario. Seguramente también pesó el enorme desprestigio de la institución por el papel lamentable que políticamente asumió a través de golpes de estado, ser protagonista de la más cruel dictadura que tuviera nuestro país en toda su historia y la derrota de Malvinas. Es importante tener en cuenta que la conscripción militar obligatoria no ha sido abolida, pues la Constitución Nacional indica que todo individuo está obligado a armarse en defensa de la Patria. La Ley de servicio militar obligatorio sigue vigente; puede ser puesta en práctica en tiempos de guerra, crisis o emergencia nacional. Estas condiciones son definidas por las autoridades del Estado.
(2) Heroica participación en la Guerra de Malvinas. El Regimiento 7 comenzó a preparar sus tropas el 9 de abril por orden del comandante de la X Brigada. Se aprestaron los soldados de clase 1962 que habían cursado el servicio militar obligatorio en 1981. El regimiento al mando del teniente coronel Omar Giménez voló a las islas Malvinas entre el 14 y 17 de abril. Desde el aeropuerto de Stanley, los soldados marcharon 15 km a pie hasta Moody Brook. La posición de defensa fue construida con materiales de circunstancia con poca protección.
La unidad sufrió un total de 36 muertos y 152 heridos. Los integrantes del Regimiento 7 fueron calificados por los británicos por ser una de las mejores unidades argentinas a las que se enfrentaron.
Ante la inminente derrota, los integrantes del Regimiento enterraron su bandera de guerra envuelta en una bolsa de plástico para que no cayera en manos de británicos, pero luego la desenterraron y se la repartieron en partes. Finalmente el 14 de julio se reencontraron en el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 y lograron reunir las partes de la bandera. Actualmente, dicha bandera está en la sala histórica de la unidad.
(3) El cuartel del Regimiento 7 de Infantería de La Plata fue demolido y ahora está ubicada la Plaza Malvinas Argentinas. En el lugar se colocó una placa alusiva. Desde el 17 de noviembre de 1982 se encuentra instalado en los cuarteles de Arana, La Plata. En 1990 intervino en la recuperación del Regimiento de Patricios durante los alzamientos carapintadas.
(4) Las flores Nomeolvides fueron un símbolo de lealtad al proyecto nacional. Ellas inspiraron al pensador y militante don Arturo Jauretche a escribir este poema: No me olvides, no me olvides/no me olvides,/es la flor del que se fue./No me olvides, no me olvides./No me olvides,/volveremos otra vez./Es el novio de la Patria/de la Patria que le espera./Volverán los nomeolvides,/volverán en primavera./¡No me olvides, no me olvides,/no me olvides!/Canta el pueblo de Perón./No me olvides sobre el pecho,/no me olvides pegadito al corazón./Volverán los nomeolvides/cada año a florecer./Con la flor de nomeolvides/no olvidando esperaré./No me olvides, no me olvides./No me olvides./Es la flor del que se fue./Nomeolvides, nomeolvides,/Nomeolvides/¡¡Volveremos otra vez!!
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 13/6/2021