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Literatura, la hora del cuento: Etiquetas

Por Rodolfo Oscar Negri   –

Indudablemente uno de los sistemas mas sencillos para identificar las cosas es adosándole una etiqueta, un nombre genérico o un calificativo.

En ocasiones exacto. Descriptivo. Otras malicioso. Muchas descalificante.

Cuando un mote de este tipo, es adjudicado y tiene cierto sentido; se pega al destinatario y lo acompaña durante muchísimo tiempo.

A veces, sin que el propio protagonista lo sepa. Otras, totalmente asumido y hasta llevado con orgullo o resignación.

En La Plata de fines de los cincuenta y principios de los sesenta, quienes transitábamos los primeros años de nuestras vidas, solíamos utilizarlos con connotaciones netamente infantiles. El Gordo. El Flaco. El Ciego. El Sapo. El Bocho…

No era lo mismo para los mayores. Los había de todo tipo, pero -a media voz- se solía escuchar uno que estremecía: Gorila.

En el mismo escenario, donde nosotros (los chicos) desarrollábamos nuestros (inocentes o no) juegos infantiles; se vivía un trasfondo de profunda ebullición política.

La caída de Perón era, notablemente traumática y se reflejaba en la vida de todo aquel vecindario cuyo vértice eran la avenida 19 y la calle 48.

Si bien muchas de las personas mayores se abstenían de hacer comentarios políticos (por temor a las consecuencias que les podrían ocasionar[1]), en otros casos ocurría totalmente lo contrario.

A la izquierda de la casa que habitábamos en calle 48 número 1216 ½ (sí, y medio), vivía la familia Picaso. De una militancia radical y antiperonista exultante.

Picaso, menudo, de un negro pelo enrulado, nervioso y activo, era taxista. Tenía un auto negro, cuadrado (como aquellos que se ven en las películas de gansters), que vivía lustrando y lucía brillante al frente de la humilde casa.

También tuvo un kiosco, que duró muy poco tiempo. No solo porque la competencia de Don Juan (el kiosco mas cercano) era muy fuerte, sino porque –intuyo- no era demasiado popular en el vecindario. Seguramente por la virulencia de sus posturas políticas expresadas a viva voz, en las amplias veredas de la calle 48.

Eso no era inconveniente para que todos los chicos (lejos de aquellas realidades) tuviéramos un especial afecto por la Ñatita (una de sus hijas) que tenía un problema de retraso en su crecimiento ostensible y que era casi un símbolo del barrio.

También, de fuerte cuño radical (y por aquel entonces esto era sinónimo de anti-peronista) vivían los Miño. El padre –policía- decía haber sido custodio de Yrigoyen cuando asumió la presidencia (intuyo que la segunda), como argumento para explicar su definida posición política.

Creo que la “gorda” Oquieti y –seguramente- habría algún otro antiperonista que mi memoria no recuerda.

Desconozco si alguno de ellos había sufrido algún atropello durante el gobierno peronista. Nunca lo supe. Pero, era difícil comprender el altísimo nivel de odio y rencor, que los chicos –ajenos a la política- no podíamos dejar de percibir.

No era una cuestión de clase, porque todos los vecinos eran personas humildes y trabajadoras. Pero había casos, en que el tema político, los enfrentaba inexplicablemente –para nosotros- “a muerte”.

Tal lo que pasaba entre Picaso y Pesado.

Vecino del lado derecho (una casa de por medio). Pesado, era camionero. Dueño de un enorme vehículo (rezago de la segunda guerra mundial) que era con el que trabajaba. Gordo y medio pelado. Siempre con una sonrisa pícara en su cara. El era como su camión: enorme. Voluminoso. Su mujer (no puedo recordar el nombre) era maestra. Mas de una vez me daba “clases de apoyo”, que mamá determinaba, para reforzar mis conocimientos en tal o cual cosa.

Pesado,  militante peronista tuvo activa participación en los levantamientos de junio de 1956. Estuvo preso por eso y se temió por su vida.

En el barrio se sospechaba que Picaso había denunciado a Pesado.

Nadie nunca pudo saberlo.

Mamá –recuerdo- consoló, muchas veces, a la Señora de Pesado (como conocía todo el mundo a mi “maestra particular”) que –llorando- venía a casa a compartir sus penas.

Del resto del barrio, solo se percibía silencio. Tal vez, para no desnudar la simpatía que la mayoría tenía por el gobierno desplazado.

De vez en cuando se escuchaba algo, pero no era frecuente.

Una vez, estaba jugando en casa de Guillermito Quijano.

Fue el día que ganó las elecciones (luego anuladas) Andrés Framini (candidato peronista). Su padre  (el médico del barrio) un hombre bueno, tranquilo, de perfil bajo y voz suave, servicial con todos, cerró la puerta y –no dándose cuenta de mi presencia- gritó con todas sus fuerzas “¡Viva Perón, Carajo!”.

Para nosotros, los chicos, solo se sumaban hechos fragmentados de situaciones que no terminábamos de comprender del todo.

Pasa, por ejemplo, como una imagen de película rápida y desdibujada, aquella vez que huimos a lo del tío Carlos Koszarek, porque tenía sótano y nuestra casa –ubicada sólo a dos cuadras del Regimiento 7 de Infantería- podía ser blanco de un bombardeo. Me acuerdo que recorrimos el trayecto Mamá, Papá, Carlitos y yo, casi corriendo y llevando algo de ropa y comida, en busca del anhelado refugio.

O los “ejercicios de precaución” (de los que todavía se ríe Carlitos, mi hermano) que yo hacía, escondiéndome debajo de una mesa (la primera que encontraba), con un queso bajo el brazo (la vida y la comida); cuando se escuchaba volar bajo a cualquier avión, movido –en realidad- por un terror incontenible y siguiendo instrucciones que para estas emergencias que nos había dado Mamá[2].

O los colectivos incendiados y humeantes, cruzados en las calles, a modo de barricada.

O el profundo pozo que hizo papá, en el fondo de casa, donde dejó caer un montón de libros, los roció con querosene, les prendió fuego y luego tapó las cenizas con tierra.

O las ráfagas de ametralladora o disparos, que escuchamos (o yo imagino haber escuchado) de fusilamientos en los playones del Regimiento 7 de Infantería, luego del levantamiento de 1956.

Todo eso también parecía contradecirse con acciones totalmente comunitarias y solidarias.

Por ejemplo, cuando –creo que fue en 1957- todos los vecinos salieron a la calle una noche a baldear las veredas y todos los rincones del barrio, por el peligro de la parálisis infantil.

O las veces que a comienzos de enero, todos los chicos nos subíamos a los camiones del ejército, para ayudar a recolectar botellas vacías que los vecinos dejaban en las veredas. El objetivo era ayudar a APRILP (Asociación Pro Rehabilitación Infantil de La Plata).

Toda aquella realidad, contradictoria, violenta, hiriente y adulta; pasaba muy lejos de nuestra inocencia infantil. Para nosotros no había diferencias. No había etiquetas, mas que aquellas que nosotros mismos poníamos, pero que no dejaban afuera a nadie. Aunque, era difícil sustraerse muchas veces de ciertas situaciones.

Comencé mi escolaridad en la Escuela 10 “Ricardo Gutiérrez” (donde iba Carlitos, mi hermano); pero mamá quiso que “ganara un año”.

Con ese objetivo, me enseñó a leer y a escribir antes de ingresar a la escuela.

Después de cursar primer grado, rendí un examen, para hacer un año libre e ingresar –salteando lo que se llamaba primero superior- directamente a segundo grado. Así se hizo, pero retomando la escolaridad, en la Escuela 64 “General Manuel Belgrano”. Esta estaba ubicada en la esquina de 54 y 20, justo enfrente del Regimiento 7 de Infantería.

Es mas, creo que se había creado especialmente para que fueran los hijos de los oficiales y suboficiales.

Hasta allá iba yo. Todos los días tenía que transitar las veredas y pasar frente a las guardias armadas, para concurrir a clases.

Sabía de memoria la disposición de cada una de las baldosas flojas, los pozos, los charcos…

Estaba cursando cuarto grado en 1961, cuando se produjo aquel episodio.

 

La maestra de entonces era una señora mayor, solterona, delgada, muy alta; de pelo renegrido, tieso y con un enorme rodete. Usaba unos anteojos gruesísimos, sostenidos por una enorme nariz, que se distinguía sobresaliendo de su anatomía de una manera prominente. Me hacía acordar a un personaje de historieta, que quienes tienen mi edad, seguramente recordarán: Patora, la hermana de Paturuzú.

Estábamos en plena clase. Ella hablaba, no recuerdo sobre que tema, cuando comenzamos a escuchar el sonido inconfundible de aviones caza a muy baja altura.

Obviamente el objetivo era el Regimiento.

La sucesión de los vuelos rasantes era cada vez mayor y la maestra continuaba hablando de cosas, cada vez mas lejanas a mis preocupados oídos, como si nada pasara.

Mientras zumbaban en mi cabeza el ruido de los motores de los aviones, rápidamente el miedo se fue apoderando de mí.

Levanté la mano y cuando me dio la palabra (así se acostumbraba, entonces) le dije que me parecía prudente que nos dejen volver a casa, porque era peligroso quedarse allí.

Pareció que el pedido que hice la inspiró. Fue como encender un cohete. Una cañita voladora.

Comenzó a desarrollar un discurso sobre la hermandad entre los argentinos, la historia, los próceres, la grandeza de la Nación, que como podía pensar (yo) que nos atacáramos los unos a los otros, que el patriotismo, que esto y que aquello, que (yo) tenía un pensamiento malsano… a medida que iba hablando su cara, normalmente pálida, muy  blanca, se iba poniendo de color rojizo al comienzo, para terminar morada después. Se entusiasmaba escuchando su propia voz, que iba subiendo de tono cada vez mas.

Fue tal el reto que me dio, que –en un momento- no sabía si temer mas por el posible ataque de los aviones o por la impiadosa reprimenda de la maestra.

Afortunadamente, hubo una campana salvadora:  tocó el timbre que anunciaba el comienzo del recreo.

Cuando salía del aula pude ver, a mi ofuscada maestra caminar –presurosa- hacia la dirección. Pensé que para pedir alguna sanción hacia mí.

Los aviones continuaban pasando de modo razante. Uno tras otro. Cada vez mas seguidos y amenazantes. Recuerdo que podíamos ver claramente, en sus alas, la insignia de la marina de guerra.

Era el recreo largo, pero no nos dejaron salir al patio, y los juegos se hicieron en el amplio salón (por lo menos así lo recuerdo yo)  con que contaba la escuela.

Cuando volvimos del recreo, la maestra no ingresaba.

Fueron pasando los minutos y nada.

Hasta que entró en el salón, la directora. Nos dijo que la maestra se había retirado durante el recreo. ¡Se había ido!

Nos pidió, que nos portáramos bien, que no pasaba nada y que hiciéramos una composición sobre no se que intrascendente tema.

Incrédulo, volví a pedir la palabra y me paré para solicitarle a la directora que nos dejaran ir. Volver a casa.

Sin el retórico y agresivo discurso de mi huidiza maestra, la directora dijo sencillamente que no. Que cumpliríamos todo el horario escolar.

Que hiciéramos la composición y que al final de la hora, ella misma vendría a ver que es lo que habíamos hecho.

Luego se retiró del aula y quedamos solos.

Había silencio en todo el salón. Nos mirábamos sin saber que hacer.

Yo, que todavía seguía parado, me dí vueltas (estaba sentado en uno de los bancos de adelante) y me dirigí a mis compañeros diciéndoles: “Me voy, el que me quiera seguir, que me siga”.

Tomé mis útiles rápidamente, los guardé en el portafolios, que colgué en mi espalda, subí a uno de los pupitres que daban contra una de las ventanas de la calle 20, me trepé a ella y me dejé caer sobre la vereda.

No recuerdo bien (porque si algo no hice, fue mirar hacia atrás), pero creo que solo uno de mis compañeros me siguió.

Tenía que volver a casa. Seis cuadras corriendo lo mas rápido que podían mis piernas flacas. Mientras lo hacía, podía ver a los soldados, apostados en posición de combate, dentro y fuera del Regimiento. Creo que estaban tan asustados como yo y nadie prestó atención a mi paso.

Corría haciendo zigzag, como había visto en las películas de guerra, para “evitar los disparos”.

Recuerdo que en plena carrera escuché una explosión enorme (a la altura de la calle 51, donde estaba ubicado el Comando) seguida por fuertes ráfagas de metralla.

Me parecía que el corazón, era como un caballo que galopaba alocadamente y que –en cualquier momento- se iba a salir de mi pecho.

Cuando llegué a la calle 50, había un cordón policial. Allí estaba mamá. Llorando, porque no la dejaban pasar para ir a buscarme.

Recuerdo su cara de alegría, todavía surcada por las lágrimas, cuando me vió.

Recuerdo todavía aquel interminable abrazo, como uno de los mas fuertes y cálidos que recibí en mi vida. ¡Que alivio! Pocas veces me sentí mas seguro.

El enfrentamiento de azules y colorados (dos facciones internas del ejército que era quienes estaban en pugna) terminó como uno de los tantos golpes mas de aquellos años, desgastando mas aún, a un país que se desangraba.

A los pocos días, nuestra vida volvió a la normalidad.

¿En la escuela?

Después que terminó aquella asonada militar, volví –días después- a clase. Mi huida fue como si nunca hubiera existido. Nadie me dijo nada. Ni la directora. Ni la maestra.

Pero, en lo que faltó para terminar el año, y a pesar de mis 10 años flacuchos y desgarbados, la maestra jamás me volvió a sostener una mirada.

No le puse ninguna etiqueta. Creo que ni se la merecía.

Recuerdos de una niñez inocente, en un entorno que no lo era.

 

Rodolfo Oscar Negri – 10 de enero de 2009

(este cuento forma parte del libro “Diez pasos en pantalones cortos” de Rodolfo Oscar Negri editado por ControlPrint en marzo de  2010)

 

 

[1] Es importante tener en cuenta el Decreto Ley 4161, 5 de marzo de 1956 con la prohibición de elementos de afirmación ideológica o de propaganda peronista.

El mismo fue publicado en el Boletín Oficial 9/3/1956 y dice:
Visto el decreto 3855/55 (6) por el cual se disuelve el Partido Peronista en sus dos ramas en virtud de su desempeño y su vocación liberticida, y
Considerando: Que en su existencia política el Partido Peronista, actuando como instrumento del régimen depuesto, se valió de una intensa propaganda destinada a engañar la conciencia ciudadana para lo cual creo imágenes, símbolos, signos y expresiones significativas doctrinan artículos y obras artísticas:
Que dichos objetos, que tuvieron por fin la difusión de una doctrina y una posición política que ofende el sentimiento democrático del pueblo Argentino, constituyen para este una afrenta que es imprescindible borrar, porque recuerdan una época de escarnio y de dolor para la población del país y su utilización es motivo de perturbación de la paz interna de la Nación y una rémora para al consolidación de la armonía entre los Argentinos.
Que en le campo internacional, también afecta el prestigio de nuestro país porque esas doctrinas y denominaciones simbólicas, adoptadas por el régimen depuesto tuvieron el triste merito de convertirse en sinónimo de las doctrinas y denominaciones similares utilizadas por grandes dictaduras de este siglo que el régimen depuesto consiguió parangonar.
Que tales fundamentos hacen indispensable la radical supresión deseos instrumentos o de otros análogos, y esas mismas razones imponen también la prohibición de su uso al ámbito de las marcas y denominaciones comerciales, donde también fueron registradas con fines publicitarios y donde su conservación no se justifica, atento al amplio campo que la fantasía brinda para la elección de insignias mercantiles.
Por ello, el presidente provisional de la Nación Argentina, en ejercicio del Poder Legislativo, decreta con fuerza de ley
Art. 1º Queda prohibida en todo el territorio de la Nación

a) La utilización, con fines de afirmación ideológica Peronista, efectuada públicamente, o propaganda Peronista, por cualquier persona, ya se trate de individuos aislados o grupos de individuos, asociaciones, sindicatos, partidos políticos, sociedades, personas jurídicas públicas o privadas de las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas artículos y obras artísticas, que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas por alguien como tales pertenecientes o empleados por los individuos representativos u organismos del Peronismo.
Se considerará especialmente violatoria esta disposición, la utilización de la fotografía retrato o escultura de los funcionarios Peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto el de sus parientes las expresiones «peronismo», «peronista», » justicialismo», «Justicialista», «tercera posición» la abreviatura PP. , las fechas exaltadas por el régimen depuesto las composiciones musicales «Marcha de los Muchachos Peronista» y «Evita Capitana» o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos.
b) La utilización, por las personas y con los fines establecidos en el inciso anterior, de las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrina artículos y obras artísticas que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas por alguien como tales creados o por crearse, que de alguna manera cupieran ser referidos a los individuos representativos, organismos o ideología del Peronismo.
c) La reproducción por las personas y con los fines establecidos en el inciso a), mediante cualquier procedimiento, de las imágenes símbolos y demás, objetos señalados en los dos incisos anteriores.
Art. 2º – Las disposiciones del presente decreto-ley se declaran de orden público y en consecuencia no podrá alegrarse contra ellas la existencia de derechos adquiridos. Caducan las marcas de industria, comercio y agricultura y las denominaciones comerciales o anexas, que consistan en las imágenes, símbolos y demás objetos señalados en los incs. a) y b) del art. 1º.
Los Ministerios respectivos dispondrán las medidas conducentes a la cancelación de tales registros.
Art. 3º – El que infrinja el presente decreto-ley será penado:
a) Con prisión de treinta días a seis años y multa de m$n: 500 a m$n. 1.000.000
b) Además, con inhabilitación absoluta por doble tiempo del de la condena para desempeñarse como funcionario público o dirigente político o gremial;
c) Además, con clausura por quince días, y en caso de reincidencia, clausura definitiva cuando se trate de empresas comerciales.
Cuando la infracción sea imputable a una persona colectiva, la condena podrá llevar como pena accesoria la disolución.
Las sanciones del presente decreto-ley será refrendado por el Excmo. Señor vicepresidente provisional de la Nación y por todos los señores ministros secretarios de Estado en acuerdo general.
Art. 5º – Comuníquese, etc. – Aramburu – Rojas – Busso – Podestá Costa – Landaburu – Migone. – Dell´Oro Maini – Martínez – Ygartúa – Mendiondo – Bonnet – Blanco – Mercier – Alsogaray – Llamazares – Alizón García – Ossorio – Arana – Hartung – Krause.

 

[2] La Marina el 16 de junio de 1955 había bombardeado a una multitud en la Plaza de Mayo en un intento de derrocar a Perón; por lo que el tema de los ataques aéreos, no era –para nada- una exageración.

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