por Ana María González –
LA CIUDAD PERDIDA
Y ando buscando esas otras concepciones
dispersas en el tiempo y la distancia.
Que parecen actores de reparto
que apenas asoman, esconden sus miradas.
Porque no hay una sola ciudad.
Estoy segura.
Hay una concepción de generales
de dioses del poder y de palacios
que ahoga a las otras, más que las crecientes
del Uruguay
cada vez menos cíclicas y más impredecibles.
Busco la de los feroces montoneros
empujados por caudillos.
La de profesores y alumnos
cautivos del edificio rosado
tan cantado…
La de los rituales antiguos
y prohibidos en la Salamanca.
La de los feligreses
con paciencia y fe de santos
en su oración persistente,
incapaz de torcer el rumbo
que sabe Dios quien dirige.
Historias poco sacras de lupanares oscuros,
sus locos, sus poetas, sus conocidos linyeras
¿Dónde quedaron las historias de la villa aquella
del arroyo de la china?.
Las crecientes del abruptas
se las llevaron con las viejas calaveras?
Hay otra Concepción de ranchos y fogones
Torta frita, bagre , mate amargo
ríos, pescados, acordeón y guitarras.
A esa, la resguarda la chamarra.
Pero adónde se fue la de los indios.
La prístina, ancestral, esa sin crónicas
Cómo habrá sido ver los rocamoras con
prácticas, vestimentas y costumbres extrañas.
Nadie recuerda ahora esa masacre
que debió ser y fue pero sin épica.
Historias de atropellos y suplantaciones
que nadie registró.
De gente huyendo al monte horrorizada.
Nadie recuerda esa, la más antigua versión.
Y hablo también de la nueva Concepción
que emerge tras escombros de casonas y malvones.
Esa que se extiende como falda en campana
En nuevos barrios monótonos, lejanos
del ombligo de la plaza.
Y estoy pensando que estas piedras
del murallón de la Stella Maris,
que nos miran burlonas
no están dispuestas a soltar una palabra.
que su cofre en corteza tiene bien guardado.
Ellas como otras, grabaron el paso de tus locos.
tus amores clandestinos, asesinos, tiranos,
Egos que se marchitaron bajo duras lápidas
historias de canoas y de pájaros.
Y al final la ciudad ha triunfado
Sobreviviendo a crímenes, saqueos
Magnicidios y al río desbordado
¿Acaso Concepción es mujer y abre los brazos?
¿Acaso es madre y brinda su regazo?
Y busco mi propia Concepción.
La escuela Torres.
El perfume a Sibsaya.
El tren silvando, la zorra,
El rastro de petróleo en los durmientes
y el fuego de la Goldaracena,
su sirena llamando a los obreros.
El miedo penetrando en la garganta.
El calor del Pelay, la siesta y las Patoruzito.
Los buque colectivo a Paysandú.
El olor a Lusera.
El despertar anarquista del obrero .
El prohibido 17 de Octubre de la plaza.
La vinagrera Véspero y los bailes del club Rivadavia.
La cancha de la Liga.
Las murgas cansinas de los pobres.
El verano feliz del padre Cámpora.
La estatua de Santa Teresita y sus columnas doradas
Desde el viejo altar con Santa ritas, la virgen milagrosa
me hablaba: caminante que pasas por aquí
si tienes una gracia que pedir
un dolor que soportar
deten tu paso y reza un ave maría
la misma que con los años lloró,
y el padre Manuel que recitaba:
Mira que te mira Dios
Mira que te está mirando
Mira que vas a morir y no sabes cuándo.
Los rosales de la plaza Ramírez
Los amores furtivos.
Caminar por el puerto, dar vueltas por la plaza
El perfume a madreselvas y alverjillas,
Las campanillas azules de los alambrados.
Los baldíos del fútbol
Los collares de flores de paraíso
Los picaflores y las mariposas
Los frascos y las ramas.
Las despedidas de estación de tren.
Que mi primera lectura fue el cartel
Caña Palanca en frente a la vieja cancha de Atlético
Paseo obligado al cementerio donde dormía
mi pequeño hermano
y otras crueles historias silenciadas
que recuerdan las lápidas.
La muralla de eucaliptus
El Irigoyen lila de jacarandáes
Coronando paseos del pasado…
y el perfume implacable de jazmines
y la dulzura de la Escuela Normal,
allí la Queta Morera recitando poesías,
la música tan bella de aquel profesorado.
Afuera los colectivos de los pueblos vecinos
acarreando estudiantes…
Las guitarreadas de la UTN
agitando el corazón de las muchachas
y el amor golpeando puertas
en la plaza…
besos que sólo vieron los rincones
y la estación del tren, los adioses,
mariposas celosas en las flores,
pasiones reprimidas y palabras calladas.
Hubo héroes en un tiempo lejano…
Y ahora volvieron:
el Pocho y Micaela,
ellos escriben sobre nuevas batallas…
Aquella a la que todos cantan,
Esta, la nueva.
Y la que pocos recuerdan,
menos heroica, menos sacra,
la gris quizás…
La perdida era la mía.
Cuántas concepciones.
ve mi alma…