Por Juan Martín Garay –
En Grecia Aristóteles distinguía entre la sofística (el arte de hacer verosímil lo falso) y la retórica (el arte de hacer verosímil lo verdadero), evidenciando que las verdades no siempre son evidentes por sí misma sino por quienes y como las planteen. La Pandemia nos comienza a mostrar dos almas en el país.
Los anticuarentena plantean una realidad paralela, dejando con esto en evidencia la existencia de un quiebre de valores altamente perceptible, con más demandas y mucha menos tolerancia; Juan José Sebreli calificó como «perfectamente democrático» su llamado a la desobediencia civil, a que la gente salga a las calles y los comerciantes levanten sus persianas.
Dos siglos separan la conceptualización que hicieron de tolerancia John Stuart Mill y Victoria Camps entre el liberalismo de época y la teoría de los derechos humanos. Para Mill el único límite a la libertad de un individuo es la prevención del daño a otros, siendo la tolerancia componente fundamental de la teoría liberal. Para Camps la tolerancia es la virtud indiscutible de la democracia, valor fundamental de la democracia.
¿Cuándo terminarán estas condiciones en las que nos encontramos?, nadie lo sabe con exactitud. ¿Qué nos dejará luego que termine y pasemos “la saranda”?, tampoco. Lo que sabemos es que nada será igual. Nada.
Lo que si podemos avizorar es que para el tiempo que viene necesitaremos a la comunidad más organizada que nunca, con un Estado y organizaciones libres del pueblo fortaleciendo los lazos de pertenencia solidaria a la comunidad, donde la primacía de lo económico sin un marco de referencia a lo social y al bien común se deje de lado.
El mayor desafío que tenemos por delante es darnos cuenta que viene una nueva oportunidad para hacer realidad los anhelos del conjunto, un cambio real en un nuevo mundo, el advenimiento de un nuevo comienzo. Una tarea que necesita de todos los argentinos.
