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La jaula se ha vuelto pájaro

Por Belén Zavallo (*)  –   

Fines de enero de 2017. Tres golpes en la puerta levantan a mi madre del sillón desde el que mira la tele. Yo duermo con el sol en la cara porque de día me resulta más fácil que de noche. Hace poco que denuncié a un abuso sexual y la oscuridad me persigue como a un hongo. Hasta esa siesta yo no conocía la mano que elegía mi puerta. Pero después no pude despegarme de esa piel.

⁃Bele es una señora que se llama Oliva y viene a verte.

Me levanté con la malla que tenía pegada sobre los huesos. El hambre abandona el cuerpo de una madre cuando se llena de culpa.

La espalda de Oliva pincha el cielo como una espiga de trigo. Me abraza con cada una de sus vértebras y yo termino de llorar. Le pregunto qué soltó de sus manos y me muestra una caña de pescar para mi hija. Pipi la recibe con la alegría de una nena y sale de la cabaña con una infancia nueva. Nosotras nos quedamos charlando. La mesa para cuatro se agranda con la llegada de mis hermanos y la circulamos. Oliva fue un fogón, una llama, una chispa y encendió la esperanza.

26 de diciembre de 2020.

⁃No hay ejemplo en lo que pasó.

Oliva está sentada frente a una cámara, bah. Oliva está sentada frente a una periodista y la mira a ella y la cámara la enfoca. Cuando abre la boca atrapa con su lengua moscas como un sapo. Pero no se las traga.

⁃Nos quitaron la libertad. Nos metieron presas. Nos arrancaron de nuestros hijos. Nos vejaron. Nos quisieron hacer comer mondongo sin lavar. Nos creyeron muertas vivas pero no pudieron matar lo que soñábamos. Vivieron y viven en nosotras los sueños. Ahí solo ahí fueron sueños clandestinos.

Oliva se toca el pecho y señala con sus dedos la cabeza. Nada puede contra lo que sentimos ni contra lo que pensamos. En su relato descarnado sobre la cárcel durante la última dictadura militar de nuestro país, se vislumbra un horizonte luminoso.

⁃La cárcel de Paraná no era como la de Devoto que solo tenía murallas y paredes altísimas como castillos. En Paraná había verde y sabés lo que hacíamos nosotras después de estar desnudas, picaneadas, violentadas: salíamos a tocar el pasto.

La naturaleza de Oliva se afila. No hay guadaña que la corte. No hay sequía que le baje el tono dulce y sostenido. Y cuenta que con las otras presas empezaron a pedir flores en las cartas que recibían de sus familiares.

⁃Nos violaban hasta la correspondencia, pero la maldad es tan bruta que nunca pudieron entender que recibir una flor de pensamiento, mi planta favorita, era otra forma de tocar esas pieles que me habían prohibido.

Oliva fue una presa política de nuestra provincia. Como Cristela y Mariana que también aparecen en el programa que miro desde atrás de la mesada mientras pico cebolla para excusar los lagrimones que se me escapan.

⁃Ellos lo pensaron todo. Nos privaron de saber qué temperatura tenía la piel de los que amábamos, pero nosotras también lo pensamos: supimos sobrevivir gracias a pensar.

Las tres mujeres cuentan su historia y las tres rearman la herida de un país.

⁃Cuando parí sola a mi hija, sola entre manos enemigas sentí miedo y dolor. Cuando me la sacaron me dolían los pechos. Yo quería darle de mamar, mi cuerpo se preparó para alimentarla, pero ellos no dejaron que yo pudiera darle la teta a mi bebé.

Cristela mira sus manos mientras habla. Es como si tejiera con un hilo invisible eso que le corta la garganta. Cuenta de cómo las empujaban de un camión y cómo caían como huevos de un nido y se rompían. Cada una de las mujeres dice lo mismo: nosotras nos alegrábamos con la alegría de la otra. Nosotras nos teníamos. No coincidíamos en todo, pero nos queríamos bien. Esa hermandad que fundamos es para siempre.

Oliva cuenta una anécdota y canta una oda a la belleza.

⁃Cuando estábamos en esos celulares, que eran pisos como de monoblocks, no nos permitían salir más que una hora al día, con suerte. Una vez yo pedí ir al dentista y me había olvidado que con la remolacha del almuerzo me había pintado los cachetes y con ceniza de cigarrillos me había hecho la sombrita de los ojos. Cuando me vio el garrotero, uno que tenía el oficio más absurdo del mundo, que era pasar con el garrote a golpear cada barrote de la celda para verificar que no los aflojáramos ¡nosotras que ni comíamos!, me miró y llamó porque yo “estaba maquillada”. En ese momento me despinté con los puños, pero había que defender la belleza. Esa era otra forma de ganarles. Porque la miseria de esos tipos se alimentaba de vernos destruidas y mi triunfo ahí adentro era no dejarlos.

Estoicas cada una reafirma sus ideales. Mariana lanza una afirmación que desgaja al miedo “si supiera que pensar como pensaba me iba a hacer vivir lo que pasé, lo haría de nuevo porque cada día afianzo más mis sueños”.

Ellas saben que la historia no empieza ni termina en ellas, que dejar testimonio es torcer la historia que viene. Olvidar, silenciar, callar el dolor es jugar a favor del soborno, es darle al futuro la chance de repetirse.

En el juicio a los militares por los delitos de lesa humanidad, cada una de ellas aportó su testimonio.

⁃Pude mirarlos a los ojos y estamparles en la cara que me iba a encargar de recordarles lo que nos hicieron. Pero también de hacerles saber que el mundo con el que sueño, el de la justicia, el del trabajo, el de la libertad y el amor incluye a sus hijos. No nos convirtieron en ellos. Nosotras con nuestros hijos y los de ustedes vamos a tener un país mejor, pude decirles y desfigurarle el rostro.

27 de diciembre de 2020. Me despierto de soñar con mujeres envueltas en telas como muebles de una casa abandonada. Escribo mientras amamanto a mi beba. Chupo como ella de mis pezones las palabras que me quedaron después de haber visto el programa desde mi cocina.

Hay una fuerza que solo las mujeres podemos potenciar. Nos meten en morteros como yo a las hierbas con la que macero la carne. No nos destruye el odio, nos hace ser aroma intenso que se propaga.

El lunes 21 antes de navidad Oliva viajó a grabar la entrevista con Layla, una de sus hijas. Le escribí que las esperaba ni bien me enteré que estaban en Paraná. Cuando abrí la puerta de mi casa vi a Oli, vi su pelo dorado como un campo al atardecer, vi su mono lleno de hojas dibujadas,  vi la alegría que había conocido como a un refugio propio. Nos abrazamos con barbijo. Francisquita conoció a una de las mujeres que más admiro. Pipi bajó a saludarla y le contó sus proyectos. Su hija nos sacó una foto. Hoy la miro. Veo mucho más que nuestros cuerpos cerca frente a una cámara. El cuerpo se ha vuelto pájaro me retumba un verso de Pizarnik y escribo.

(*) Escritora. Editora de la sección Letras de la revista ANÁLISIS

(extraido de Análisis Digital)

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