Por María Graciela Rey . –
Este texto fue participante del Concurso que organizara la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Concepción del Uruguay «La Historia vive en tu casa» y creímos interesante compartirlo con nuestros lectores de La Ciudad.
“Nada/ resguarda la memoria de las fauces de los días…”; a mi esposo le gusta la poesía, y un día me leyó una que comienza con esos versos, y me dijo “si hubiera sido poeta te habría escrito algo así, aunque cambiándole los lugares que menciona”.
Es cierto, el tiempo deshilacha la memoria. Por suerte, hay hechos con tan profundas raíces que se quedan para siempre; no se si en la memoria, pero en el corazón, seguro.
Lo que sigue es un relato que surge del corazón. Hoy se habla de microemprendimientos, de emprendedurismo; medio siglo atrás parecía que no estaban incorporadas a la RAE esas palabras. Pera vaya si existían.
A mediados de la década del sesenta mi padre construyó una pequeña vivienda, en el mismo terreno donde vivían sus padres – Silvano Rey y Carolina Rey, que tuvieron cuatro hijos varones y una mujer. Con ellos vivía Carlos, el único soltero. Un verdadero autodidacta.
El abuelo Silvano era zapatero. Le ayudaba el tío Carlos. Mi padre (Antonio Rey) era fletero de Sibsaya, la fábrica del famoso aperitivo Marcela y distribuía hasta en la provincia de Misiones. Pero ya a final de los sesenta, lentamente comenzó a decaer la distribución de Marcela, y además mi padre no disponía de los recursos económicos para cambiar un camión que le permitiera transportar mas o llegar en menos tiempo.
El abuelo Silvano se jubiló. El tío Carlos quedó como zapatero, pero tuvo una feliz iniciativa. Mi padre vendió el camión, se incorporó otro hermano, que también, de tanto mirar al padre tenía nociones del oficio y se dispusieron a fabricar botas de cuero. Dos tipos de botas: de cuero “encebado” (opaco, grasoso) para el trabajo en el campo y la bota de vestir de cuero de vaca lisa, napa, brillante, para vestir También cintos de cuero, de los que usan los gauchos, con costura decorativa y hebilla, se encargaba de eso el tío Carlos, incluso hacía los arabescos con una facilidad y velocidad que me asombraba.
Claro el problema fue como comprar el cuero para hacer las primeras botas. Viajaron mi padre y Carlos a la Curtiembre Guerrero Hnos. SA., ubicada en Federación. Plantearon el problema: querían hacer botas, pero no tenían plata para pagar el cuero. Encontraron una respuesta solidaria: “llevénse el cuero, y nos pagan con botas, que nosotros las vendemos aquí en la curtiembre”. Y así comenzó la rueda. Pero con esos primeros cueros, se pagó a Guerrero, y hubo botas además para vender, en Villaguay y después en toda la costa del Uruguay. Por supuesto, que al único que le compraron cuero fue a Guerrero. Lealtades “de antes”. De gente agradecida.
El CEO de la empresa era el tío Carlos, que además, cortaba el cuero y cosía; mi padre, y el tío Negro (Eleázar Benito Rey), armaban la bota, con la horma según el número de calzado, clavaban la suela, con clavos de bronce, para que no se oxidaran con la humedad y una vez armada la bota de vestir, se la lustraba.
Todo era muy artesanal. A tal punto que la herramienta con que se cortaba el cuero la ideó el tío Carlos, porque no era barata. Aprovechó un trozo de caño de aluminio, fino, y atravesó de extremo a extremo el hilo de acero de la cuerda de reloj despertador. Era un acero muy resistente; le hizo un corte en diagonal, y el gran filo que tenía, permitía un corte perfecto; cuando se desafilaba, un nuevo pequeño corte (como sacarle punta a un lápiz) y ya estaba en condiciones nuevamente de seguir.
Las botas parecían confeccionadas en una gran fábrica. Tenían que rechazar pedidos porque era todo “a mano”; había solo una máquina para coser; había solo dos armadores. Durante mas de dos décadas tuvieron un promedio mensual de 400 botas; a veces en enero decaía la producción, porque los comercios de los que vendían encargaban menos. En todo el tiempo en Federación y Villaguay, eran los lugares de mayor venta..
También concurrían mujeres a encargar botas. Pero ahí el tío Carlos era inflexible: no quería hacer botas con taco alto. La razón era que no disponía de horma para taco alto, así que solo accedía a las de taco. Accedía si a algún detalle decorativo. Es decir, las Botas Rey, también fueron usadas por mujeres.
Y ahí, en esa fábrica de botas, que funcionaba en una pieza de 4×4, tuve mi primer trabajo. Nadie me empleó. No era explotación infantil. Yo quise aprender el oficio. Cuando terminé la primaria, antes de ingresar a la Escuela Profesional de Mujeres “Ana Urquiza de Victorica”, en los meses de vacaciones, trabajaba y el tío Carlos me pagaba quincenalmente por lo que hacía. Mi tarea era cortar la badana y el lienzo que forraban el interior de la caña de la bota; estos cortes eran pasados al tío Carlos, para su costura, y luego volvían a mi para que los pegara a la caña.
Así, en cada tiempo libre. Fue la forma de pagar el viaje Carlos Paz y a Bariloche. A pocos días de terminar el secundario, con el título de perito mercantil, un aviso en el diario La Calle, me dio la oportunidad de comenzar a trabajar en la administración del diario. Lo hice durante seis años, pero esa es otra historia…
A comienzos de la década del ´90, empezó a decaer la venta de botas. Al abrirse la importación llegaba calzado mas barato; mI padre se jubiló, luego los tíos, y la vida cumplió en ellos “la redondez impiadosa de su ciclo” (1) Antes, mi hermana menor y mis primos, los hijos del tío Negro, también habían tenido allí su primer empleo.
Cuando empezaba el siglo, la zapatería había quedado a cargo del hijo mayor del tío Negro. Una mañana muy temprano, estando yo en mi trabajo en la Tesorería Municipal, me llama mi esposo diciéndome, que en el informativo de Visagno, en LT 11, dijeron que durante la noche se había incendiado un taller de zapatería en el Boulevard 12 de Octubre. Lleguë en tiempo record para observar que poco y nada quedaba, es decir a partir de ese momento tenía un corazón deshecho. Porque eran cenizas un tiempo muy querido de mi vida.
Hoy lo cuento y puedo terminar el relato con el mismo poema del comienzo; mi esposo me dijo que el autor es el profesor Julio Vega: “El tiempo pasa y a veces es,/ como un amigo,/ que a todos juntos nos abraza” (2). Y es así, yo me sentiré siempre abrazada por ese tiempo…
——-
- – Poema, Eduardo Julio Giqueaux, UTN*CDU, Concepción del Uruguay, 2016.
- – Todo y Nada, Julio Vega, ídem anterior
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 8/7/2020