por Luis Alejo «ToTo» Balestri (1) –
Primera Parte
En el día de ayer apareció en el diario Perfil un artículo de Aldo Isuani llamado “la decadencia argentina”. Lo leí por las redes pues no suelo ser lector de ese medio, salvo cuando publican algunos compañeros que merecen ser leídos. Como me suele ocurrir, el artículo me estimuló y surgieron algunas cuestiones: ¿hay una decadencia nacional? Si la respuesta es afirmativa nos lleva a otra pregunta ¿hubo alguna vez una “edad de oro” de la cual hemos caído? Si otra vez la respuesta es sí ¿Cuándo fue esa edad de oro?
Y acorde a mis respuestas a esas preguntas, el segundo estímulo fue escribir hoy esta reflexión, justo en el día en que se recuerda el 49° aniversario del inicio de la sangrienta dictadura civil y militar que fue la que nos condenó a la cuesta abajo en nuestra rodada, como dice el tango.
Vamos por parte. ¿Existió una edad de oro?
Nuestro inefable presidente, sin datos y sin ninguna referencia, a veces inventando cosas, nos suele recordar que a principios del siglo pasado fuimos el primer país del mundo. Pero no solo él lo dice, es común escucharlo en muchas charlas de sobremesa de nuestra oligarquía, que al igual que quien gobierna, pretenden volver a una particular etapa del mundo, que como toda cosa pasada, no vuelve más.
La segunda parte del mismo pensamiento es buscar el culpable del abandono de esa posición. Y claro: los peronistas. ¿Qué hay de cierto? ¿Existen datos que avalen semejante información?
Mucho no hay, ya que la mayoría de los sistemas estadístico económicos son producto del tiempo donde la principal corriente económica era el keynesianismo y recién desde las década del 40 hay estadísticas globales relativamente confiables. Pero hay estudios de historia económica que mediante investigaciones y documentos hay podido recrear algunas estadísticas razonables.
Uno de esos trabajos es el realizado por un equipo de investigadores en el marco de la OCDE dirigido por Agnus Maddison quienes conformaron una base reconocida como “Proyecto Maddison”. El resultado del estudio fue una base de datos que compara el Producto Bruto Interno por habitante de los distintos países. Por lo tanto, las conclusiones que presento se basan en datos concretos, no es puro guitarreo o ideología.
No me gusta mucho tomar este indicador porque si bien indica la generación de riqueza de un país, no informa como se la reparte. Pero es lo que hay. Conocemos por nuestra propia historia como se llegó a la medición de Argentina.
Y de entrada nomás desmentimos al presidente. Nunca fuimos primeros. La mejor posición en el ranking de países por PBI per cápita fue un octavo lugar en 1908 y antes un 13° puesto a comienzos del siglo XX. Nuestra historia nos indica que ese importante ingreso no se repartía, era solo para unas pocas familias que también gobernaba en un contexto grave de conflictos, matanzas, ollas populares y hacinamiento en conventillos.
El estudio de referencia de la OCDE presentó la información agrupando los países en deciles según su nivel de ingreso por habitante. Es decir, los diez primeros, los diez que siguen entre el puesto 11 y 20 y el resto de los grupos cada 10 naciones. Los datos los presenta en períodos de cada 5 años.
Surge de esa investigación que salvo ese año muy particular del octavo puesto, siempre estuvimos en el segundo decil, lo que significó una posición que varía entre el 11 y 20 lugar, y en la segunda mitad del decil. Como dijimos, un buen ingreso con un horrible reparto. Como siempre ocurre, ese mal reparto solo lleva al disfrute de las élites privilegiadas y a una carencia de la inversión necesaria para el desarrollo del país. Era el tiempo donde los niños bien porteños, con estancias en la Pampa Húmeda dedicada a la ganadería, tiraban manteca al techo en los cabarets de París (cuenta la leyenda que esos niños bien vivían nuestro invierno en el verano europeo y en ese período tenía el habito de copar y cerrar un cabaret para ellos y sus amigos. Cuando la juerga termina, al llegar la mañana pedían el desayuno y uno de ellos, de apodo Macoco aprovechaba el momento para revolear manteca al techo). Como algunos países petroleros de hoy, mucha manteca al techo, mucho gasto en consumo de lujo y nada de inversión para el desarrollo.
Esos tiempos añorados por la oligarquía no los cortó el peronismo. Es otra mentira de mala fe. Ni siquiera fuimos los argentinos lo que cortaron ese tiempo de prosperidad. Fue una coyuntura internacional que destrozó la extraordinaria posición que hubo tiempo antes. ¿Qué había ocurrido? A fines del siglo XIX y principios del XX se radicaron frigoríficos de origen norteamericano con un desarrollo tecnológico diferente. Enfriaban en vez de congelar y sostenían un mejor sabor natural. Con el cambio tecnológico desplazaron los frigoríficos ingleses y se generó importantes ingresos por las exportaciones. Con su producía podíamos pagar todo lo que necesitábamos y mantener las excursiones al verano europeo.
Pero duró poco. En 1914 estalló la guerra y el negocio se suspendió. Volvió cuando terminó el conflicto pero con menor importancia y competencia de otros países ganaderos con la tecnología. En tiempos de los primeros gobiernos radicales mantuvimos posiciones cercanas al fin del segundo decil de ranking de la OCDE.
El cierre del período añorado por la oligarquía ocurrió en 1930 y como ya dije, no fue una decisión argentina. La oligarquía había desplazado a Yrigoyen y tuvo que ver como los ingleses dijeron “argentinos, métanse la carne donde saben”. Gran desesperación de nuestros dirigentes de entonces. Arduas negociaciones y el famoso pacto Roca Ruciman. A cambio que nos compren un poco de carne enfriada le ofrecimos todo, y feo para nosotros, agarraron y salvo unos pequeños embarques que aceptaron se quedaron con nuestro Banco Central (que ellos habían organizado), con el sistema de transporte de Buenos Aires y no me acuerdo cuantas cosas más. En la desesperación, algunos oligarcas hicieron trampas. El contrato solo habilitaba a exportar a los frigoríficos ingleses que se habían modernizado y un ministro, que era ganadero y tenía información privilegiada aprovechó para colocar sus vaquitas a mejor precio. Fue el contexto que llevó a un asesinato en el senado de la Nación.
Echarle la culpa al peronismo de esta cuestión es un enorme acto de mala fe. La ruptura del modelo agroexportador ocurrió más de 10 años antes de la irrupción de Perón y por decisión de los ingleses.
La crisis del 30 produjo una guerra comercial y cayeron todos los precios agropecuarios. Producir era complicado y exportar carne o granos casi imposibles. Si no exportamos no tenemos divisas para importar por lo cual los trajes ingleses se volvieron viejos y algún sastre se dedicó a producirlos en serie. Los perfumes franceses de nuestras niñas oligarcas se terminaron y alguien empezó a hacerlo, las máquinas se rompían y había que fabricar las herramientas y los repuestos para reparar. La pobreza se expandía por todo el interior y el gobierno oligárquico y liberal tuvo que intervenir para salvar la producción. Ante la falta de trabajo en las zonas rurales, los peones migraron a las ciudades donde de un modo anárquico, sin dirección social emergían pequeñas industrias, muchas veces con tecnologías obsoletas, que abastecían las cosas que los ingleses dejaron de mandar.
Es sabido entonces que con el modelo agroexportador hubo un buen ingreso per cápita “pero nunca fuimos un país del primer mundo, del mismo modo que tampoco Qatar o los Emiratos Árabes Unidos lo son actualmente”. La edad de oro es una burda mentira que solo sirve para justificar ataques al peronismo.
Ese proceso anárquico de industrialización sustitutiva de importaciones tuvo un importante estímulo y se consolidó y organizó bajo el gobierno peronista. Vale destacar el papel jugado en los primeros tiempos por algunas figuras formadas bajo la egida de Alejando Bunge (entre ellos Miranda). En el tiempo transcurrido de 1946 a 1949 hubo un impresionante proceso de cambio, una revolución que cambió la Argentina. El Estado apoyó con créditos y tecnología a las nacientes industrias y desde 1950 se comenzó a apuntar a consolidad un industria pesada donde el acero ocupaba el primer lugar. Aparecieron los primeros tractores e implementos agrícolas nacionales, las automotrices, los artículos para el hogar y otras industrias impulsadas por el mercado interno que demandaba por las mejoras salariales.
El discurso oligárquico también sostuvo que el peronismo fue anti campo y lo castigó. No fue así. No fue así. Si se quedó con una parte de su renta que permitió financiar la industrialización a través del control de las exportaciones, pero ni en los principales momentos (la crisis por sequía de 1950 a 1952) los productores pueden acusar quebranto.El precio interno de los productos garantizaba un beneficio normal para estos establecimientos al mismo tiempo que se expropiaba o compraban establecimientos de baja productividad para llevar adelante una política de colonización, una importante reforma agraria a la argentina.
La tecnología, necesaria para el desarrollo productivo, tanto industrial como agropecuario y de servicios no estuvo ausente. Se crearon organismos que fueron los antecesores del INTI y el INTA (creados creo que en tiempo de Frondizi pero sobre la base de los organismos peronistas) y se comenzó a incursionar en la energía atómica y en la fabricación de aviones y buques.
La conspiración de una oligarquía retrógrada y de los imperialismos triunfantes en la segunda guerra mundial rompió este proceso. Pero lo importante es tener claro que no fue el peronismo quien causó esa supuesta decadencia argentina, aunque lo repitan algunos figurones internacionales como Vargas Llosa.
(1) Luis Alejo “Toto” Balestri. – Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Córdoba (España).- Contador Público por la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). – Diplomado en Relaciones Internacionales por la Círculo de Legisladores del Congreso de la Nación Argentina y el auspicio de la UBA.