El Viernes 22 de agosto se hizo en la Biblioteca Popular el homenaje a Beatriz Bustos. En la oportunidad, la escritora Valentina Gutierrez hizo uso de la palabra recordando a la desaparecida plastica uruguayense. Compartimos con los lectores de La Ciudad, su alocución.
Buenas noches.
Quiero agradecer al Museo de Bellas Artes, Biblioteca Popular, por esta invitación a presentar e inaugurar la muestra de Hilda Beatriz Bustos, Bea, como le decíamos. Gracias Isela Bidal, por tu llamado para hacerlo me conmovió especialmente, invitación que me ha honrado, pero también me ha comprometido.
Este compromiso más que una simple repetición de lo que ya, en su momento, han escrito y dicho los amigos de la vida y del Arte sobre la trayectoria y haceres de esta notable artista, es un homenaje y un recuerdo desde el amor, desde los tiempos compartidos, como amigas y confidentes, como hacedoras en las instituciones educativas, como amantes de la belleza de la imagen, de la naturaleza, de la palabra hecha poesía, como compañeras de salidas, de viajes, de cine, de mar y río, de tostados de sol y arena, como mencionara alguna vez Salvarezza, de bikinis pequeñas de colores o plateadas. Lugares donde ella, fiel a sí misma, fuera el lugar que fuese, sacaba de sus bolsos siempre enormes, donde había de todo, el block de hojas blancas donde a lápiz, carbonillas, lápiz pastel o lo que tuviera a mano, creaba un bosquejo de todo lo que llamara su atención, con la rapidez del picaflor o el aletear más pausado de una mariposa. Todo lo que se le ocurría pasaba por su tela, parajes de países que visitaba o del nuestro propio, sean objetos diversos, edificios, aldeas, monumentos, flores, pájaros, animales, rostros, cuerpos, paisajes, vale ver su obra que no escatima color. A veces su ansiedad u otro interés del momento la desviaba de su tarea. Para mi, siempre fue la mujer en viaje. Ella siempre estaba de paso para otro lugar. El lugar de las amigas, del cafecito, del río infaltable, de las cenas en algún lugar, del cine infaltable en su vida, de los libros, del casino, de las exposiciones, siempre tarde, nunca a tiempo, ni aún a sus propios eventos, siempre tenía algún lugar a dónde partir o desaparecer, hasta desaparecer de su propia vida. Pero ya la conocíamos, sabíamos de sus procederes y siempre la disculpábamos. Hemos compartido noches enteras sentadas en el local bailable de su esposo Leandro Rivas, escuchando la música de los tiempos aquellos siempre buscando para mí, un novio que no necesitaba. En ese entonces compartía con Cuky Silva y creo también allí estuvo el artista plástico Barrovequio en un lugar en calle Moreno, donde pintaba hasta altas horas de la noche y yo la acompañaba con mis libros de Química a cuesta ya que debía rendir exámenes en el Conicet, siempre en las antípodas de mi amiga. En silencio, ella trabajaba sobre las telas y yo estudiaba, aún mis veleidades no pasaban por la cuestión literaria, eso fue mucho después. de tantas cosas más. Después fueron otros lugares del arte, como socia fundadora de la Asociación de Artistas Plásticos de nuestra ciudad y del Museo, integró “Todo Arte”, la Galería Atelier “La Folié” y el “Nuevo Espacio de Arte”, integrando la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos” SAAP, también el “Círculo de Bellas Artes” de CABA. Realizó exposiciones, individuales y colectivas no solo en nuestra ciudad sino también en otras provincias, ilustró libros importantes y recibió por su obra premios y distinciones que han hecho de ella una artista relevante.
A su lado comencé a entender el Arte, como lo hicieron los alumnos de los colegios donde trabajó y que la admiraban por su talento y por su belleza, ella siempre tan coqueta. Comencé a valorar una pintura, a comprender sobre sombras y luces, blancos, negros, grises y esos colores que manejaba con una maestría que siempre admiré. Ella me enseñaba sin proponérselo, por ejemplo, me hacía colocar a distintas distancias de lo trabajado y me preguntaba: ¿más luz? ¿Menos rojo? ¿Te parece si le doy más profundidad? ¿tiene perspectiva?: como si yo hubiera sabido de algo, pero así era ella. Su humildad fue proverbial y su versatilidad a prueba del más ágil.
Conocí a Beatriz, como corresponde, a la noche, en Búfalo, yo estaba embarazada de Paula que este año cumple cincuenta octubres, por lo que se han cumplido cincuenta años de esta amistad, y lo digo no como la de una persona que partió sino como de alguien que está y permanecerá por siempre. Solo parten para siempre, los olvidados, pero ella está aquí, quedó con sus flores, los ríos, mares y barcas que pintó hasta el cansancio, con los cuerpos vestidos, desnudos, temblorosos, sufrientes. Con su eterna sonrisa, sus ojos siempre pintados de negro, su coqueta elegancia. Con ese compromiso por la paz, por las mujeres maltratadas o los niños carenciados espiando desde sus obras. Con el culto a la amistad que estaba siempre presente con sus famosos regalitos. Estos cincuenta años hubiera querido festejarlos y brindar con ella, con un exprimido de naranja, ya que no consumía alcohol ni fumaba o con un par de mates junto al río.
A Bea, la consumían otras cosas, la inquietud y “los ecos de su taconeo , como menciona Susy Quinteros en un escrito, la llevaban a veces a donde no hubiera querido, a las dolorosas ausencias. Comenzó a irse de a poco, injusta pero comprensiblemente, marchitándose como esas flores que cumplieron su ciclo estival, aunque éste, quedó inconcluso, como la de esos bellos jóvenes que los dioses se llevaban por pura envidia y nada más.
Lo empecé a ver de a poco, que algo andaba mal y así fue. La dueña del color se fue yendo lentamente encerrada en la jaula en la que pudo sobrevivir a las pérdidas. Destaco la atención que consecuentemente le brindaron amigas hasta el último momento con su compañía, ellas saben quiénes son. Y un día me contaron que se fue, su corazón sensible y desgastado ya no pudo más. Se fue el mismo día que yo estaba viajando al mar que ella tanto amaba y no pude acompañarla hasta la casa final. Tampoco hubiera podido hacerlo ¿Cómo poder ver una bella ave del paraíso encerrada en una caja privada de volar? Demasiado para mi.
Denuncio ante ustedes la visita que aún le debo.
La Ciudad Revista y El Miércoles Digital tienen escrito artículos sobre la vida y obra de Hilda Bustos, los estudios que realizó, las becas que obtuvo, los premios recibidos, los libros y artículos donde se la menciona como mujer y artista relevante de nuestra ciudad y lo que otros artistas escribieron sobre ella.
Por otra parte, leeré un poema que hace unos quince años escribí sobre Beatriz y que fuera publicado en Suplemento Cultural del diario La Calle, en el libro de mi autoría publicado por Editorial UCU en el año 2021, “Biografía de una aventurera” publicado por Editorial U.C.U. y últimamente en Antología “Bien Pudiera ser” publicado en 2025 por Editorial La Histórica de la Municipalidad de nuestra ciudad y dice así:
MUJER QUE PINTA
Ella sueña, predice, provoca
Invade ocultos territorios
Lamenta y vuelve a empezar.
Telas inocentes esperan su mano de pincel
andanadas de óleos palpitantes.
Esperanzadas
se embriagan con perfumes profundos
sueñan flores imperfectas
transparencia y pliegue
aguas de verdad
veleros de gaviotas
mares persistentes de Este y del Oeste
alguna que otra luna que aúlla a los vientos
llevan cuerpos retorcidos
músculo o amapola prohibida y sensual
esconde impudicia o desesperación
la mujer detrás de una vidriera
todo hierve en la paleta
el color no se avergüenza
es oración que despliega pluma y ala.
Pasión, mano, paisaje interior, abrigo,
donde la vida de la mujer-pincel
es vuelo sin retorno
y siempre promesa.
HASTA SIEMPRE HILDA BUSTOS, BEATRIZ, BEA