Por Belén Gomez –
A nivel mundial, las mujeres tienen menos oportunidades económicas. Menos de la mitad de todas las mujeres que podrían trabajar actualmente participa en la fuerza laboral, en comparación con el 75% de los hombres.
La economía, como disciplina, se nutre de datos e indicadores como fuente de información que se configuran como una verdad de carácter absoluto que derriba mitos, posiciones, prejuicios, interpretaciones y emociones; es decir, subjetividades. Aunque también es preciso decir que el dato por sí solo no provoca impacto, no irrumpe, sino se convierte en un insumo para cambiar la realidad, para tomar decisiones.
Ahora bien, al campo de «participación económica» también se le añade el de «oportunidad», que engloba conceptos como accesibilidad y así, sobre todo, al de «inclusión financiera» y «brecha de protección».
A nivel mundial, las mujeres tienen menos oportunidades económicas. Menos de la mitad de todas las mujeres que podrían trabajar actualmente participa en la fuerza laboral, en comparación con el 75% de los hombres. Las mujeres también tienen más probabilidades de trabajar en empleos informales y en trabajos vulnerables, mal remunerados o infravalorados. Un contexto que se profundizó con el advenimiento de la pandemia, cuyos impactos, también comprobadamente, afectaron más a las mujeres.
Educación e inclusión financiera
Retornando al párrafo anterior, la inclusión financiera se refiere al acceso que tienen las personas y las empresas a diversos productos y servicios financieros útiles y asequibles que atienden sus necesidades (transacciones, pagos, ahorro, crédito y seguros) y que se prestan de manera responsable y sostenible, a lo cual se suma una adecuada educación financiera.
Así definida, la inclusión financiera es condición necesaria (no suficiente) para cerrar la brecha de género, ya sea que las mujeres realicen tareas de cuidado en el hogar (remuneradas o no), que trabajen formal o informalmente, en relación de dependencia o como emprendedoras.
Pero hoy, contrastablemente, no poseen el mismo acceso a todos los servicios financieros que los hombres. Por citar una de esas herramientas financieras, ya desde antes del 2020, las mujeres conformaban el 56% de las personas (mil millones) que no tenían una cuenta bancaria.
Y a este escenario se suma la presencia de una brecha de protección de género, con menos mujeres con acceso y siendo tomadoras de seguros en comparación con los hombres. Párrafo aparte, o todo un artículo aparte, significaría hacer este análisis en términos de diversidad, con indicadores más pronunciados. Entre las principales barreras que conforman esa brecha de protección figuran el predominio de las mujeres en el sector informal de trabajo, los niveles más bajos de educación financiera, el menor acceso a la digitalización y la incapacidad, aún en algunos países, de celebrar contratos legales sin hombres como firmantes.
(fuente: Bae Negocios)