El Tigre de Los Llanos fue unitario en sus convicciones pero se debió a su pueblo, que era federal, y abrazó esa causa. Fue un guerrero tan temible que hasta hubo una leyenda alrededor de su ejército. Comulgó con San Martín y con Rosas, y murió asesinado en una emboscada, hace 190 años.
Su primer biógrafo lo retrató como la encarnación de la barbarie de las masas del interior sublevadas contra el proyecto civilizador. En aquel libro memorable, Sarmiento observó asimismo que el caudillo de un gran movimiento social es el espejo de “las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia”; en su relato, la imagen de Facundo emerge como guía e intérprete de su gente, “el modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre” (Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, 1845).
Envuelto en el torbellino de las contiendas que desató la lucha por la independencia, la vida del caudillo riojano, signada por la guerra y la violencia, lo erigió en una figura temible para sus adversarios, y fue blanco de ataques y polémica. Él mismo alegó que era “muy fácil caer bajo los golpes de algún enemigo despreciable, o de algún oscuro libelista (…) No hay calumnia que no se haya forjado para persuadir de mi ferocidad (…) No será tan fácil sorprender el juicio de la posteridad. Ante este tribunal terrible e imparcial solo los hechos hablan, y puedo invocarlos con confianza” (Archivo del Brigadier General Juan Facundo Quiroga, Instituto Ravignani, 2/02/1831).
¿Cuáles son los hechos a que apelaba? ¿Cuál fue su origen, cuál la inspiración de sus hazañas? ¿Qué es leyenda y qué es historia?
LOS ORÍGENES
Facundo era oriundo de Los Llanos, esas serranías y praderas que tuvieron una etapa feraz de auge ganadero a fines de la era colonial. Había nacido hacia 1789 en San Antonio, en el hogar de José Prudencio Quiroga y Juana Rosa Argañaraz. De su familia paterna, una genealogía se remonta a egregios ancestros en Galicia, con antepasados capitanes y encomenderos en Chile y luego en San Juan. Pero el abuelo de Facundo, José de Quiroga, era analfabeto, y los pocos bienes de su testamento indican que había decaído a una condición humilde; afincado en Jáchal, se casó en 1733 con la india sanjuanina Isabel, hija natural de Juan de la Roza y de la india Lorenza, aunque llevaba el apellido del primer marido de su madre, La Rea o Larrea (Lucrecia Devoto Villegas de Godoy: “Quiroga (rama Facundo Quiroga)”, revista Genealogía, N° 17, Buenos Aires, 1977).
Prudencio, el padre de Facundo, como en general los pobladores de la región, era mestizo de sangre y sobre todo por criarse en un medio donde Sarmiento señaló la vigencia de las costumbres aborígenes, como que “los blancos se vuelven huarpes”, y eran títulos de consideración “saber tirar las bolas, llevar chiripá o rastrear una mula”. Por lo demás, el joven Prudencio, a raíz de un choque con la autoridad, marchó a radicarse en la zona contigua de Los Llanos; se casó con una joven llanista de antiguo linaje, hizo fortuna criando y comerciando ganado, y el Cabildo de La Rioja lo nombró capitán de milicias y alcalde.
Facundo, acompañando a los peones de la estancia de su padre y después como capataz de los arreos, adquirió los hábitos y destrezas de los campesinos gauchos. Sarmiento recogió o urdió anécdotas que lo mostraban como un escolar rebelde capaz de abofetear al maestro que quiso azotarlo, hiriendo a alguien de un balazo vaya a saber por qué, repartiendo puñaladas, aplicado al oficio de albañil y también arriero, aficionado a las carreras y el juego, lo cual lo llevó por mal camino.
Sin embargo, no hay documentos que corroboren tales versiones ni consta que tuviera cuentas con la justicia. Lo que sería cierto es que hacia 1812, en Mendoza, habiendo perdido un dinero, se enganchó y marchó a incorporarse al Regimiento de Granaderos en Buenos Aires, hasta que su padre logró que volviera a casa.
EL COMANDANTE DE LOS LLANOS
En 1816 fue capitán de milicias y, dos años después, comandante del departamento de Los Llanos. En 1817 desposó a María de los Dolores Fernández, proveniente de otra rica familia de hacendados, quien le dio cinco hijos y lo acompañó hasta el fin de sus días.
Se encargó de recolectar auxilios en dinero, ganados y otros abastos para el ejército de Belgrano, y para la columna riojana que cruzó los Andes en la campaña de San Martín. En 1819 contribuyó a sofocar la revuelta de los realistas prisioneros en San Luis, lo que le valió una condecoración. Según Sarmiento, estaba preso para impedir que fuera “a reunirse a la montonera de Ramírez”, y cuando los amotinados abrieron los calabozos él los batió a cadenazos. Pero del sumario instruido resulta que se hallaba en el cuartel de la ciudad, no en la cárcel, y la relación con Ramírez es solo una conjetura; al parecer lo retenían otros motivos, siendo comandante de la provincia vecina.
Tras la crisis de 1820, La Rioja fue provincia autónoma, y Facundo intervino en sus conflictos militares y políticos. Acudió a deponer al gobernador Ortiz de Ocampo y apoyó su reemplazo por el clan rival de los Dávila; pero cuando intentaron desplazarlo, avalado por la Legislatura, los derrotó en 1823 en el combate de El Puesto. El general San Martín, de regreso del Perú, envió al coronel Corvalán con una carta para Facundo, a quien consideraba “un buen patriota y un hombre de coraje” y, aunque desconocía los motivos, le pedía no batirse con el gobernador, para no verter “la sangre preciosa de nuestros paisanos” (carta del 3/05/1823, en David Peña, Juan Facundo Quiroga, Eudeba, 1968).
El libro de Sarmiento ignora la injerencia de San Martín y cuenta que Quiroga, simulando aceptar la mediación, aprovechó para atacar por sorpresa a sus oponentes. En realidad, cuando Corvalán llegó a La Rioja se abstuvo de intervenir, pues la Legislatura había decidido cesar a Dávila (carta de Corvalán del 12/06/1823, en Pedro de Paoli, Facundo. Vida del brigadier general don Juan Facundo Quiroga, víctima suprema de la impostura, Ciordia & Rodríguez, 1952).
Facundo respondió a San Martín –“mi venerado Jefe”– agradeciendo sus expresiones (Archivo Quiroga, 12/05/1823). El general le escribió después, despejando ciertas intrigas de discordia entre ellos: “He apreciado y aprecio a usted por su patriotismo y buen modo de conducirse, y porque usted me ha manifestado una completa deferencia a la parte que como simple particular tomé en las desavenencias de La Rioja, sin otro objeto que el de evitar se derramase la sangre americana” (Archivo Quiroga, 26/12/1823).
El final de las dinastías de los Ocampo y los Dávila era un síntoma de los cambios que traía la revolución, con el liderazgo de los caudillos de origen rural. Sin embargo, Facundo no ambicionaba el gobierno administrativo de su provincia. Como surge del Archivo Quiroga, además de solventar de su peculio las milicias, permanente acreedor de las arcas provinciales, atendía infinidad de pedidos de ayuda económica y gestiones de todo tipo ante las autoridades: era el protector de los pobres y necesitados de cualquier condición.
TRAS LOS RECURSOS MINEROS
Las minas de oro y plata de los cerros de Famatina y la acuñación de moneda prometían una fuente de prosperidad que motivó a Facundo, en medio de maniobras comerciales y financieras que escaparon a su alcance y lo enfrentaron con Rivadavia.
Ya en 1818 Rivadavia interesó a los banqueros Hulett Brothers de Londres para promover una compañía de minas, y cuando fue ministro del gobierno bonaerense viajó otra vez a Londres para concretarlo, con una junta porteña presidida por él, recibiendo una gran suma en libras y acciones.
Por su parte, Quiroga impulsaba y aportó dinero como accionista para crear la Casa de Moneda en La Rioja, que en 1824 elaboró las primeras muestras. Para sumar capital, se asoció con el grupo comercial porteño de Braulio Costa, en una nueva entidad que continuó las obras.
Las dos compañías rivalizaron para captar inversores, y la insolencia de Rivadavia llegó a causar irritación en el gobierno inglés. Pero en 1826 dio un golpe político instaurando su presidencia unitaria, y avisó de inmediato a los socios que las minas riojanas quedaban bajo su jurisdicción (carta a Hulett del 14/03/1826, en José María Rosa, Historia argentina, Granda, 1964, tomo 4).
Además, la creación del Banco Nacional –que controlaban los comerciantes ingleses– le atribuía la exclusividad de acuñar moneda, por lo que tramaron un arreglo para traspasar todo al banco. Pero entonces sobrevino la ruptura con el gobierno central y la guerra civil.
GUERRA A MUERTE
La reforma de Rivadavia apuntaba a la libertad de cultos auspiciada por los ingleses. Sarmiento decía que Quiroga esgrimió el lema “Religión o Muerte” en San Juan a pesar de que no era devoto y “no
creía en nada”. Facundo se carteaba con el clérigo Castro Barros y también con el gobernador sanjuanino Salvador del Carril, cuyos proyectos liberales provocaron en 1825 la sublevación católica que terminó por expulsarlo, y pasó a ser ministro de Rivadavia. La posterior incursión de Facundo en San Juan buscaba instalar un gobierno aliado. No sabemos hasta qué punto era íntimamente un hombre de fe, pero sin duda respetaba la tradición de sus paisanos −como Belgrano y San Martín entronizando a la Virgen en sus ejércitos– y levantó una bandera semejante a la de los “infernales” de Güemes, con una leyenda en desafío a los unitarios anglófilos.
En 1826 La Rioja, gobernada por el coronel Villafañe, desconoció a Rivadavia como presidente y declaró la guerra a toda provincia o individuo que atentara contra la religión. Quiroga organizó el ejército que marchó a Tucumán, donde el coronel Aráoz de Lamadrid, enviado a reunir tropas para guerrear con Brasil, tomó el poder complotado con Rivadavia para abatir los gobiernos federales. Las fuerzas riojanas, donde sobresalía el oficial Chacho Peñaloza, triunfaron en El Tala, y Lamadrid sobrevivió a terribles heridas.
Facundo prosiguió la campaña en Catamarca y San Juan; y en 1827, junto al caudillo santiagueño Ibarra, volvió a Tucumán a batir el restablecido baluarte de Lamadrid, a quien dio después un pase para asilarse en Bolivia. De regreso en La Rioja, proclamó y se hizo cargo de indemnizar “a expensas propias” a todos quienes sufrieron los perjuicios de la guerra.
Rivadavia renunció y gobernó Buenos Aires Manuel Dorrego, hasta que los unitarios lo depusieron y fusilaron por mano de su “espadón sin cabeza”, el general Lavalle. Facundo se dirigió al “gobernador interino o intruso de Buenos Aires”, repudiando sus crímenes, y concluía: “El que habla no puede tolerar el ultraje que V. E. ha hecho a los pueblos (…) sin tomar por su parte la venganza que desde ahora le protesta” (carta del 29/12/1828, en Miguel Bravo Tedín, Don Juan Facundo, Nexo, 2005).
El gran rival que debió enfrentar entonces fue el general José María Paz, que lo venció en La Tablada (1829), y luego también en Oncativo (1830). Las Memorias de Paz (1924-1926) cuentan cómo Quiroga combinaba la guerra convencional con la guerrilla montonera, haciendo proezas gracias al “entusiasmo extraordinario” que infundía a sus gauchos.
Sus hazañas se atribuían a poderes sobrenaturales, y se creía que su caballo Moro le aconsejaba de manera infalible. Entre sus oponentes cundían el miedo y las deserciones al oír que en sus filas los capiangos “se volvían tigres” en la pelea: proyección de antiguos mitos indígenas, el Tigre de los Llanos replicaba al Tigre de los Andes, Juan Chalimín, que fuera el azote de los conquistadores en las guerras calchaquíes.
Solo la estrategia militar de Paz pudo vencerlo, y se sumó a su amargura la pérdida del Moro. Una versión dice que al retornar a La Rioja sorprendió la fiesta con que celebraban su derrota en casa de Inocencio Del Moral, hermano del gobernador, y al día siguiente lo hizo fusilar junto a sus hijos y otros vecinos expectables. Sin embargo, hay dudas sobre las causas de la ejecución, que ocurrió casi un mes después de La Tablada. Quizás aquello ensombreció la relación del caudillo con Severa Villafañe, en torno a quien se tejió una leyenda novelesca. Esta bella joven, emparentada con los Del Moral, cuenta Sarmiento que, acosada brutalmente por el caudillo, huyó a un beaterío, y cuando él acudió a buscarla cayó exánime. El Archivo Quiroga conserva una carta de ella dirigida en 1828 a “mi caro señor y distinguido entre todos”, expresando su ansiedad por verlo y suplicando su visita. Consta que, padeciendo un trastorno mental, falleció en 1834 en un convento; y si fue un amor de Facundo, sigue siendo una incógnita (Gloria de Villafañe y otros, “Severa Villafañe, ¿víctima o amante de Facundo?”, Todo es Historia, N° 423, octubre 2002; Víctor Hugo Robledo, Facundo, el Tigre de los federales, Marea, 2022).
Facundo se replegó a Buenos Aires, mientras Lamadrid caía sobre La Rioja, atropellando a su madre y su familia y saqueando los “tapados” de moneda metálica ocultos en su estancia. El gobernador Rosas lo recibió con honores y su médico lo atendió del reuma que lo aquejaba. Volvió a la lucha en 1831 con una ofensiva imparable sobre Córdoba, tomó Río Cuarto y prosiguió hasta Mendoza, donde triunfó en Rodeo del Chacón. Allí, mal de salud, llamó para suplirlo a su amigo el coronel Villafañe, a quien mataron alevosamente en el viaje; al saberlo, el Tigre estalló ordenando fusilar a los oficiales enemigos prisioneros.
Paz se aprestaba a enfrentar al santafesino Estanislao López cuando inesperadamente lo apresaron. Y al fin, en Ciudadela, Facundo infligió a Lamadrid la derrota definitiva.
HACIA EL FINAL
La última etapa del caudillo transcurrió en la ciudad porteña, donde en 1831 se radicó su familia y él un par de años después. Jugador empedernido, amigo generoso, apasionado por las discusiones políticas, entre las huellas que dejó en la sociedad de aquel tiempo se recuerda que el gobernador tucumano, el “indio” Heredia, le recomendó a su joven protegido Juan Bautista Alberdi; y retribuyendo la ayuda a un familiar, Ángela Baudrix, viuda de Dorrego, le obsequió el bastón de su difunto esposo, “para que como memoria de él lo use el señor general Quiroga, que tan dignamente merece el nombre de libertador de la República” (Paoli, 1952).
Alineado con el Restaurador, Facundo mantuvo no obstante su independencia de criterio, proponiendo como otros jefes de provincias la organización constitucional. Tiempo atrás él había escrito a Rosas: “Soy unitario por convencimiento, pero sí con ladiferencia de que mi opinión es muy humilde y que yo respeto demasiado la de los pueblos constantemente pronunciada por el sistema de gobierno federal” (carta del 12/01/1832, en Julio Irazusta, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, Trivium, 1970, tomo II).
Y la extensa carta que don Juan Manuel redactó en 1834 a su pedido, para ir a mediar en el conflicto de las provincias norteñas, exponía los términos que acordaron: “Usted y yo deferimos a que los pueblos se ocupasen de sus constituciones particulares, para que después de promulgadas, entrásemos a trabajar los cimientos de la gran Carta Nacional” (carta del 20/12/1834, en Adolfo Saldías, Papeles de Rosas, 1904-1907).
Cuando Rosas lo asoció a su campaña al desierto, Quiroga había tenido varios choques con los hermanos Reinafé de Córdoba, que traficaban hacienda capturada por los malones ranqueles, y cuyo gobierno veía “rodeado de unitarios”. El miedo y el odio que ese clan le tenía los llevó a tramar en 1835 el crimen de Barranca Yaco, al regreso de su misión pacificadora en el norte (Martín Carrasco Quintana, Cómo se mata a un caudillo. Papeles de Barranca Yaco, El Calafate, 2004).
La figura de Facundo y aquella tremenda tragedia resuenan hasta hoy con acentos polémicos; pero como él decía, ante el tribunal de la historia solo cuentan los hechos. Fue un conductor de los pueblos del interior que reclamaban su lugar en la organización del país, peleando por el proyecto federal de la república independiente: estanciero gaucho, emprendedor, jefe político militar y, sobre todo, caudillo inolvidable de las legiones de rostro mestizo que siguieron empuñando las lanzas para constituir la patria de todos.
(fuente: https://carasycaretas.org.ar/)