por Pablo Stein –
En una oportunidad viajé a la provincia del Chaco, de la cual había oído historias fabulosas y poco creíbles, relatadas por un amigo que vivió veinte años entre sus montes agrestes e impenetrables.
Sentía cierta curiosidad por investigar lo que había de verdad en estos relatos.
Es cierto que el territorio es salvaje, pero la cordialidad de su gente hace fácil el dialogo y a poco de llegar me sentía integrado a esa comunidad.
Las noches se prolongaban en charlas apasionadas, pero en una de ellas, Jerónimo despertó totalmente el espíritu de aventuras que hay en mí.
– En la profundidad de la selva, existe, rodeada por árboles y arbustos cubiertos de agudas espinas, una mujer sin tiempo, a la que solo se la ha oído cantar, pero nunca ver, porque las espinas son tan numerosas y mortales, que todo hombre que ha intentado acercarse, o a desistido, o ha muerto en el empeño –
- Por supuesto que el relato es solo una leyenda -, argumenté.
- Es lo que decimos todos, respondió Jerónimo, para evitar correr el riesgo, pero el lugar esta muy cerca y yo en varias ocasiones he escuchado su voz, que es melodiosa y hasta en una ocasión, escuché su risa fresca, como campanitas de cristal agitadas por el viento.
No pude resistirlo, al amanecer ya estaba en camino.
Al principio, no hubo mayores dificultades pues un sendero se internaba en la vegetación y se hacía fácil su tránsito.
A media mañana comenzaron las dificultades, el sendero se estrechó, hasta perderse y delante solo quedó la espesura chaqueña.
Las espinas parecían flechas, dispuestas a atacarme.
Al anochecer, agotado de caminar, los brazos vencidos de tanto utilizar el machete, me dispuse a descansar.
Entonces, penetró una suave brisa, y, apenas perceptible, muy a lo lejos, me llegó una voz tan dulce que creí enloquecer.
Fui preso de un espasmo tan intenso, que caí desmayado al suelo cubierto de hojas y ramas desprendidas de los gigantescos árboles que me ahogaban en un mar verde y caluroso.
Cuando volví a abrir los ojos, eran las seis de la mañana.
El frío del amanecer congelaba todo mi cuerpo, pero no sentía hambre ni sed.
Tomé el machete y ya no me detuve un instante.
Desde el momento en que Jerónimo, comenzó su relato, mi imaginación, trabajó de forma tal, que esperaba encontrar una hermosa mujer de piel cobriza, larga cabellera y con los más delicados rasgos de las jóvenes de los pueblos originarios.
Fue por eso, que al principio, mis ojos no respondieron a la visión que apareció de pronto, en un claro del monte, rodeada de flores desconocidas.
Parecía dormida, no existía prenda alguna que cubriera su cuerpo, solo una cadenita de oro rodeando su cuello, dos aritos minúsculos es sus orejas y en su tobillo derecho, un aro de flores rojas que despedían una aroma de jazmines, o al menos así me pareció en medio de la conmoción que experimentaba.
Despertó y pareció no sorprenderse, era la viva imagen de un cuadro de Tiziano, su piel blanca, suave y sus ojos tan extrañamente parecidos a las esmeraldas y como con dos gotitas de oro, brillando en ellos, me miraron con calma.
Cuando se acercó a mi, creí que no podría resistirlo.
- Ven – dijo y extendió su mano, y pude observar tal vez el único detalle que mostraba que aquella mujer vivía en un lugar inhóspito: sus uñas eran cortas. No se si adivinó mi pensamiento o captó mi mirada.- tanto esperar me pone impaciente y termino comiéndolas – dijo y rió con aquella risa que escuche en la noche.
- Solo un día podrás permanecer aquí – casi sentenció, así que aprovecha tu tiempo, y al salir cuídate de las espinas, son muy celosas de mi, y basta una de ellas para causar tu muerte.
Aquello fue una locura de amor y deseo intenso, ese amor que anula los sentidos y hace perder la noción del mundo.
Prometí volver, pero ya no coordinaba mis actos y una espina se clavó dolorosamente en mi pecho, casi al lado del corazón, en la tetilla izquierda.
La mujer sin tiempo, me besó dulcemente la herida.
-Ahora,- dijo, – ya no podrás volver, este beso mío, te salvará de la muerte, aunque te sentirás morir todas las noches.-
Y así ocurre desde entonces, porque muero de amor por ella, siento que a cada instante se me va la vida, y es una muerte dulce, tan dulce, que lucho por volver a la vida y sentir cada noche la intensa locura de morir por su amor.
Así será hasta el fin de mis días.
No he perdido la esperanza de volver a encontrarla y de amarla como aquella primera y única vez.
Hoy, pasé dos horas viendo un cuadro de Tiziano, ella de pronto parece que sale de él y extiende su mano hasta alcanzarme, pero esto se que es irreal, lo autentico fue lo que sucedió en aquél remoto paraje chaqueño, aunque ni aún Jerónimo creyó en mi historia y asegura que lo único verdadero en ella es la cicatriz que la espina dejó en mi pecho.
El cuento es Primer Premio año 2008 del XIV Concurso Provincial de Poesías y cuentos cortos organizado por la escuela 88 Héctor De Elia.
La ilustración es fragmento de un retrato de Tiziano