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Enseñar con pasión: Aída Martinetti de Toscani

 

Por Aída (Marisa) Toscani     –  

La acción de interactuar con los otros en un aula o de manera virtual, es un arte que pone en juego diversas habilidades, conocimientos, organicidad, método, capacidad lúdica, expresividad y sobre todo mucha pasión.

En la manera de enseñar de  Aída Martinetti de Toscani, profesora de Lengua y Literatura, lo que sobresalió siempre,  fue la pasión con que trasmitió ese complejo universo de la palabra, que cada escritor lo arma según sus habilidades y su matriz cultural. Pero al mismo tiempo  buscaba estimular en alumnas y alumnos, la capacidad para disfrutar de la lectura donde se  encontraban, otras realidades que escapaban de la cotidianeidad conocida. Su interés era descubrir en el alumnado cualidades para escribir a fin de alentarlos y guiarlos en ese camino.

Busco rescatar de la desmemoria,  tanto esfuerzo y tesón a lo largo de 25 años en la vida de Aída, cuando  hoy,  13 de mayo, nacía en 1920, en un campo de Villaguay, en medio de la selva montielera y en el seno de una familia, que lo primero que le trasmitió fue el gusto por la lectura.

Para reconstruir en parte su historia docente rescaté sus cuadernos donde volcaba  los ejercicios gramaticales que daba en  el aula y  las síntesis  de sus explicaciones  sobre autores, sus obras  y los  movimientos literarios a los que pertenecían. La revisión de sus escritos; realizados con cuidada y bella caligrafía, me devolvió al presente lo que enseñaba esta docente en la Escuela Normal y el Colegio Nacional en Concepción del Uruguay, allá por los finales de la década del 1940 hasta 1975 cuando se jubiló.

Su gran pasión, la lectura, la había acercado al mundo de la palabra y a disfrutar los juegos que distintos autores hacían con ellas. Esa predilección  la llevó a insistir ante su madre para que accediera y le  permitiese  continuar sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Para  1943; la fecha no es segura, irse a estudiar a Buenos Aires para una mujer joven y con escasos recursos económicos, constituía un desafío enorme. Ayudó a que se concretara ese objetivo,  la firmeza en Aída por alcanzarlo y el reconocimiento por parte de su familia en su clara inteligencia.  A puro tesón venció  los terribles temores de su madre  y en una cálida mañana de febrero se encontró ingresando a la Facultad de Filosofía y Letras, sintiéndose poderosa por alcanzar el  objetivo que se había propuesto.

Se dedicó con ahínco al estudio  de las distintas materias y asistía, sin perder una, a las clases  de eminentes catedráticos que la introdujeron en el arte de la palabra y su escritura. De todos ellos, Aída siempre mencionaba su admiración por su profesor Ricardo Rojas. Éste defendía y ponía en valor la literatura argentina y latinoamericana, mostrando la belleza de esas obras y la profundidad de esos pensamientos, contraponiéndose a quienes valoraban sólo lo europeo.

Tras recibirse, regresa a Concepción del Uruguay por reclamos de su madre que la extrañaba. Su amiga Chola Ruiz recuerda esa tarde en que se embarca en el vapor de la carrera y ya en cubierta se despide de sus amistades,  arrasada en lágrimas, su proyecto de vivir en Buenos Aires quedaba definitivamente frustrado. Sin embargo nuevos planes reemplazaron anteriores deseos, la directora de la Escuela Normal la convocó para reemplazar a una profesora que había pedido licencia, comenzaba así para Aída su carrera como docente.

El amor también se insinuó en esa escuela, cuando allí conoció a un colega, profesor de Educación Física Enrique Toscani. Se casaron en 1949, sin fiesta, sin ceremonial, pues ambos coincidían en despreciar la exterioridad de los sentimientos.

En el aula, recuerdan sus alumnas, mantenía un trato formal, nombraba a cada uno por sus apellidos. Sin embargo su interés por descubrir las cualidades de cada uno, prestaba a la relación una cercanía que era  valorada  por elles. Pero, como era exigente al evaluar, también generaba enormes enojos y rencores.

A lo largo de toda la clase caminaba entre los bancos, procurando atraer la atención, objetivo  que lograba,  al imprimir diferentes tonalidades a sus explicaciones sobre los autores o sobre los movimientos literarios. Como ejemplificación de sus palabras introducía el recitado de una poesía,  donde volcaba toda su capacidad de interpretar la intención del poeta, o en un texto mostraba la belleza de una  imagen, lograda con el cuidado juego de las palabras.

El modernismo por su de rescate de la cultura de América, ocupaba un lugar destacado en su enseñanza  de literatura hispanoamericana.  Así transitaba por sus precursores como el cubano  Martí,  hasta llegar a Rubén Darío como su representante destacado y al avanzar en su biografía   explicaba

“Llamaba la atención, el contraste que mostraba entre la sordidez de su existencia y la exquisita belleza de sus poesía”

De inmediato comenzaba a recitar

Sonatina

La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

También La Guerra Gaucha de Leopoldo Lugones ocupaba varias clases, donde la profesora buscaba interesar a los adolescentes en ese relato crudo, donde se exponía el sacrificio que significó para el gauchaje del norte de nuestro país, sostener la lucha contra el español, teniendo a Miguel de Güemes como guía y líder de ese ejército.

En sus cuadernos también se encuentran acabadas descripciones sobre el origen de las danzas argentinas como La Condición, El Pericón, la Zamba. Enseñanza que se relacionaba con el armado de algún acto en fecha patria que los distintos profesores debían organizar.

Un acto que no olvido fue para el Día de la Tradición, porque fue diferente a los tradicionales. Actuaron Alumnas y alumnos; de ellos recuerdo sólo a Jorge Miró. En base al libro de Juan Alfonso Carrizo donde recopiló cantos, piropos, finezas y juramentos antiguos, Aída seleccionó algunas de esas coplas y cada uno de las y los jóvenes mostrando gracia y picardía recitando en contrapunto los versos, al finalizar lograron cerrados aplausos.

 

El

Tengo rancho, tengo pingo,

Tengo yerba pa tomar, Sólo me falta una china

Que me quiera acompañar.

Ella

Si es que tienes rancho y pingo

Y yerba pa tomar

Y sólo te falta la china

Yo te puedo acompañar.

 

 

Dame tu mano paloma

Para llegar a tu nido

Sabiendo que estas solita

A visitarte he venido.

 

La tarea del profesor de Lengua tenía la pesada carga de la corrección permanente. Recuerdo a mi madre sentada frente a una mesa, con muchas pruebas corregidas con lápiz rojo. Era muy raro que tuviese libre el fin de semana, pues eran los momentos que aprovechaba para evaluar. Las calificaciones finales se volcaban con centésimos por lo que requería mayor esfuerzo para alguien a quien no le atraían los números. ¡Y sin calculadora!

Los conflictos con los gobiernos por los bajos salarios  que recibían los docentes, también eran objeto de discusión entre los colegas. Rememoro cuando se anunció la visita del dictador Juan Carlos Onganía a Concepción del Uruguay. La fuerte devaluación promovida por el Ministro de Economía Krieger Vasena, había provocado una enorme pérdida del poder adquisitivo del salario, en este caso docente.  Tras una asamblea se decidió que los profesores no acompañarían al militar en su visita a la Escuela Normal. El gran vacío que representaron esas ausencias constituyeron una prueba en contra de las aspiraciones de Onganía de permanecer largamente en el poder, como después de manera rotunda, fue expresada en las violentas protestas del Rosariazo, Cordobazo del año 1969.

En 1975 Aída cerró el ciclo como docente frente al aula. Se abría una etapa sin tantos horarios y el lápiz rojo descansando, quieto, al final de un cajón. Pudo dedicarse entonces  a cuidar de su madre en el final de su vida. Pero también  comenzaron a nacer los nietos y nietas y así esa apasionada amante de lo que trasmiten las palabras, trocó el aula en nuevos espacios con sillas bajitas, donde les pequeñes escuchaba atentos, deleitados, las historias  que una abuela con múltiples voces, recorría los distintos personajes, que su imaginación había construido.

Un 27 de marzo de 2000 fallece Aída. Se había preparado para ese nuevo paso con la pasión que imprimió a todo lo que realizaba y buscó a Dios  en cada uno que la necesitó.

¿Acaso se termina una vida? Tengo la certeza que la memoria de Aída ha ganado a la desmemoria y los recuerdos, los modelos que ella significó, permanecen en los cientos de alumnes que formó y en la familia que buscó sostener con el entrañable afecto, que generosamente desplegó hasta su último día.

(Agradezco los recuerdos de María Elina Baggio y Graciela Díaz)

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 14/5/2020

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