por Sara Liponezky –
ARTURO JARETCHE ha sido uno de los más lúcidos y agudos observadores de nuestra realidad social. Así lo proyecto en sus publicaciones que aun exhiben extraordinaria vigencia.
Es innumerable la cantidad de expresiones grabadas en la memoria de sus lecturas, pero hay una que particularmente me conmueve porque es muy cierta y desmiente tantas imputaciones mentirosas vertidas sobre el Peronismo durante décadas. El genio jauretcheano dice “los pueblos no odian, porque conquistar derechos provoca alegría. Perder privilegios provoca odio…” Rigurosa verdad, confirmada a lo largo de la historia y en diferentes latitudes. En momentos dramáticos, lo ejércitos inventaban una canción para el combate, la Marsellesa nació como un canto de las tropas francesas que en 1792 enfrentaron a Austria; el conocido Bella Chao de los partisanos antifascistas en el siglo XX y tantos que fueron luego himnos en nuestra América latina. Es que la energía necesaria para hacer, construir, resistir y en definitiva vivir, nunca puede nacer del odio que paraliza. Pues este domingo las y los bonaerenses en una mayoría importante, así lo expresaron. Y no es una impresión subjetiva ya que la predica constante del oficialismo nacional fue sobre ese eje. El despliegue de sentimientos negativos espanta, no parece posible que un /una humana almacene tanto barro y lo vuelque con semejante frecuencia y naturalidad. Lo que además se potencia ante la falta de ideas.
Con su admirable sabiduría de lo terrenal, el Papa Francisco hablo de la “teoría del descarte” que quizás no esté (con ese nombre) en la biblioteca de las Ciencias Económicas, pero que para cualquier mortal es de fácil comprensión, mas aun porque la están aplicando. Con un repliegue cada vez mayor del Estado, se van excluyendo planificadamente todos los sectores vulnerables que “no son rentables”. Y como no se trata de ficciones sino seres de carne y hueso, vecinos de nuestra comunidad, vemos un genocidio cotidiano, una crueldad que millones de compatriotas bien nacidos, no estamos dispuestos a tolerar. Como tampoco el desguace de nuestro patrimonio material, científico y cultural. La degradación para someternos como colonia, la estigmatización de grupos diferentes de nuestra sociedad, la banalización y la destrucción del pensamiento. En definitiva, lo que nos constituye con todos nuestros errores y limitaciones, con una fuerte identidad nacional y carnadura de buena gente.
Después de la noche jubilosa, de la alegría merecida, de esa sensación balsámica que nos abrazó frente a tanta carga de agresiones, insatisfacción y retroceso, es conveniente serenar los ánimos para una lectura razonable. Se han hecho varias en estas horas y seguramente no será esta la más completa ni minuciosa en el análisis. Las propias palabras del gobernador Kiciloff ayer nos invitan a evitar un triunfalismo que podría hacernos equivocar en el camino hacia octubre. Esta tan claro que Buenos Aires no es toda la Argentina, como que implica la mayor concentración humana y por ende la mayor criticidad social en los tiempos de ajuste salvaje. Una especie de termómetro casi infalible para medir el impacto de ciertas políticas en la vida y el ánimo de la sociedad. Por eso se dice ante cada elección que es “la madre de todas las batallas” y es la entidad del desafío para cada fuerza partidaria que pretende competir en ese territorio. Es indudable que así lo entendió el gobierno nacional y todo el lorero de comunicadores (algunos payasos) que lo acompañan inexorablemente. Confiaron en apostar a las antinomias como único eje de campaña, lo “anti” como estímulo, más la catarata de disparates, agravios, gestos que condenaríamos en nuestros gurises o nietos adolescentes, en fin, para que recordar. Irrumpieron en un territorio que no conocen, pero detestan, al que roban sus recursos legítimos, burlan la soberanía de su decisión política en el desprecio a sus gobernantes y anhelan desesperadamente gobernar. Lejos, muy lejos están. Esa provincia con su diversidad productiva, social, poblacional y política, tan cerca de la capital como distante de sus beneficios, ayer fue contundente. A pesar de la ofensiva mediática, de las redes libertinas, de algunas privaciones que el Estado ´provincial no les resuelve (porque tienen negados sus recursos) otra vez confió en el Peronismo y en su gobernador. Un gestor permanente de sus intereses comunes, un político joven con visión de estadista, que proyecto desde el cronograma hasta el armado electoral con esa mezcla de frescura y firmeza que lo hace tan particular. Que demostró conocer al pueblo que conduce con una solvencia infinitamente mayor a cualquiera de los dirigentes que expresamente rechazaron su decisión inicial. Que gobierna sin sectarismos locales ni nacionales, porque supo articular con otros gobernadores y hasta colaborar en situaciones críticas, siendo de distinta extracción política. Un militante del compromiso público, cultor del “mano a mano” en (el boom de las redes) como herramienta insustituible de la relación con otras y otros. Un triunfador sin estridencia ni centralidad obsesiva, que da testimonio de su vocación con esa consigna que ayer expreso a horas del triunfo” trabajar, trabajar y trabajar”. Un hombre, una esperanza potente.
Quedan varias batallas a librar para el movimiento nacional, está claro. Pero en medio de la penumbra y el desconcierto, ayer se encendió una luz. El contexto es muy complejo y los adversarios son poderosos. Con renovado diseño se repite el “Braden o Perón”. Encarnan en grupos, corporaciones e individuos, que históricamente defendieron privilegios sectoriales, en contra del interés nacional. . Habrá que aunar esfuerzos con generosidad y decisión de transformar (como en otras encrucijadas de nuestra historia) Habrá que deponer mezquindades y vedetismos , escuchar con mayor agudeza el descontento y las críticas, En esta epopeya la soberbia es pecado y apelar al pasado como único estandarte , por muy glorioso que sea, es una torpeza mayúscula. Hay una reserva formidable en nuestra ciudadanía que nos anima a soñar otra vez. Con la perseverancia de las convicciones, aprendiendo de los nuevos escenarios y recuperando la confianza en una construcción colectiva.
Para retomar lo mejor que transitamos, enmendar nuestras equivocaciones y omisiones, convocar voluntades diversas y asumir con audacia, inteligencia y clara conciencia de lo actual, un camino de crecimiento con equidad.