Por Germán Bercovich     –    

Es difícil escribir algo novedoso sobre la violencia en el fútbol en Argentina. Como es difícil, no lo vamos a intentar en esta columna. En un partido de día, en una de las zonas más seguras del distrito más rico del país, con el apoyo del Gobierno Nacional, con el incentivo de mostrar (en las vísperas del G20) una estructura de seguridad aceitada, sin hinchas visitantes, con el presidente de la FIFA en el estadio… no fueron suficientes factores a favor para que puedan eliminarse las situaciones violentas de un partido de fútbol. Luego, las suspicacias (algunas son ciertas). Que a la Ciudad le conviene que no haya festejos (y destrozos) antes del G20.  Que el Secretario de Seguridad de la Ciudad es el padrino del hijo de Angelici. Que el jefe de oftalmología del Otamendi es vocal de Boca. Que la hermana de Domínguez posteó fotos con toda su familia enfundadas en casacas de River. Que Pérez acusó el dolor en un ojo y le vendaron el otro.

Muchas opiniones vertidas desde todos los ámbitos hablan de una base violenta que excede al fútbol, que hace raíz en lo social general. El fútbol es una rama en donde se expresa una lógica violenta que va y viene por dentro del tronco social. Puede ser. ¿Alguien duda, de todas formas, que el fútbol tiene su propio microclima de violencia? Hay eventos multitudinarios, en este mismo país, al que uno puede ir con cierta tranquilidad. ¿Por qué la violencia social se derrama con mayor facilidad en un Aldosivi- Nueva Chicago que en un recital de la banda que Ud. quiera elegir?

Cualquier ciudadano común tiene derecho a pensar que debe ser útil mantener a las mafias en las canchas, protegerlas, compartir sus ganancias y aprovechar sus servicios en ámbitos que excedan lo deportivo. Si no, no se explica que no haya una decisión real de solucionar esto. La explicación de que la sociedad violenta contiene un fútbol violento, creo, queda corta.

En 1985, en Heysel, Inglaterra, murieron 39 personas en un enfrentamiento entre hinchadas, cuatro años más tarde, en Hillsborough, mil heridos y 96 muertos. En este último episodio tallaron la sobreventa de entradas, la mala infraestructura del estadio, y la deficitaria reacción policial. Thatcher encargó, entonces, una investigación sobre la causa de la violencia en los estadios ingleses. Es decir, era notorio que había mucha más violencia dentro de las canchas que fuera, y que, en otros eventos, tal como ocurre aquí. Surgió así el Informe Taylor, supervisado por Lord Justice Taylor, donde se propusieron 76 medidas posibles para morigerar este flagelo: entre ellas, retirar las gradas de cemento y poner asientos (controlando así la capacidad máxima de asistencia), disminuir el tamaño de las vallas y dejar espacio entre ellas para posibles evacuaciones, capacitación para la policía en cuanto a manejo y auxilio de multitudes y comunicación interna, instalación de cámaras de video, y mayor severidad en las penas para quienes cometieran actos vandálicos. Se establecieron también multas y sanciones para las instituciones que aceptaran a los hooligans en sus terrenos, se crearon cuerpos de elite policial especializados, que además se infiltraron en las barras (lográndose 35 cadenas perpetuas y 5000 prohibiciones de acceso), se unificaron todos los criterios de seguridad entre los clubes, y se crearon carnets que daban cuenta de antecedentes judiciales para cada hincha. Todas las medidas abarcaban dos horas previas y una posterior al inicio del partido. La inversión que debían hacer los clubes era cuantiosa. Así que el gobierno otorgó préstamos, y las instituciones triplicaron el precio de las entradas. O sea, las medidas que se tomaron en Inglaterra tenían que ver, todas, con una dimensión represiva más que educativa, vinculadas con el sector de seguridad y de refuerzo de las penas. Fueron tomadas desde las posiciones de poder político, con nula participación ciudadana, sin preguntas respecto a desigualdad y desocupación. Se podrá estar de acuerdo, o no, pero fue eficiente en un contexto de país europeo, donde los resortes estatales se accionan, en general, con mayor confiabilidad que en nuestros castigados suelos sudamericanos.

Mientras tanto, a la mayoría de los hinchas de Boca y de River, esto les ha bajado la tensión estrictamente deportiva. El partido ha pasado a ser otra cosa peor.

 

 

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