No es tan narrada la estadía forzoza del gran Protector de los Pueblos Libres en su «redota» personal en el Paraguay.
Traicionado y corrido a muerte por su antiguo Lugarteniente entrerriano, sin hombres, dinero, ni poder político como para hacerse respetar en su tierra, pidió permiso para residir en la sanguínea comarca guaraní del enigmático Francia, el Supremo paraguayo.
Una casi insignificante dependencia religiosa se le dió por alojamiento. Artigas pidió varias veces entrevista cara a cara con el Dictador, pero invariablemente éste se negó, actitud coincidente con un trato formalmente respetuoso, y con un delegado gubernamental que a diario venía a preguntarle por su salud.
Un día, cansado de su situación, el oriental contestó: «Como me ha de ir?…¡Soldado entre frailes!…»
La respuesta de Francia fue cambiarle el domicilio. Se lo destinó a Caraguaty, pueblito distante de Asunción unas 80 leguas, agregando provisiones en aumento, ropa y una subvención mensual.
A poco tiempo de su residencia en Paraguay, el «General de los Independientes» se entera que Ramírez había tomado prisionero al Irlandes-gaucho Campbell, encargado de la flota artiguista por los ríos mesopotámicos. Y lo había remitido al Supremo paraguayo para que lo fusilase en pago de anteriores perjuicios de guerra. Francia, en cambio, lo dejó en libertad pudiendo dedicarse a su vieja labor de curtidor.
Volviendo a Artigas, en su nuevo y remoto hogar se dedicó a labrar la tierra y a recibir la pensión que sorpresivamente le otorgaba ahora el Gobierno donde residía.
El pago de la misma se suspendió al saberse que el viejo exiliado donabalo en limosnas al pobrerío del lugar.
En 1832 el Presidente del flamante Estado uruguayo (Fructuoso Rivera) lo invitó a retornar a la vieja Banda de sus andanzas. Pero don José Gervasio no habia sepultado el recuerdo de su traición: Don Frutos había sido uno de los primeros altos oficiales federales que había desertado e integrado como aliado a las fuerzas imperiales invasoras de su provincia natal.
En 1845 lo eligieron como instructor del Ejército Paraguayo. Pero enterado que la misión del mismo podía ser enfrentar a la Confederación Argentina manejada por Rosas, renunció con éstas palabras: «No quiero formar soldados unitarios».
Tuvo algunas compañias leales y consecuentes: Una fue la del negro Ansina, un asistente personal full time y otra una jóven que le dió un último hijo natural
Murió Francia en 1840 y se inició el tiempo de Carlos Antonio López, con quien mejoró la relación personal.
Ya en sus ultimos años era el hombre más querido por su barriada y los vecinos se acercaban a rezar el rosario con el héroe. Este, a su vez, formaba a los niños en los detalles del cristianismo y hasta les traducía el Evangelio al guaraní.
Se contaba que la familia del Presidente trataba a Artigas como si fuera un familiar y hasta le festejaba los cumpleaños.
El 23 de setiembre de 1850 al amanecer cerraron sus ojos definitivamente. Tenía 86 años y Ansina, ese poeta popular fiel, entornó sus párpados.
Nacía el mito. Se inventaba la leyenda negra. Tardaría en llegar la reivindicación, arribada luego de la tergiversación y reducción a Padre de la Patria uruguaya. ESe Uruguay que nunca quiso separado del resto argentino.
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 13/3/2023