por Germán Bercovich –
El 2 de abril fue declarado Día Mundial de Concientización sobre el autismo por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Como psicólogo infantil, que además trabaja en un Hospital de Salud Mental Infanto Juvenil, me ha tocado entrar en contacto infinidad de veces con este cuadro tan complejo.
En los últimos años, la necesidad de información sobre el autismo ha aumentado exponencialmente. Asociaciones científicas, de familiares, medios de comunicación, realizan un trabajo de difusión y de enseñanza sobre el tema, como nunca antes se ha hecho.
El texto más citado sobre este asunto es Autismo. Hacia una explicación del enigma, escrito por Uta Frith. En él se citan algunos casos históricos que presentan algunas pautas equivalentes a lo que hoy se conoce como autismo. Entre otros, describe el caso del “niño salvaje de Aveyron”. Se trataba de un niño de aproximadamente 12 años que fue encontrado en los bosques de la región central de Francia a finales del siglo XVIII. En aquel momento, se discutía si esa criatura representaba al ser humano puro, sin contacto con la sociedad. La autora analiza el caso desde la posibilidad de que fuera un niño autista. Estrictamente, el término “autista” fue acuñado por un psiquiatra suizo Bleuler, en 1911, para referirse a un proceso de separación de la realidad, que era reemplazada por alucinaciones. En su teoría, el autismo era una forma de esquizofrenia. Desde allí, y a través de la historia reciente, se lo ha tratado de encuadrar en diversos casilleros neurológicos, neurobiológicos, de dinámica familiar disfuncional, genéticos, mezclas de ellos, etc.
Esta incertidumbre sobre la raíz del cuadro es muy habitual en los padres, quienes suelen, razonablemente, intentar rastrear en la bibliografía que haya disponible de dónde vienen los síntomas que sus hijos presentan. Personalmente, lo que ocurre con las familias de los autistas no lo he visto replicado en ninguna de las otras enfermedades mentales que definen los manuales específicos. El grado de conexión, solidaridad, intensidad para llevar adelante iniciativas, avidez de información, al menos desde mi óptica, es particular de las familias de autistas. No sé bien por qué esto se da así, pero indudablemente es algo para reconocer. No puede explicarse sólo por lo temprano del inicio de los síntomas (que hace a los pacientes teóricamente más vulnerables), ni por la frecuencia (al parecer creciente) de los diagnósticos. Es como si el lazo social afectado de los pacientes se viera compensado por la unión exacerbada entre sus familias. Como si a la falta de lo uno respondiera el exceso ,afortunado, de lo otro.
En nuestra ciudad hay un grupo activo de familias que se ocupan del bienestar de los autistas y sus grupos afectivos. Para ellos, un gran saludo.
(fuente: La Calle)
Nota publidad por la revista La Ciudad el 3/4/2018