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Claudio Pocho Lepratti, el ángel de la bicicleta: Semblanza de un héroe de nuestro tiempo

por Ana María González   –     

Llega diciembre con sus días largos, sus despedidas, la Inmaculada en procesión, las hortensias adornando el pórtico de la iglesia principal, los arbolitos, pesebres y adornos navideños en las vidrieras. Calor, compras, fiestas de río y arena, aroma a carne asada, presentimiento de brindis, vísperas de abrazos. Pero también se oyen en la memoria las sirenas de los saqueos aquellos de diciembre de 2001 y duelen las jornadas del 19 y 20,  la impunidad  y  los muertos, hiere  que se hayan cortado las alas a un sembrador de esperanzas, a un héroe popular, un hombre justo:  le llaman El Ángel de la Bicicleta. Aunque fue asesinado en Rosario había nacido aquí cerca, creció entre nosotros.

El ángel vino de abajo
En la literatura religiosa los ángeles son espíritus celestes, creados por Dios para su ministerio, el ángel custodio es el que Dios señala a cada persona para su cuidado. Losángeles no son, por lo tanto humanos sino que descienden desde las esferas celestiales hasta nuestro pequeño mundo, como emisarios divinos. El mito griego define al hombrecomo un ser bifronte, mitad polvo y mitad fuego celestial, somos en parte abiertos a la luz –ángeles- en parte inmersos en la noche; dotados con idéntica profusión para el amor ilimitado como  para la bajeza.  En ese sentido fue un ángel porque su principal trabajo fue ser intermediario entre la pobre gente de las villas sin medios, sin comida, vestimenta ni palabra adecuada para reclamar derechos ante las autoridades, muchos de los que Galeano llamó “nadies” encontraron en él un emisario de esperanzas, una mano amiga, una oreja comprensiva, un corazón de oro una oleada esperanzadora que se expandía como río crecido.

Lo cierto es que para todos los que conocieron a Claudio Lepratti, el Pocho, él es ahora el Ángel de la bicicleta. Nunca sabremos si la luz de Claudio provenía de que no era un ser vulgar sino celestial o si, como dice el mito griego, su luz surge de su propia lucha interna llena de sufrimientos y renunciamientos donde el bien dominó al mal. Lo que nadie duda es que este Ángel vino de “abajo”, para “los de abajo” y como sucedió con los ángeles bíblicos sólo los humildes de corazón escucharon sus palabras y pudieron verlo. Ese mensaje no fue otro que lo que hace dos mil años un Hombre-Dios dejó entre nosotros como mensaje de salvación y de esperanza para todos los hombres buenos.  Esas mismas, son las que se repiten en reuniones y ceremonias de distintos templos y hasta en discursos de políticos, pero que, en la realidad no se traducen demasiado en acciones. Cada tanto un ángel aparece entre los que aún no han perdido la inocencia para hacer creíbles las Utopías.  Ahora voy a contar como llegó hasta nosotros “el Ángel de la bicicleta”.

Claudio, llegó al mundo en Colonia Los Ceibos, un paraje rural, cercano a Concepción del Uruguay, Entre Ríos, el 27 de febrero de 1966; primero de los seis hijos de Orlando y Dalis. Nadie entonces podría sospechar la inmensidad de su obra en su corta vida, ni su trágico destino pues sus primeros años transcurrieron sin sobresaltos. Su mamá lo recuerda como un buen chico, humilde, obediente, jamás contestaba, siempre daba el ejemplo. En la escuela de la colonia, Escuela N° 30 Alejandro Aguado, donde cursó la primaria, era el defensor de los tímidos o disminuidos, siempre ayudaba.

Luego Claudio se va a Concepción o Uruguay, -como decimos nosotros- a cursar el bachillerato al Colegio salesiano Instituto Santa Teresita de la obra de Don Bosco. Hugo Obispo, su amigo del secundario pudo advertir que Claudio era distinto de la mayoría y recuerda que como delegado del curso “demostró tener en claro lo que era defender a sus compañeros, jugarse por cualquiera de nosotros sin importar de quien se trataba y hasta las últimas consecuencias”, veía las cosas de una manera y no tenía términos medios. En las clases de Historia presentaba documentos, arriesgaba opiniones diferentes “generaba debates”. “Sencillo en el vestir”, Claudio sostenía que lo importante era la persona, los diseños de moda, las marcas no contaban para él. Hugo recuerda su generosidad en brindar su tiempo, sus interminables mateadas, la sencillez de su persona.

Corría 1982 y Claudio, que se había formado durante la dictadura militar, comprendió que una manera de superar las injusticias de la sociedad, era la participación. Su obsesión era la Justicia Social, por eso se adhirió a estudiantes de otros colegios de la ciudad y refundó la UES, Unión de Estudiantes Secundarios, de ideología peronista; así nació su apodo de “Pocho”. Como militante de la UES hizo pintadas, pegatinas en contra de los abusos de los militares y abogando por la necesidad de expresarnos y vivir en libertad, en definitiva ejercer la democracia.   En este sentido se unió con otros militantes jóvenes y formó parte del GTP, Grupo de trabajo Peronista. Con ellos trabajó en la recolección de libros para conformar una biblioteca que se depositó en la humilde Capilla de San Roque. Este fue un trabajo de hormiga ya que para lograr el objetivo con su grupo buscaron los domicilios de los afiliados al partido y uno por uno fueron visitándolos hasta hacerse de un buen número de libros.

Como Claudio, “Chicho” –porque era un perro jugando al fútbol le decían sus amigos y él solo se reía-, era una hormiga desde siempre, además de esas actividades políticas incluye en su vida el trabajo evangélico asociado a la acción y su preferencias eran los niños más pobres y necesitados. Así en el Oratorio Festivo Domingo Savio coordinado por los Cooperadores Salesianos trabajaba los fines de semana realizando actividades recreativas para los chicos. Junto con otros jóvenes desempolvaron los viejos juegos de metegol, de sapo, los juegos de mesa que hicieron las delicias de nuestra niñez – ahí donde la presencia del padre Mario Cámpora se hacía real y mandaba- en el viejo edificio del Colegio Don Bosco. Allí se organizaban paseos, campamentos, campeonatos de fútbol. Mi hermano Luis recuerda que a Claudio le disgustaba la lentitud operativa, el pedir permisos y esperar aprobaciones. Como a la mayoría de sus amigos le gustaba la música latinoamericana “de protesta”, tan en auge en aquella época, comprendía canciones centroamericanas, cubanas, españolas, argentinas, el “canto popular uruguayo” y las murgas.  Chicho prefería el grupo uruguayo Zucará y entre sus canciones “Patria” de Pablo Neruda que dice:

“Quiero hablarte, querido compañero

De la patria que ha de forjarse abajo

Los que hacen andar las herramientas,

Y no tienen más defensas que sus manos.”

Claudio Lepratti abriendo sus alas en Rosario
Y así, entre luchas de centro de estudiantes y canciones de protesta, Claudio terminó el secundario y la ciudad lo vio partir al Seminario de Funes. Para Hugo Obispo, su mejor amigo de Concepción, no fue sorpresa su partida, Claudio necesitaba canalizar sus deseos de ayudar al prójimo su opción vocacional estaba de acuerdo con lo que pensaba y pregonaba. Entre 1983 y 1985 estudió derecho como alumno libre en la Universidad Nacional del Litoral, mientras se desempeñaba como cooperador salesiano. Ya en el Seminario, en 1986 Instituto Salesiano Ceferino Namuncurá, hizo sus primeros votos como hermano coadjutor. Pero no estaba conforme con algunas cosas. Seguramente Claudio habrá tenido su crisis, esa instancia crucial de su vida donde debió optar por acciones limitadas en cuotas o una entrega total a la tolerancia,  la paciencia, la pobreza que no sabe de esperas y sobre todo al amor. Esto significaba despojarse de todo bien material y apostar a que esa parte divina que todos los humanos tenemos pueda brillar, aún entre los vicios, el abandono y el dolor. Él quería ser cura full-time, por ejemplo dice su mamá que no le gustaba ser “una visita en las villas”, él quería vivir con su gente; por eso los votos de pobreza y castidad eran necesarios pero el de obediencia podía esperar. Porque las causas judiciales se “varan” en los juzgados, los proyectos se “cajonean” en los muebles de los políticos, las aprobaciones tardan en la jerarquía eclesiástica, pero las necesidades de la gente no pueden esperar y alguien tiene que ir tras ellas en el intento de mejorar esas vidas marginadas por la desidia. Y esta fue su decisión definitiva y la llevó hasta el fin.

Para la concreción de su proyecto humilde y angelical, fue hallando cómplices y su riqueza humana los fue aceptando olvidando las diferencias y priorizando las coincidencias. Su inspiración intelectual provenía de Ernesto Cardenal (fue un poeta, sacerdote, autor de la teología de la liberación, escritor, traductor, escultor y revolucionario nicaragüense), en lo cercano el padre Edgardo Montaldo era su referente religioso y sobre todo lo movían las virtudes y necesidades de la propia gente de la villa. Y la vida les fue cambiando a “los de Ludueña”. Por primera vez alguien les advertía que en ellos había un tesoro, el de la dignidad. Él supo ver luz donde la mayoríasolo veía miseria, delincuencia y adicciones, realidad de decadencia que también está en otros guetos como en los countrys o en los barrios comunes, en las escuelas (públicas y privadas) en fin: en la sociedad argentina y en nuestro mundo actualmente ; sólo que allí en las villas, no se disfrazaba.

Pocho, con paciencia, amor y fe apostó a la educación, incitando y hasta persiguiendo a los chicos y niños para que vayan a la escuela. A la vez, la villa lo veía recorrer Rosario de punto a punta desde Ludueña, al norte donde está la Vicaría del Sagrado Corazón de Jesús, hasta el Colegio Nº 756 donde ejercía su trabajo como docente. A la fe cristiana la enseñó con amor, entonces creó talleres de música y arte, apoyo escolar, formó murgas y también organizó La Nota un periódico sobre las novedades de la villa. Un aparte, merece el tema de las murgas. El creía que era necesario rescatar la cultura nacional y recuperar el espacio de participación y expresión popular que cabe en las murgas y en el carnaval tradicional. Este sueño se cumplió, pues se comenzó a festejar el carnaval en Rosario el 27 de febrero, en recuerdo de Pocho Lepratti. Así entre música y palabras, logro implementar su Utopía, entretuvo a los chicos y los alejó de las drogas, los alentó en el progreso y en la defensa de su dignidad humana, en el valor del trabajo, el esfuerzo, el respeto y les ofreció la auténtica alegría “como una trinchera contra los proxenetas de la risa” (Mario Benedetti) y contra los infortunios que no eligieron. Él les hizo ver la otra pobreza: la de la mentira, la decadencia y la indignidad. En lo concreto coordinó grupos juveniles dependientes de la Vicaría de Ludueña, participó en la coordinación de revistas como Ángel de Lata, la mencionada Nota, la Notita, fue promotor de huertas orgánicas y crías de pollos en el proyecto Pro-Huerta. Multiplicó talleres en los barrios de fabricación de jabón, hornos, prevención de salud (HIV-SIDA y otros), comedores comunitarios, acciones culturales en relación a la Municipalidad de Rosario, la formación de la Biblioteca popular del barrio. Trabajó en el Centro Crecer N° 19 y dio clases en la Esc. Luisa Mora de Olguín, de Ludueña conocida como “La escuela del Padre Edgardo Montaldo”. En 1996 fue protagonista de un conflicto duro de los trabajadores no docentes de los comedores escolares, (él trabajaba en la Cocina centralizada de Rosario desde 1992) para que el gobierno provincial tomara a los despedidos y a partir de entonces pasó a desempeñarse como personal no docente en la Escuela 756 de Las Flores y a militar en ATE. Asistió a Congresos de Formación Teológica y en el 2001 al encuentro de experiencias de organización y lucha popular en el Cesep comunidad de base eclesial en Brasil donde confluyeron representantes de los Sin Tierra, el Zapatismo, el Centro Memorial Luther King de Cuba y un centenar de militantes de base de otros países.

Pero su destino no escapó en el S XXI, al de los líderes del siglo anterior porque los afectados por su lucha –de hormiga pero efectiva- contra la desigualdad y la decadencia, aprovecharon la confusión del 19 de diciembre para ultimarlo. Murió en su ley, “lo mató un cana en su puesto de trabajo” dijo el padre Edgardo, una itaka policial le perforó la tráquea, tenía sólo 35 años y estaba defendiendo a los niños que alimentaba en el  comedor de la villa, mientras gritaba: “Bajen las armas que sólo hay pibes comiendo”. Los de Ludueña, recuerdan su Utopía: en el mundo que Pocho soñaba todos los chicos comían, estudiaban y los padres tenían trabajo.

Diciembre de 2001 nos desveló a los uruguayenses por los hechos de violencia y nos devolvió, a la vez la memoria y la presencia de Claudio. Muchos desconocíamos su grado de compromiso con la comunidady el tipo de trabajo que realizaba. Claudio volvió a mi ciudad, volvió como Ángel de la bicicleta, volvió como Pocho – hormiga y como San Pocho de Ludueña. Pero fue muy grande el contraste entre el amor de sus amigos de actividades, gente de la villa, religiosos, gremialistas, periodistas de Rosario y la tibia bienvenida a esta ciudad de la Virgen donde se encuentran hoy sus restos, en el Parque Jardín de Paz. Tal es así que una versión que el diario tradicional de nuestra ciudad había publicado un artículo sobre su muerte y acusaba a la gente de la villa Ludueña de haber ultimado a Claudio por no acceder a obrar como agitador (primera versión sostenida por algunos medios nacionales). Afortunadamente, otro medio rescató la figura de Pocho y reveló la verdad sobre su muerte. Finalmente el 30 de diciembre de 2001 en el primer diario mencionado se publica una carta a redacción firmada por quien fuera su profesor de Historia en el secundario, Hugo Bofelli, un hombre respetado por su compromiso de vida cristiana, docente y padre de familia. Aquí, en esta carta, su profesor y padre del “Canario”, compañero del secundario y del seminario de Claudio, manifiesta el asombro y la emoción que experimentó al recorrer la zona de trabajo social de Claudio y percibió el fervor hacia él por parte la gente humilde y a su vez, la congoja por su muerte. Para terminar Bofelli dice que Pocho sufría la miseria de esta gente y quería protegerla, lo inmanejable se había desatado y él, contrario a la violencia, le pidió a gritos a la policía que no atacaran que eran sólo niños con hambre. Esto le costó su vida, sus últimas palabras nos hablan de una entrega a su opción de vida total y sin límites.

Aquí en Concepción lo habíamos perdido de vista, de pronto la inminencia del misterio de su presencia celeste entre nosotros llegó de la manera más inesperada. Y nos lo trajeron rodeado de sus “villeritos” cubrieron su cuerpo con mortajas de poemas llenos de amor, mojaron el adiós con lágrimas que nadie pudo consolar. Tan acostumbrados a la muerte temprana, a la violencia inusitada, no todos fuimos conscientes de lo que León Gieco alcanzó a advertir: la verdad de lo que hicimos. Y la puñalada de su canto nos desgarró el tejido de la indiferencia con que vemos pasar la vida en Argentina: “dejamos ir a un ángel”. Y desde entonces él anda merodeando por nuestras vidas, volando por su Rosario y por nuestra memoria y él es Claudio o Pocho Lepratti, El Ángel de la bicicleta, un héroe de nuestro tiempo, un sembrador de esperanzas.

Fuente: El presente es fragmento del texto Carta a los amigos de Ludueña, de Ana María González que fue publicado en la antología Pocho Vive, Editorial Biblioteca popular Pocho Lepratti, Mayo 2005 (segunda edición), imprenta Amalevi, Rosario, Argentina.

El artículo surgió de entrevistas a Dalis Lepratti (madre de Claudio), a sus amigos Hugo Obispo y Luis González y fundamentalmente de la carpeta con documentos originales que Hugo Obispo me prestó donde pude leer y releer ejemplares de Ángel de Lata, La Nota, escritos de nenes de la villa despidiendo a su amigo y protector, textos de amigos, la carta del Prof. Hugo Bofelli al diario La Calle, en fin, toda una riqueza de recuerdos en papeles.

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 12/12/2021