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Malthus vs. Alberto

Por Rubén Cuello

Nuevo Encuentro Mendoza –

Frente de Todos

Por estos días, en el marco de la Pandemia global, crece la preocupación sobre la actitud de distintos líderes del “mundo civilizado”,  respecto a la subestimación con que se abordó desde el principio el Covid-19 y sus graves consecuencias en la salud y la vida de las poblaciones, con un incremento geométrico del número de casos y de fallecimientos a causa del contagio masivo, al parecer inevitable.

Pero son precisamente estas fatales consecuencias, con miles de personas víctimas del virus, sin posibilidades de atención médica, con un sistema de salud colapsado, lo que permite pensar que tal vez dicha subestimación no sea tal, sino una acción política de gobierno, con razones que pueden resultar difíciles de admitir públicamente.

Thomas Malthus nació en 1766. Fue un clérigo anglicano británico, que desarrolló en su “Ensayo sobre el Principio de la Población” una teoría que puede resultar muy familiar si se escucha a algunos presidentes como Donald Trump, Boris Johnson o incluso a Jair Bolsonaro.

Según Malthus la población crece en forma exponencial, mientras que los recursos con los que cuenta el mundo crecen de forma aritmética, por lo cual en determinado momento (cada cierta cantidad de años) nos quedaríamos sin recursos para alimentarnos y sustentar la vida. (Lo cual fue refutado por el avance tecnológico y las sucesivas revoluciones científico – técnicas).

Su teoría llevó a rechazar de plano todo tipo de política social, al afirmar que “Un hombre que nace en un mundo ya ocupado, si sus padres no pueden alimentarlo y la sociedad no necesita de su trabajo, no tiene ningún derecho de reclamar ni la más pequeña porción de alimento (de hecho, ese hombre sobra). En el gran banquete de la Naturaleza no se le ha reservado ningún cubierto. La naturaleza le ordena irse y no tarda mucho en cumplir su amenaza…”

Bajo estos conceptos, Malthus veía con buenos ojos las pestes y pandemias, porque a través de las muertes reducían la población. Asimismo consideraba que los pobres eran los que causaban su propia desgracia ya que, presos de sus instintos, no dejaban de reproducirse, creando más bocas para alimentar de las que podían mantener. A su vez sostenía que las personas ancianas también eran una carga social, porque no producían ningún tipo de riqueza.

Cualquier semejanza en la actualidad, con los dichos y las acciones de algunos líderes mundiales, no es casualidad, sino aplicación práctica. La aplicación de políticas activas de control demográfico a través del abandono de pobres y ancianos, alentando el contagio, que trae como resultado que, quienes menos acceso tienen a la salud y a los servicios básicos esenciales, sean quienes paguen con su vida. Cuando lo más razonable sería distribuir mejor los recursos, ya que el 99% de la riqueza está concentrada en el 1% de la población. Pero no.

Bolsonaro diciendo que el coronavirus es una gripecita, un resfriadito, instando a la población a salir de sus casas, promoviendo la actividad y el contacto. La insistencia de Trump en que la pandemia era comparable a la gripe y había que “dejarla circular”, sin necesidad de medidas de distanciamiento social, e incluso el martes pasado, alentando a los ciudadanos de Wisconsin a que concurran a votar en las elecciones primarias, con el resultado de elevar a EEUU como el país con más contagios y mayor cantidad de muertos en el mundo.

No son más que ejemplos de una serie de acciones políticas en el marco de una concepción malthusiana.

Como contracara, el presidente Alberto Fernández ha llevado adelante una acción política profundamente humanista que pone a las personas en el centro y como prioridad. Y esto ha traído resultados claramente favorables, si los comparamos con los saldos en vidas humanas de otros países que tantas veces hemos oído llamar como “del primer mundo”.

Fernández sostiene que un punto de PBI se puede recuperar, pero una vida humana no. Afirmación que a algunos pone muy nerviosos por su grado de contundencia comunicativa y su difícil refutación en el falso dilema “economía vs. vida”.

A muchos otros argentinos y argentinas nos pone muy tranquilos, porque sabemos que nuestros destinos como pueblo no están en manos de alguien que cree que para la economía es mejor que algunos mueran, sino de una persona comprometida con nuestra sociedad, especialmente con sus sectores más vulnerables, que va a hacer todo lo que esté a su alcance para salvar vidas.

 

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