Por Rodolfo Oscar Negri –
El 12 de febrero de 1817 tuvo lugar la batalla de Chacabuco, que sería la coronación de una operación audaz por su concepción y brillantemente ejecutada: el cruce de Los Andes por el ejército que San Martín venía organizando y entrenando en la gobernación de Cuyo desde hacía tres años. Derrotados en Rancagua, los patriotas chilenos habían pasado a Mendoza. Entre ellos, Bernardo O’Higgins y Ramón Freire ayudaron a San Martín a organizar el Ejército de Los Andes y se pusieron bajo su mando.
La sorpresa era un factor fundamental para un ejército patriota que disponía de menos hombres y armas que el realista. Las tropas de San Martín habían cruzado divididas, por tres pasos diferentes, algo que les fue hábilmente ocultado a los realistas. El gobernador de Chile, Casimiro Marcó del Pont, no tenía un plan claro de defensa; la llegada del Ejército de los Andes lo sorprendió con la tropa dispersa, algo a lo que lo había forzado San Martín al multiplicar los cruces.
Luego de varios combates menores, los patriotas estaban dominando el norte de Chile, por donde había pasado el grueso del ejército.
San Martin prepara entonces el enfrentamiento decisivo en la cuesta de Chacabuco, a 50 kilómetros al norte de la ciudad de Santiago.
San Martín divide en dos columnas, dirigidas por Miguel Estanislao Soler y por Bernardo O’Higgins, integradas por los Batallones nº1 de Cazadores de los Andes y nº11 de infantería, con el apoyo de los batallones 7 y 8 de Infantería, y 4 escuadrones de Granaderos a Caballo.
Los realistas fijan campamento en la víspera de la batalla en las casas de la hacienda de Chacabuco.
San Martín envía a O’Higgins al frente de la división menos numerosa, por el camino más corto y más escarpado –la cuesta vieja-, para atacar a las fuerzas realistas que él cree están aun en las casas de Chacabuco. Soler, mientras tanto, marcha con su división hacia el mismo lugar pero por el camino más largo (llamado cuesta nueva), para aparecer por el flanco y decidir la suerte de la batalla. Por eso O’Higgins debía demorar el combate hasta la llegada de Soler. Pero no lo hizo y atacó a los españoles ni bien los vió.
Habiendo San Martín dado la orden de no atacar hasta la llegada de Soler, que debía rodear el cerro, el apresuramiento de O’Higgins –inspirado en su arrojo, virtud en la cual todos coinciden- comprometió la estrategia del Libertador y lo obligó a intervenir. Cabe señalar que la primera carga de O’Higgins contra los realistas había fracasado y el jefe chileno se había visto forzado a retroceder.
Advertido San Martín de lo que ocurre, ordena a Soler atacar de inmediato. Más aún, decide intervenir él mismo en la batalla. Baja la cuesta al frente de sus granaderos y llega en el momento en que O’Higgins se disponía a lanzar un nuevo ataque frontal contra el enemigo realista. «El gran capitán venía bajando la cuesta al frente de sus granaderos cuando se apercibió del acto de arrojo de O’Higgins –sigue el relato de Carlos Pueyrredón en la obra citada-. Ordenó inmediatamente a los regimientos 7 y 8 de infantería que calaran bayoneta y atacaran resueltamente al centro del ejército realista; enseguida, a lanza y sable, arremetió contra el enemigo, para auxiliar a O’Higgins».
Esta actitud de participación personal fue la que definió la batalla y el destino de América.
Fue la última vez que se involucró él mismo como comandante en el combate.
Chacabuco fue una victoria completa que les dio a los patriotas el dominio de Santiago. Marcó del Pont huye pero es capturado en Valparaíso cuando se preparaba para abordar un barco hacia Lima.
En su parte de la batalla, San Martín no hace ningún reproche a O’Higgins.
O’Higgins jamás escatimó a San Martín el reconocimiento que éste merecía por la emancipación de Chile y le brindó su amistad y lealtad hasta el fin. Al asumir el gobierno de Chile, el 17 de febrero de 1817, se dirigió a sus compatriotas en estos términos: «Nuestros amigos los hijos de las Provincias del Río de la Plata […] acaban de recuperaros la libertad usurpada por los tiranos. Estos han desaparecido cargados de su vergüenza al ímpetu primero de un ejército virtuoso y dirigido por la mano maestra de un general valiente experto y decidido a la muerte o a la extinción de los usurpadores».
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(extracto realizado por Rodolfo Oscar Negri del articulo de Claudia Peiró – Infobae 12/2/16)
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 12/2/2017