Casación le da la estocada final a un expediente que nació como un megaescándalo y que atravesó todas las instancias judiciales posibles para destartalarse conforme se desplegaron pruebas y se atravesó un debate oral, cuyas conclusiones fueron ratificadas con las absoluciones.
El juicio transcurrió con una gran profundidad técnica. Ámbito siguió todas las audiencias en soledad. Declararon expertos y funcionarios jerárquicos de carrera de AFIP. Hasta quienes impulsaron las denuncias buscaron, bajo juramento, relativizar la cuestión. Desde Abad que reconoció que no era tributarista hasta Carlos Bo -un sabueso con buenos lazos políticos con Elisa Carrió– que sostuvo que la investigación que le encargaron “no era para esto”. Se supone que se refería a un desapoderamiento económico. En general, remarcaron que más allá de los montos, no había grandes anomalías, tampoco deficiencias de control y que ninguno de los funcionarios intervinientes se había apartado de las pautas de trabajo que tenían para tramitar los planes. Nunca hubo en el expediente un solo elemento de prueba (llamadas, cruces de mails, contactos, testimonios) que avalaran algún tipo de vinculación entre los accionistas y cualquiera de los funcionarios a quienes le peticionaron los planes de pago. Para entonces la causa había sido partida. Quienes tramitaron los planes jamás pudieron declarar como testigos. A la vez, otra auditoría había arrojado que al igual que Oil existían 1200 contribuyentes que habían recibido más de 1600 planes durante el período analizado. Se hizo una tercera causa.
Alegatos mediante, la mayoría del TOF compuesta por Fernando Machado Pelloni y Javier Ríos dictó sentencia. Hubo una condena sobre Ricardo Echegaray en la que se lo responsabilizó por no haber normado el proceso de otorgamiento de planes. Sobre los empresarios hubo absolución no solo porque estaban en la libertad de peticionar planes de pago, sino que ninguno de los extremos (ya no de la denuncia) sino de la hipótesis de acusación de la fiscalía logró ser probada. No existió la retención de impuestos, no era dinero del Estado sino fondos propios, no hubo dolo en los prestamos entre compañías relacionadas ni tampoco vaciamiento. En síntesis, nada de lo que inició la causa había alcanzado la orilla del veredicto. Naufragaron en hipótesis en el mejor de los casos. En el peor, en fantasías.
A esta instancia, el caso Oil trepó en el ranking de hitos para la historia judicial argentina. La conclusión de la Justicia hizo estragos sobre el mito. Cabe ahora la pregunta de cuánto dinero de los contribuyentes gastó el Estado en desplegar todo este accionar en pos de un objetivo político.
Fuente: Ámbito