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LITERATURA, LA HORA DEL CUENTO: VISITA SORPRESA

por Rodolfo Oscar Negri    –     

Durante casi un siglo, la Mesopotamia Argentina y particularmente la provincia de Entre Ríos, mantenía una situación de aislamiento y falta de desarrollo sobre todo en lo que hace a la estructura vial y el sistema de comunicaciones. Esta no era una realidad casual, sino que respondía a una hipótesis de eventual conflicto bélico con Brasil y de la necesidad de entorpecer un potencial fácil acceso y tránsito a un posible avance de tropas invasoras que pudieran penetrar al territorio nacional rumbo a la Capital Federal, generándole la mayor cantidad de dificultades.
Las rutas eran de tierra (en el mejor de los casos con ripio), de precario mantenimiento y excepcionalmente había alguna asfaltada o mejorada. Además, no se construían puentes y el cruce de los ríos se efectivizaba a través de balsas.
La situación estaba potenciada -en lo que hace al aislamiento que sufría esta zona- por las deficientes comunicaciones con el resto del país.
En cuanto a la radiotelefonía, solo se sintonizaban las emisoras locales y no hubo acceso a ninguna señal de televisión nacional sino hasta finales de la década del 70. Específicamente desde la costa del Uruguay y particularmente en nuestra ciudad de Concepción del Uruguay, solo se podían ver los canales televisivos uruguayos de Paysandú y Fray Bentos.
Excepcionalmente cuando el tiempo era el adecuado (días de mucha humedad), se podía visualizar precariamente (con muy poca nitidez y con una lluvia permanente) imágenes generadas por los canales televisivos de aire de Buenos Aires.
En cuanto a la telefonía, era una de las pocas zonas del país que estaba manejada por una compañía privada: la finlandesa Ericsson.
Desde 1910 esta empresa monopolizó el servicio bajo la denominación Compañía Entrerriana de Teléfonos. Sus sistemas y equipos eran totalmente obsoletos y las comunicaciones de larga distancia demoraban horas y hasta días en poder concretarse.
Ese es el entorno que rodea a nuestra historia.
A comienzos de los años setenta, Eduardo García trabajaba en una gran empresa internacional de granos que tenía plantas de
procesamiento, no solo en Concepción del Uruguay, sino en todo el país.
Joven, buen trabajador, con talento, condiciones y ansias de superación; aspiraba a tener una carrera en su trabajo que le asegurara su futuro y el de su familia.
Eduardo estaba casado con Elena y tenía dos hijos de siete y nueve años.
Todo parecía sonreírle.
Aquella mañana, apenas había llegado fue convocado a la oficina del gerente.
Ernesto Soria -el funcionario- era un hombre mayor de larga trayectoria laboral estaba a cargo de la oficina uruguayense, y tenía al joven empleado, como su brazo derecho en la tarea diaria; pero también le tenía un afecto muy especial.
– ¿Cómo andas Eduardo?
– Bien, don Ernesto
– Te llamé porque quería hablar con vos…
– Estoy a disposición
– Me parece que sabes lo importante que sos para esta oficina, pero quería comentarte una posibilidad que puede llegar a interesarte, más allá de que eso signifique perderte
– ¿Perderme?
– Escuchame… le dijo, mientras buscaba una nota en su escritorio.
– ¿dígame, don Ernesto?
– Acabo de recibir una circular donde me avisan que existe una vacante en la casa central, en Buenos Aires. La misma es de un cargo en el que vos podrías encuadrar como anillo al dedo…
– ¿pero eso es en Buenos Aires?
– Sí, pero puede ser el trampolín para una muy buena carrera laboral…
– Lo que pasa es que toda mi familia está aquí, los gurises ya van a la escuela primaria… mi señora, mis padres, mis suegros… toda mi vida…
– Mirá, vos sos libre de elegir, pero –pensá- te podrías ir solo uno o dos años allá y hacer una diferencia muy grande económicamente hablando y si es más tiempo hasta te podría cambiar la vida. A vos y a toda tu familia.
– ¿le parece, don Ernesto?
– Pensalo. Hablalo con tu mujer. Estas en la edad justa como para  hacer un sacrificio así y la recompensa puede traerte un vuelco total. En mi caso jamás tuve una posibilidad así ¿sino crees que estaría acá?
– Le agradezco don Ernesto que haya pensado en mí ¿hasta cuándo tengo para pensarlo?
– Solo hasta mañana.
Esa no fue una noche especial para la familia García. Después de comentarle a Elena de la propuesta, ambos coincidieron de conversarlo en la mesa durante la cena para que –incluso- sus hijos pudieran expresar su opinión.
No fue fácil. La separación es dolorosa, pero el resultado podía ser determinante.
Conversaron mucho y evaluaron todo… con dolor, pero también con alegría, decidieron que era una posibilidad que no podían dejar pasar y el sacrificio bien valía la pena.
Acordaron que viajaría cada quince días. Por aquel entonces, el Expreso Azul del Rio Uruguay, la empresa de colectivos que hacía la
vinculación de Concepción del Uruguay con la Capital Federal, tardaba entre ocho y nueve horas en recorrer el trayecto entre la Terminal uruguayense y Plaza Once –que era hasta donde llegaban por aquel entonces-, incluyendo dos balsas que atravesaban los brazos del Paraná que separa Entre Ríos de Buenos Aires; pero la cuestión no era solamente el tiempo sino también el dinero. La vida de Eduardo sería lo más austera posible con la idea de ir acumulando y generando un capital que los ayude al objetivo de mejorar las posibilidades.
Los días siguientes fueron fervorosos. Arreglar todo y adecuarse mentalmente para la nueva situación. Se acomodaron las situaciones familiares, los papeles administrativos y laborales y –finalmente- se realizó el traslado.
La despedida fue dolorosa y –mientras los gurises se aferraban a las piernas de su padre- Elena la daba un beso profundo y cariñoso.
No se fueron de la terminal hasta que el colectivo partió.
Le costó mucho a Eduardo acostumbrarse a la nueva situación, pero su capacidad le facilitó –primero- asentarse en su nuevo trabajo y luego ir acomodándose a la vida porteña.
En cuanto llegó se alojó en un hotel humilde cercano a Plaza Once,  hasta que pudo conseguir una pensión, cerca de su trabajo que le
posibilitaba ahorrar dinero y tiempo.
Los primeros meses cada vuelta al hogar era una fiesta, un motivo de alegría y reunión familiar. No faltaba un regalito para cada uno de los gurises y algún presente para su mujer.
Al principio –incluso- los amigos lo esperaban preparándole un asado para compartir con él los cuentos y novedades de lo que consideraban una verdadera aventura.
Durante las semanas, Elena sobrellevaba la separación y estaba siempre atenta a las comunicaciones telefónicas (que se hacían vía
telefonista).
Todo parecía marchar muy bien más allá del sufrimiento que provocaba la separación.
El tiempo, la rutina, las repeticiones se transforman también en desgaste y entonces sus viajes pasaron a ser una cosa más.
Los últimos meses del primer año convirtió la visita en mensual. Las  explicaciones eran muchas, pero estaban todas vinculadas a la situación económica, el cansancio y las exigencias laborales.
Al término del primer año se repitió el ofrecimiento de continuar,  mejorando aún las condiciones existentes. Eduardo ni lo pensó y aceptó el ofrecimiento.
Cuando le comentó la nueva noticia telefónicamente a Elena, su voz expresaba entusiasmo y eso hizo que su compañera tragara saliva y no le expresó su disgusto porque se prolongara la situación. Es más, lo percibió tan feliz que hasta lo estimuló diciéndole que todo lo bueno no venía gratis y va de la mano a sacrificios y que la única forma de lograrlo era teniendo el respaldo y el acompañamiento de quienes lo aman y están detrás, por lo que no dudara en cumplir con su sueño.
Es obvio que la situación del segundo año fue mucho más dura para la familia.
Ernesto parecía estar tan imbuido en su trabajo y en sus primeras  inversiones, que no mostraba la pena que podría tener por lo que la situación y los vínculos pudieran afectarse.
El tiempo avanzaba y la situación no solo se mantenía, sino que parecía profundizarse.
En las vacaciones de invierno, aprovechando que los gurises no iban a la escuela y a la mejora económica que era ostensible, Elena decidió darle una sorpresa a su marido. Le caería con los niños de visita y –más allá del reencuentro- sería una buena ocasión para realizar un paseo y convertirlo en un regalo para toda la familia.
Esperaba –también- que la situación sirviera para encontrar una forma de acercamiento y el tratar de volver a tener una mejor relación con Eduardo, que estaba transitando una etapa de frialdad.
Fue organizando todo puntillosa y secretamente, para que la alegría del reencuentro fuera tan feliz, como inesperada.
Meticulosamente preparó el viaje y marchó con sus dos hijos hacia Buenos Aires.
No fue fácil el viaje, pero el resultado bien valía la pena.
Cuando llegó al destino, se dio el lujo de tomar un taxi para llegar a la pensión y –está claro que- de no haberlo hecho le hubiera sido muy difícil lograrlo, porque la ubicación no era fácil de acceso, sobre todo para quien  no conoce la gran ciudad; pero, llegaron al destino y le pareció todo un logro. Bajó a los gurises del vehículo, el conductor le ayudó a con las valijas y ella aprovechó para pagarle. Cuando realizaba todo, vió en la puerta de la dirección que tenía, a un señor mayor, delgado y con una  escoba en las manos que la observaba atentamente.
– Disculpe, le dijo Elena, estoy buscando a Eduardo García ¿no sabe si  vive aquí?
– Soy el encargado y si, vive aquí ¿ustedes deben ser parientes, no?
– Si, justamente…
– Pero qué lástima, hace solo un ratito nomás acaba de salir a pasear  con su señora…

Este cuento forma parte del libro “¿Te cuento un cuento?  De Rodolfo Oscar Negri, realizado por Editorial El Miercoles en febrero de 2020

Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 16/7/2023

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