El 5 de diciembre de 1835 San Martín le escribió a su yerno Mariano Balcarce, quien estaba con su hija de viaje de bodas en Buenos Aires, para pedirle que al regresar le llevasen objetos, libros y papeles que dejara allí: “Ya tengo dicho a usted últimamente sobre el reloj. Si él vale la pena de costear su conducción y se halla en estado, tráiganlo, o de lo contrario véndanlo si hay comprador. Lo que sí les encargo me traigan es mi sable corvo que me ha servido en todas mis campañas de América y servirá para algún nietecito, si es que lo tengo”.
Ese sable por él adquirido en 1811 en Londres lo acompañó a Buenos Aires para dirigir las prácticas de su regimiento de jinetes munidos de armas similares, que él consideraba ideales para las cargas de caballería, y lo tuvo hasta noviembre de 1823, pues en vísperas de su partida a Buenos Aires lo dejó en la casa de la viuda de Pascual Ruiz Huidobro, vecina de la ciudad de Mendoza cuya persona ha sido motivo de una investigación hecha por José Terragno cuyo resultado es su libro “Josefa. Biografía de María Josefa Morales de los Ríos, la amiga secreta de San Martín” de Editorial Sudamericana (2015), que menciona esa circunstancia. Por lo cual Mariano Balcarce tuvo que viajar de Buenos Aires a Mendoza para retirar lo solicitado.
Desaparecida en 1820 la autoridad de la que emanara la suya como general de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la existente en 1823 debería considerar a San Martín como un militar retirado y no como un desertor. Por eso él tomó la decisión de viajar desprovisto de armas a la capital argentina, teniendo ya un salvoconducto del gobierno para no ser molestado por el camino; y en el peor de los casos podía sufrir el robo de aquel artículo que él consideraba un símbolo de su persona y de todas sus tareas por la libertad. Pensaba ausentarse de su patria por unos años; pero sus esperanzas de retorno habrían de verse frustradas.
Doblemente bello habrá sido para él el regreso de su hija y su yerno con su primera nieta, pues ahora que se estrenaba como abuelo recibía el sable para colgarlo de una pared de su cuarto en Grand-Bourg, como en 1843 lo habría de observar Juan Bautista Alberdi en su visita.
Así que tuvieron que pasar 12 años para que volviera a estar en sus manos, si bien no llegaría precisamente a las de un hipotético nietecito suyo.
El sable corvo fue incluido en el friso delantero derecho de la plaza del Olivo Histórico, que como los otros es obra del escultor Mario Valdivia. Es con orgullo que nuestra asociación hace saber que le indicó a este artista los detalles de su diseño para una fiel reproducción en hojas metálicas.
Asociación Cultural Sanmartiniana Mi Teibada
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Fuente: Historias perdidas de Buenos Aires
ESta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 17/8/2022
