Por Ana Paula Alegre –
Es 7 de junio del 2022 y Nicolas, un amigo y colega, me convida con un ejercicio que muy a menudo conversamos con colegas de los medios, pero poco de eso exteriorizamos o debatimos en las propias redacciones, las radios, los canales de televisión, las oficinas en general; me invita a preguntarme ¿cuál es el sentido del periodismo en la actualidad? Me detengo, pienso, leo, escribo, me encuentro, me alejo, teorizo, borro y vuelvo a pensar no un escenario, sino en todos los que se me vienen en esta fecha.
Hace ya algunos años atravesamos con conciencia crítica la transición de una época. Leemos con claridad la pérdida del rol central de la o el periodista crítico con suplencias de moda, amarillismo, título capcioso, negacionismo, rouge, talla, farándula, plata y enaltecimiento de discursos de odio. No es novedad ese corrimiento intencional de las narrativas de la realidad que emergen más allá de los márgenes, ni son novedad las producciones de embudo. Chequeamos en el archivo con números la incorporación de ingenieros, analistas de datos y editores de audiencia en las grandes corporaciones. Vivimos también el impacto de la pandemia y el aceleracionismo en la prensa, el rol de las y los trabajadores y los planes de los que concentran la producción de contenidos para el 80% de la audiencia global.
En lo verbal, en el zapping, cuando cambias el dial, en el muro de las noticias y desde dónde estés parece que el periodismo nos grita en los oídos y si bien nunca es fácil mapear lo que está pasando en tiempo real, entender hoy cuál es el cuadro en el que estamos siendo retratadas las personas implica distinciones y sobre todo un gran cuestionamiento a eso que llaman información y venden como un producto masivo a través de radios, televisiones, computadoras y periódicos y que está gagá.
En la escena, aprovechar los recursos disponibles en el entorno digital se ha convertido en un mantra del negocio de las oficinas donde cocinan las noticias. En otro punto, en ese mismo momento, el movimiento de autos que salían al semáforo a llevarse el diario del domingo se extinguió. Tampoco se ven pedidos en las cafeterías de los que esperaban los ejemplares de Clarín para ser los primeros. Nadie vende ya tantos ejemplares, ni las más grandes corporaciones, esas tiradas ya no existen. El millón de visitantes de los medios digitales se alcanzan con contenidos empujados y garpados en Google y Facebook como entregadores de noticias, y para quienes confiamos en el periodismo que nace desde el calor de la palabra, de una otredad, de una calle, un derecho, una dolencia o una necesidad; pasar de la ronda de la imprenta al algoritmo y cruzar con nuestras trayectorias este escenario, se vuelve en muchas ocasiones un ejercicio nostálgico y agotador.
¿Y la ley de medios? Ahí estamos, los grandes ofrecen clubes de descuentos y vip en recitales de Coldplay y Tini y los chicos, cómo podemos, tazas, remeras o libros como canje. La deuda es enorme y se hace urgente defender una militancia clara en oposición a la verguenza que provocan las y los periodistas estrellas que se dicen independientes, o las y los voceros del poder que con amenazas cobran fortunas, siempre lejos de los territorios. Todo el mundo debería saber eso, para romper ideales y hablar más de realidades.
El periodismo que está gagá agota, es un sistema opresor de dominación colonial y racista que vive de traducir y dar voz, cómo ellos dicen, a otros y otras, como si no fueramos capaces las personas de expresarnos por nosotras mismas. Ahora, replantear las cosas implica arremangarse. ¿Y si los periodistas entendiéramos el negocio? Y si deliramos un ratito y quemamos los manuales, ¿qué queda? ¿Es posible un medio en la Argentina que tenga un modelo de negocio cuyo objetivo sea proteger la función del periodismo?
Quizá necesitemos volver a establecer una relación primitiva con la realidad: mancharnos con lo que nos rodea. Mancharnos con la vida, con la poesía, el arte, la filosofía, el lenguaje, mancharnos con la palabra. Sin dudas, a partir de la fuerza y la posibilidad del lenguaje mismo, se produce la luz en la grieta que abre un nuevo espacio de enunciación. Si los movimientos que marcaron los últimos años –feminismos, nuevas formas de relacionarse, ecología– consistieron en dejar los viejos manuales, está claro que los gerentes que trataron esto en los grandes centros de producción de sentidos, no pudieron registrar ni reflejar un poquito el debate que al mismo tiempo se daba puertas adentro de nuestro oficio
Los feminismos locales y transnacionales marcaron muy bien esta trinchera de la disputa del tejido discursivo y abrieron un nuevo espacio de enunciación periodística, política y poética. Y es algo que no se detiene: hay una forma de hacer periodismo que necesariamente tiene perspectiva de género pero que es una propuesta superadora por un periodismo situado e interseccional. Una comunicación que reúne denuncia, demanda, dato y deseo. Esta forma expone por un lado que las 5W no son suficientes como esquema de abordaje de la comunicación y por otro presenta una oportunidad para leer la historia a contrapelo y contar la actualidad al ras del suelo, se trata de un ejercicio de justicia epistémica.
Necesitamos ese periodismo que altere la conciencia moral colectiva. Urge saltar los márgenes para no ser propagandistas de nadie. No es sólo necesario por la profesión sino por la realidad misma.
Hoy escribimos, intentamos, probamos, narramos. Hoy entrevistamos, editamos, nos atrevemos, nos equivocamos, lo decimos, asumimos, volvemos. En este oficio somos los otros y las otras.
Nico me invitó a pensar y ensayar y a mi que me cuesta tanto se me viene esa idea que expone Samuel Beckett en Rumbo a peor, él dice que podremos fracasar pero mejor; y quizás sea así y justamente todas estas miradas expuestas tengan que ver con construir un modelo distinto pensado para el mundo de hoy, para los dilemas de hoy, las ansiedades y las necesidades de hoy. Para qué las y los periodistas busquemos justamente la belleza de hoy.