Elida Sola tiene 13 años de trayectoria como narradora oral; sin embargo, las historias para contar –y las ganas de contarlas– las viene almacenando desde la infancia, cuando escuchaba las historias de su abuelo, contadas a la sombra de un naranjo.
Ella –que formó parte del grupo Paranatecuento y actualmente integra el trío Narradoras con Alas– sostiene que la narración sana. Justamente por eso, durante la pandemia se aferró más que nunca al bello arte de contar historias. “Nunca dejé de narrar. Seguí relacionándome gracias a las redes e internet con la gente con que normalmente me relaciono, de Tucumán, de Misiones, de Santa Fe, haciendo encuentros a través de Zoom. Lo más lindo que me sucedió es que un buen día me llamaron desde Ecuador para invitarme a participar en un encuentro convocado bajo el título La Palabra Se Hizo Cuento, donde un grupo de narradores de Riobamba se ocupó de llevarles cuentos a niños y ancianos, enviándolos a escuelas y residencias de la tercera edad. Fue hermoso porque participamos narradores de distintos puntos de Latinoamérica. Esto se desarrolló entre octubre y noviembre”, contó a Escenario.
Precisamente, la pasión de Elida por la narración oral viene de su abuelo paterno, Rosendo Sola, que tampoco sabía leer ni escribir, pero era un hombre sabio, honesto y con valores. “Nos contaba historias bajo el naranjo que había en su casa. En verano nos sentábamos a su lado y él nos contaba las experiencias que había tenido cuando era joven. Años después, la primera historia que conté cuando empecé a dedicarme a la narración oral, fue la historia de vida de mi abuelo. A él su padre lo abandonó cuando tenía 14 años, eran 11 hermanos, y él se hizo cargo de la familia trabajando como peoncito. Ellos vivían en Palmas Altas, en la zona de Villaguay. Una vez su padre quiso pegarle a uno de los hermanitos con un hierro y como mi abuelo lo impidió, el padre se enojó mucho y se fue. A mí me sorprendía que él contaba la historia sin rencor, sin enojo, como alguien que cuenta objetivamente ‘esto es lo que me pasó en la vida’. Murió en 1976, a los 102 años, era un narrador natural, manejaba las pausas, era un maravilloso narrador espontáneo. Y creo que, como la de él, hay muchas historias guardadas en cada familia”, enfatizó.
A partir de esa charla con narradores ecuatorianos, días después, un grupo de narradores de Quintana Roo, México, le ofreció ofrecer el mismo webinar en el marco de un ciclo sobre historias humanas. “Además de la historia de mi abuelo, conté historias de los personajes de mi pueblo, Lucas González, donde había un hombre que cuando se emborrachaba se creía dueño de un circo, y de tantos otros. Creo que rescatar las historias de los mayores y las historias de los pueblos, genera en los adultos mayores la emoción y la alegría de volver a vivir lo que ellos ya vivieron; y a los chicos les sorprende conocer cosas que nunca vivieron, pero que son parte de su familia o del lugar de donde vienen”, destacó.
En 2005 comenzó a concurrir a los primeros talleres de narración, pero recién se animó a contar delante del público en 2008. Y desde entonces ha narrado historias en diferentes espacios de Paraná, el país y hasta América Latina. “La narración sana, saca de su soledad y de su angustia, aunque sea por unos minutos, a quien escucha. Y a quien cuenta también. Para mí ahora es una forma de vida”, concluyó.
Fuente: unoentrerios.com.ar
