Ercilia Maldonado soñaba con tormentas porque las tormentas atormentaban sus días y sus noches. Cuando llegó otro amanecer con estruendos que venían de lejos y un viento que sonaba como mil serpientes meneando plantas y árboles, su espíritu entorpeció al mate que ya estaba con ella. Los relámpagos acompañaban la furia del agua y se zambullían sin permiso en los baldes del patio. Ella, mínima y temblorosa, persiguió la ayuda de santos con velas, les prometió sus macetas de geranios, y esperó que las chapas tuvieran el coraje de siempre y no volaran otra vez hacia las casillas vecinas.
