Por Sara Liponezky –
Aquella noche del 26 de julio de 1952, se instaló la expresión que anunciaría para millones de argentinos un estado de desolación: “ 20.25 horas en que Eva Perón entró en la inmortalidad”.
Los humildes, redimidos, dignificados y por primera vez valorados, entendieron el mensaje. Ellos sabían y sentían con su pena inconsolable, que Evita seguiría viva en la memoria y el corazón. Para los cultores del odio, adoradores de privilegios, indignados ante la implosión social de aquel “aluvión zoológico”, la celebrada muerte les daba certeza de un final. No sólo el final de una vida, sino de un ciclo intolerable.
Sin embargo, Cicerón decía que: «La muerte es algo terrible… para quienes con la vida se extingue todo» pero no lo es»- añadía-, «para los que no pueden morir en la estima de los hombres». Savia reflexión sobre la idea de trascendencia. Aunque en Evita superaba la estima, era un amor inmenso, fanático hasta la devoción.
Es que aquella mujer de aspecto frágil, de sonrisa suave y mirada incisiva, de palabra fuerte y energía poderosa, que atravesaba todos los obstáculos y arrasaba convenciones y prejuicios combatiendo implacable contra la injustica, les había transformado la vida.
Una chica de pueblo, reina, emergida de la marginalidad y la pobreza, siempre fiel a su origen, inflexible en su rumbo. Empecinada en realizar los sueños de los que nunca se atrevieron a soñar. La pelota de fútbol, la muñeca y el auto infantil, el primer par de zapatos y la máquina de coser, la vivienda digna y un trabajo seguro. El derecho al deporte, la salud, la educación, el juego, las vacaciones, el bienestar y la participación política, entre otros. La promoción humana entendida como una legítima é indelegable compensación del Estado, ante la desigualdad y la pobreza. La inclusión social a través del acceso efectivo a bienes y derechos. La democracia política sin exclusiones, fueron los ejes de aquella acción gigantesca.
Transcurrieron más de seis décadas. . Atravesadas por procesos de crecimiento y retrocesos. De soberanía y sumisión. De derechos conquistados y derechos vulnerados. Y aun nos emociona, nos sorprende y nos interpela. Porque nunca nadie, antes ó después de Evita supo interpretar la justicia social con su particular sentido de la dignidad. En La razón de mi vida hay testimonios contundentes y de absoluta vigencia. Dice Evita:
“el mundo tiene riqueza disponible como para que todos los hombres sean ricos. Cuando se haga justicia, no habrá ningún pobre por lo menos entre quienes no quieren serlo….Por eso no tengo miedo a que los niños de mis hogares se acostumbren a vivir como ricos, con tal que conserven el alma que trajeron, ¡alma de pobres, humilde y limpia, sencilla y alegre!.. Por eso mis ‘hogares’ son generosamente ricos…más aún, quiero excederme en esto. Quiero que sean lujosos. Precisamente porque un siglo de asilos miserables no se puede borrar sino con otro siglo de hogares ‘excesivamente lujosos’… No me importa que algunas ‘visitas de compromiso’ se rasguen las vestiduras y aun con buenas palabras me digan: -¿Por qué tanto lujo? O me pregunten casi ingenuamente: … ¿No tiene miedo de que se acostumbren a vivir como ricos? No, No tengo miedo. Por el contrario; yo deseo que se acostumbren a vivir como ricos… que se sientan dignos de vivir con la mayor riqueza…. al fin de cuentas todos tienen derecho a ser ricos en esta tierra argentina… y en cualquier parte del mundo”.
Esta nota fue publicada por la revista La Ciudad el 26/7/2019